Minirrelatos de Félix Terrones

feliz terrones 001Sueño de amor n° 3

Marianita presiona la tecla y deja escapar el sonido que resuena por toda la casa. Él, le lleva la mano a la boca y la abofetea y da de puñetes en el vientre, una, dos, varias veces. Ella recuerda, no sabe por qué, una playa vacía, su mano acariciando su cuerpo, las sonrisas, las palabras de amor. Silencio. Abajo, Marianita sigue tocando su piano, dejando lugar a la música que llena la casa de color, líneas y también agujas muy puntiagudas.

 

 

Cinghiale bianco

Así fue como crecimos, escuchando la historia del mítico jabalí blanco, el único animal que nadie había podido cazar, la única bestia que había salido triunfal de todos los encuentros con el destino. Habían muerto enfrentándolo el tío Giosuè, también el abuelo Francesco, e incluso nuestro padre, Vincenzo Fabbri, el mejor cazador de la comarca. Todos se fueron una mañana, al abrirse el cielo, para nunca más regresar. De ellos nadie nunca encontró el más leve rastro, la menor señal de sus cuerpos. Pronto, su presencia cedió su lugar al recuerdo, después a esa forma de muerte que es el olvido, donde se hunden la memoria con las palabras; en cambio, la imagen del jabalí blanco cobraba envergadura, se hacía cada vez más inalcanzable, como una de esas estrellas que combustionan en lo más hondo de la noche. Cuando Andrea, nuestro hermano mayor, partió en su búsqueda supimos que lo perdíamos para siempre, que lo extraviaría el secreto anhelo de cumplir lo que otro hombre, nuestro padre, nunca pudo. No nos equivocamos. Ahora que Salvatore y yo nos alistamos para cazar a la bestia, mientras la mamma nos mira sentada en su fogón, los únicos hijos que le quedamos, nos buscamos convencer de lo imposible. Sabemos que la legendaria y voraz bestia nos espera con sus fauces sangrientas, para acabar con nosotros, en lo obscuro del bosque; en medio de esa noche que, con todo, ambos hemos esperado cada día, cada año de nuestras vidas, ahora convertidas en otra cosa, todavía no sabemos qué, la verdadera batalla de la que nadie saldrá nunca indemne.

 

 

Lo de siempre

Un nuevo impulso casi lo hace emerger, desde lo más profundo de las eras, los silencios, los malentendidos, las frases no dichas, también los insultos. Ahí está denso y congestionado, dispuesto a salir de una buena vez y explotar, como debió haberlo hecho hace mucho tiempo, y manchar con su purulencia los muebles, las paredes, las ventanas y, finalmente, a ambos, bañarlos con su baba viscosa, hacerlos por una vez visibles el uno para el otro.

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- Hola, siento haber llegado tarde – le dice depositando un beso en sus labios antes de olvidar que se ha disculpado y arrojar sus cosas encima de un mueble.

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Entonces, una vez más, pierde fuerza, esa combustión que lo irritaba, se apaga, hasta casi parece extinguirse, como si las palabras (esas impostoras) le hubieran empujado hacia atrás, hacia ese cúmulo traiciones que son necesarias para sobrevivir.

 

 

Imágenes

Un hombre que cae desde la ventana de un edificio no es necesariamente un suicida. Una hoja desgarrada no siempre es una carta de adiós. Una mujer que besa a un desconocido no tiene por qué ser una traidora. Un suicida no siempre es alguien que reniegue de la vida, pese a que deba morir aplastado, sí que sí, contra el suelo.

 

 

Es difícil de decir

Esa palabra tuvo que haber salido a tiempo, justo en el momento en el que ella te miraba, esa fracción de segundo en que alcanzó la punta de tu lengua, se dispuso a ser escuchada, más allá del silencio, el mismo silencio que moja de nuevo los ojos de ella, antes de que cierre la puerta tras de sí, esta vez por última vez, demasiado tarde. Por eso, de nada vale que ahora la digas y repitas una y otra vez en la casa ya vacía, esa palabra, la misma que un instante antes pudo hacerlo regresar todo, cuando ahora da lo mismo que el silencio, el rencor y la decepción que se fueron con ella.

 

 

Punto. Línea. Plano

La distancia más corta de un punto a otro es una línea. Todos lo sabemos. Incluso quienes fueron malos en la escuela, quienes no prestaron atención a la explicación de la profesora o, simplemente, no acudieron aquel día a clases. Es tan obvio que nadie se ha detenido a pensar en que se trata de algo que se aprende, algo que no necesariamente tiene que ser. Por eso, cuando la tiene frente a sí, mirándolo fijo a los ojos, la boca entreabierta, él se siente dos veces extraño, con todas esas líneas en todas direcciones que los separan. Entonces, en lugar de trazar una línea recta hasta ella, su futura mujer, quien será la madre de sus hijos, a cuyo lado morirá, decide tomar una tangente, escapar de su plano de visión, convertirse en un punto de fuga; en otras palabras, dirigirse en línea recta hacia la nada.

 

 

Félix Terrones
Lima, 1980. Escritor y crítico peruano. Ha publicado las novelas cortas A media luz (PUCP, 2003) y la novela El silencio de la memoria (Mundo Ajeno, 2008). Este año publicará con la editorial granadina Nazarí su primer libro de microrrelatos titulado El viento en tu cara. Columnista en la revista SUB-urbano de Miami. Desde el 2004 vive en Francia donde enseña lengua y literatura latinoamericanas como profesor contratado (Université François Rabelais). Doctor en literatura por la Université Michel de Montaigne Bordeaux III, ha editado la antología de la obra del escritor peruano Sebastián Salazar Bondy. Actualmente, traduce la novela Conquistadors del novelista francés Eric Vuillard.

Minirrelatos de Félix Terrones enviados a Aurora Boreal® por Félix Terrones. Publicado en Aurora Boreal® con autorización de Félix Terrones. Foto Félix Terrones © cortesía Félix Terrones.

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