In nomine nominis… in vero vinitas

norberto_gimelfarb_020Relatos, irrelatos, minirrelatos, cuentititos

Señores, estoy cantando,
Lo que se cifra en un nombre

Jorge Luis Borges

Historia general de la alfamia

Alvertencia

No, estas no son historias en lenguaje gauchesco, pero como nos vamos a ocupar, principalmente, de una serie de tipos llamados «Al», «alvertencia» parece apropiadísimo. Sucede que, dada la fama del gángster ítaloamericano Al Capone, han quedado ocultos sus numerosos imitadores-que los hubo y muchos-, algunos grandes, otros de pacotilla. Sí, la figura de Al Capone atrajo a numerosos jóvenes -y menos jóvenes- que dieron en llamarse «Al», aunque su nombre de pila no fuera ni Alphonse ni nada que se pareciera (algunos pudieron llamarse «Al» sin necesidad de cambios, dado su origen, como veremos). Tal vez a esta serie de breves biografías o, como yo preferiría llamarlas, «desvíografías» (sic, con dos acentos) quepa denominarla «Historia general de la alfamia», parodiando y parofonizando el título de un conocido libro argentino de los años 30. Lejos de mí tal pretensión, sino el sencillo deseo de arrancarle al olvido la memoria de algunos tipos y tipejos que merecen poca cosa más que un recuerdo distraído, aunque sí emocionado. «¡Siglo veinte, cambalache/Problemático y febril!» dice un tango de los mismos años treinta. El «cambalache» del tango argentino -el tradicional «monte de piedad»- me parece preferible a «montepío» o «monte de piedad», ya que «siglo veinte» y «piedad» resultan excesiva y cruelmente antitéticos. Los «Al» que nos ocupan nunca fueron montes ni siquiera montículos de piedad, antes bien todo lo contrario. Y es hora de alternar con ellos directamente.

El desviógrafo de la alfamia.

 

Al Jofifa

 

Y pensar que en en realidad se llamaba Eusebio A. Gujas, era sastre y llevaba una vida de lo más normal. Y le dio por imitar a Al Capone. A su manera, claro. Hay que decir que era un muchacho bastante tranquilo en general, pero cuando le daba por matar gente a diestra y siniestra... A eso lo llevó primero una desmedida y desubicada admiración por Al Capone, luego la manía de probar que él no era menos que su ídolo. Hubo algo de nacionalismo fuera de lugar también en su breve e intensa carrera criminal: había notorios gángsteres italianos, irlandeses y judíos, pero no los había españoles. Eusebio A. Gujas -hijo de padre catalán y madre gallega, emigrados a Chicago a comienzos del siglo XX- se sintió llamado a representar lo hispánico en ese mundo tan turbio como poderosamente atractivo. Así adoptó el seudónimo de Al Jofifa, sin importársele el que los norteamericanos fueran totalmente incapaces de pronunciarlo correctamente, pues decían algo así como Al Youfaife. Puede darse por seguro, además, que no tenía idea clara de lo que significaba su seudónimo, ya que entre el castellano en que se comunicaban sus padres, el catalán de papá y el gallego de mamá, a él, que tenía pocas dotes para los idiomas, sin contar su tartamudez (su fascinación por ametralladoras y metralletas debía tener que ver con ello), le resultaban prácticamente incomprensibles esas tres lenguas ibéricas. No hablemos del inglés que practicaba: hay quienes lo admiran sólo por no explicarse cómo llegó a jefe de banda casi sin poder hablar inteligiblemente. Eso sí, estaba convencido de que sabía a la perfección cuatro lenguas; y guay de que lo contradijeran.

Hay quienes dicen que no era más que un buen muchacho, algo tonto y muy desubicado, y que una serie de casualidades lo llevó a la celebridad delictiva. Buen muchacho tal vez haya sido cuando iba de sastre, porque lo que es después... Dicen algunas lenguas viperinas que en el fondo era un degenerado y un perverso, pues le encantaba revolcarse por el piso después de las matanzas y empaparse la ropa con la sangre de sus víctimas. Cosa que casi le cuesta la vida, por otra parte.

Después de una fiestecita tipo San Valentín, en la que él y sus muchachos calentaron en gran forma sus ametralladoras, Al Jofifa se daba el gusto y se iba tiñendo la ropa de rojo, cuando uno de sus secuaces reaccionó violentamente y se puso a gritar, a tiempo que le disparaba con su ametralladora: «¡Pero no ven que está loco! ¡O que es un perverso! Es una alimaña y hay que liquidarlo.» Parece que de esa manera llegó este a jefe de la banda, pero las cosas nunca quedaron claras y la prensa no se ocupó mucho del asunto, absorbida por otras preocupaciones. La opinión pública tampoco, porque era tan alérgica al seudónimo como a las actividades de Eusebio A. Gujas, (a) Al Jofifa. Lo cierto es que quedó inválido de las heridas recibidas y vivió un verdadero infierno: de ahí en adelante todo el mundo lo trató como un vulgar trapo de piso, como una bayeta, dirían en España.

Norberto Gimelfarb Buenos Aires 1941. En Suiza desde 1966: ha enseñado el español en las Universidades de Lausana y Ginebra. Publica en español, francés e inglés artículos, libros, poemas, narraciones y reseñas sobre temas literarios, lingüísticos y musicales. Miembro correspondiente de la Academia Nacional del Tango de Buenos Aires. Traductor del francés, inglés y alemán al español, del español al francés y al inglés, del catalán al francés. Algunos libros publicados: Una antología de la poesía suiza francesa contemporánea, Songs Of(f) Songs. Sca(n)t Rhyming for Song and Jazz Buffs, La novela intermitente

Al Daba

Lo encontraron muerto un día, colgado de una mano a una puerta. Había sido un bandido famoso y un asesino feroz. Lo de su muerte fue seguramente una venganza, ya que Al Daba solía anunciar sus visitas a futuras víctimas con un grabado en que se veía una mano cortada, de la que manaba sangre. Cuando descolgaron el cadáver de Al Daba, advirtieron que le faltaba una mano: se la habrían cortado, como él lo había hecho a tanto desgraciado que pasó a mejor vida por obra suya. La mano que faltaba estaba clavada en la puerta. Había sido tratada con una pintura metalizada, lo que le confería un curioso aspecto de llamador.

Dino Saurio

De los años 20 a los 60, en lo étnico, el mundo norteamericano del gangsterismo lo dominaban los ítaloamericanos, los irlandoamericanos y los judeoamericanos, ya que eran escasos los gángsteres que no pertenecían a uno de esos grupos étnicos. Tal vez entre los «escasos» y los «raros», debiera incluirse a Dino Saurio, gángster judeo-ítalo-americano. Vamos, toda una historia y muy larga (aunque nosotros seremos tan breves como nos los permita el asunto).

En efecto es larga la historia de la familia de Dino Saurio, mucho más que la de éste, aunque ande por los noventa años pasaditos. Se dice que los Saurio (también se llamaron Sauro) llegaron a Italia en el séquito de los Borgia (que por entonces se escribían Borja y eran judíos valencianos), a cuyo servicio estaban desde hacía varios decenios. Eran pues españoles, de nombre Soria, como la ciudad de la que eran oriundos y en la que habían vivido centenares de años. De que la comunidad judía fue muy importante en dicha ciudad, atestiguan los sefardíes llamados Soria y Soriano. ¿Que cómo llegaron a llamarse Saurio? Pues por una de esas casualidades históricas que tantas veces han deformado hasta lo increíble los apellidos de los judíos.

La familia tuvo que dejar Roma por querellas con uno de los Papas Borgia y se estableció en Milán, que cayó luego en manos del imperio austrohúngaro. Es muy probable que algún funcionario imperial, bromista y antisemita le haya infligido el cambio de «Soria» a «Saurio» o «Sauro», la forma italiana de «saurio». Sea como fuere, hubo mucho funcionario malentrañado como ése. Por otra parte, hay documentos que dan fe del casamiento de una señorita Soria con un judío vienés llamado Sauer, lo que puede haber acarreado confusiones (basta con escuchar a cualquier vienés pronunciar «Sauer», para darse cuenta de que de allí tal vez provenga la confusión que nos lleva de Soria a Saurio). De esa época data también la tradición de llamar Dino a todos los primogénitos de la familia. Por entonces, comienzos del siglo XIX, nadie iba a pensar en las relaciones entre un nombre y un apellido (aunque hubo quienes trataron de recobrar el apellido Soria) y ciertas especies prehistóricas.

norberto_gimelfarb_022Lo cierto es que algunos de los Saurio emigraron a Estados Unidos a finales del siglo XIX y que nuestro Dino Saurio nació en Nueva York con el siglo XX. Al nacer Dino, temió su padre que su esposa le hubiera metido los cuernos con alguno de los negros de la servidumbre, pues pese a ser muy blanquito, tenía rasgos negroides. Pensándolo bien, luego, se dio cuenta de que los Soria, con su pasado hispano e italiano y una parte de la familia en varias ciudades de Africa del Norte, podían tener ancestros negros. Dino siempre tuvo un rostro muy atractivo, aunque con algo de entre reptil y batracio, como en el caso del cantante negro famoso Nat King Cole. Su carácter, en cambio, dejaba que desear: desde su más tierna infancia todos dijeron que era una lengua viperina, pues mostraba grandes disposiciones para meter cizaña, para las más sucias jugarretas y para las más increíbles malas pasadas.
Por eso y para desespero de su padre, hombre muy religioso, culto y burgués hasta la médula, tuvo que dejar la casa familiar y echarse a ver mundo. Fue un gran alivio para la familia, pese a todo. Después de algunos viajes que lo llevaron a lugares de los Estados Unidos muy distantes unos de otros, pero de los que es difícil dar detalles, pues Dino Saurio fue siempre tan discreto y furtivo como taimado, se estableció en Chicago. Hay quienes dicen que trabajó un tiempo para Al Capone, pero resulta imposible confirmarlo. Otros hay que pretenden que se quedó en Chicago porque se hizo amigo de otro gángster, Al Goritmo, de origen tan inesperado como su talento.

En efecto, su compinche era un joven árabe cairota que había llegado a comienzos de los años veinte a los Estados Unidos, después de brillantes estudios en la universidad islámica de Al-Azhar, y acababa de terminar estudios de matemáticas en la universidad de Chicago. Al Goritmo, bastante milagrosamente, dadas sus actividades alimenticias tan especiales, dejó trabajos matemáticos breves pero notables. Sobre todo los que redactó en colaboración con otro matemático cairota, pero cristiano, emigrado, Al Batros, también él peligroso pájaro de cuentas.

Como se ve, Dino Saurio se asoció con gente de inteligencia superior y rara en el mundo del hampa, lo que le permitió hacer corta y brillante carrera delictiva. Tramposo y furtivo como era, ni la policía ni el FBI supieron mucho de él. Se enriqueció tanto y tan rápidamente que pudo darse el lujo de vivir cómoda y tranquilamente lejos de Chicago. Fue uno de los primeros en invertir dinero en negocios cada vez menos ilegales y un buen día se mudó a Hollywood, donde, con nuevo nombre, por si acaso, se lo conoce hasta el día de hoy como un respetable, aunque algo licencioso, hombre de negocios.

Cabe añadir tres anotaciones curiosas a esta vida que empezara de manera tan poco común y siguiera en la mayor calma y respetabilidad: la existencia bastante banal de un rico productor de Hollywood. La primera es que los rasgos tan extraños de su cara le llamaron la atención al gran escritor y maestro del horror, H.P. Lovecraft, que supo de Dino Saurio por su amigo común Al Goritmo. Dino, sin embargo, empezó negándose a cartearse o encontrarse con Lovecraft, al que no conocía para nada. Al Goritmo, gran lector y admirador del «recluso de Providence», logró convencerlo de que lo leyera. Dino Saurio se convirtió no sólo en admirador de Lovecraft, sino que sus teorías relativas al aspecto animal de ciertos seres humanos tuvieron enorme impacto en él. Desde entonces, se volvió también ferviente adicto a algunos extrañísimos y muy esotéricos cultos derivados de las obras y las cartas del genio algo malsano de Nueva Inglaterra.

La segunda anotación que proponemos es que su persona y algunas conversaciones que tuvo con Steven Spielberg, le habrían inspirado a este la idea de su película Jurassic Park.

La tercera y última se refiere directamente a la persona de Dino: su aspecto se fue volviendo cada vez más curioso e inquietante -se le acentuaron los rasgos reptílico-batrácicos, y no sólo en la cara- a medida que se iba prolongando su vida. De ahí que se volviera bastante huraño y sólo aceptara recibir a muy poca gente. El escritor argentino Jorge Luis Borges, que lo conoció durante un viaje por los Estados Unidos a comienzos de los años setenta -cuando empezaba a recluirse Dino-, aunque ciego, jura que vio y sintió en este viejo judío el aura del tetragrámaton, el nombre oculto de Dios, en lucha con algo monstruoso que intentaba borrarlo. Como todo el mundo sabe que Borges era tan bromista como lector de Lovecraft, quién sabe si no ha querido añadir a la leyenda negra que rodea a Dino Saurio, desde que algunos periodistas demasiado curiosos descubrieron las íntimas relaciones del hombre de negocios hollywoodiano y el gangsterismo del Chicago legendario de los años veinte y treinta.

Hace poco traté de encontrarme con el tío Dino, pero mandó decir que no quería ver a nadie, ni siquiera a mí, que he sido como un hijo para él.

Al Goritmo, jr.

Al Donza-Lorenzo

Al Donza-Lorenzo es una excepción en esta fauna de imitadores de Al Capone -los paracapónidos, como dicen algunos caponólogos y caponógrafos-: se llamaba Alfonso, como su modelo. A diferencia de tanto matón ignorante, Al Donza-Lorenzo siempre fue buen alumno en la escuela y aficionado a la lectura. Un día le cayó en las manos una traducción inglesa del Quijote (Don Quixote), que leyó encantado... hasta que se dio cuenta de que ser conocido como Al Donza-Lorenzo podía tener sus desventajas entre gente culta y leída. Sin embargo, terminó diciéndose para sus adentros: «¡Qué va usted a hacerle!».

Algún tiempo después le afloraron tendencias a la homosexualidad y al travestismo. Estaba perdidamente enamorado de un matón alto, flaco, de barba y bastante viejo que tenía delirios de grandeza, entre ellos el de vivir en la Edad Media como caballero errante. Fue ese el comienzo de la desgracia de Al Donza-Lorenzo, que murió de manera muy estrafalaria. Siempre había sido fanático de la gimnasia. Una mañana, entregado a un ejercicio en el que levantaba y bajaba los brazos con las palmas de las manos rígidas -estiradas y bien visibles- antes de cruzarlos rápidamente y agitarlos en una especie de molinete, no se dio cuenta de que su amante lo miraba fija y curiosamente y entraba en uno de sus delirios. Lo embistió con la lanza con la que siempre jugaba a caballero errante.

Su involuntario asesino, repentinamente devuelto a la conciencia tal vez por lo que acababa de hacer, se atravesó a sí mismo con su misma lanza. Agonizó con lentitud y tuvo tiempo de decir que a su querido Al Donza-Lorenzo lo «había tomado por un molino de viento». Al matón flaco, delirante y maricón lo apodaban «Quick Soap» (en inglés se pronuncia «cuic sóup» y quiere decir «jabón rápido»), porque, de niño, había empezado su carrera delictiva robando jabones. Una niñita del vecindario lo interpretaba más bien como «Quick Soat» («cuic sóut»), con «t» final, que sonaba como el nombre inglés del personaje con que deliraba el ahora difunto matón. Lo cual confirma aquello de que de la boca de los niños suele salir la verdad, por errónea que sea.

Albas, selvas y acelgas

Helga Lactóforo

Hipertrofiada desde su adolescencia, Helga Lactóforo provocaba en la mayor parte de la gente reacciones del tipo «¡Qué par de tetas, Dios santo!». Entre estudiantes de medicina: «¡Mamma mia, qué mamas!» Se ganó con creces los apodos de «La Vaca Aurora» y uno sacado de una cita del Martín Fierro: «Vaca...yendo gente al baile», además de «Mamarylin Monroe». Esto último, porque tenía cierto parecido con la actriz norteamericana, pero le llevaba inmensa ventaja en materia de atributos delanteros. Los más cultos de sus amigos y conocidos la llamaban «Tetánica» porque, decían, «tetanizaba» a todo el mundo con sus apéndices mamarios. Helga sufrió bastante con esas cosas, pero la consolaba el inmenso éxito que tenía con casi todos los hombres con que se cruzaba. Algunos de sus compañeros ocasionales, como Marcos, Manuel y Mario también se ganaron apodos después de frecuentarla: Mamarcos, Mamanuel y Mamario. Pese a sus éxitos masculinos, las relaciones no le duraban mucho: Helga lloraba un poquito cuando alguien la dejaba y... le hacía lugar al siguiente entre sus generosos pechos, diciéndose -muy apropiadamente- «A lo hecho, pecho». Algunos de sus ex, despechados -y esto puede tomarse tanto literal como figuradamente-, se agarraron unas curdas monumentales, las raras veces en que fue Helga quien tomó la decisión de «despecharlos.» Aunque no siempre Helguita demostraba gran sentido del humor, acabó debiendo usarlo con frecuencia. A algunos de los «despechados» que se encurdelaron, cuando se los volvía a encontrar, les cantaba parte de la letra de un tango famoso: «Esta noche me emborracho bien,/Me mamo, bien mamao,/Pa' no pensar». Pasó un tiempo por las aulas de la Facultad de Filosofía y Letras, en donde se ganó el apodo de «La estética». Luego se dijo que estudiar, para ella, era una lucha «tetánica», ya que le costaba mucho. Helga Lactóforo se casó relativamente tarde en su vida, pero tuvo doce hijos, casi uno tras otro, a los que amamantó debidamente, ya que, además de voluminosas, sus abundantes redondeces pectorales resultaron muy lactóforas. En efecto, tuvo siempre tanta secreción, que no hubo más remedio que «ordeñarla» abundantemente, cosa que, con la frecuencia de sus partos, durante años fue una rutina. Tal vez, en una época anterior a la que le tocó vivir -finales del siglo XX-, hubiera sido nodriza. Lo cierto es que muchos bebitos se beneficiaron con la leche de Helga Lactóforo, la que, una vez casada, engordó muchísimo y adoptó el apellido de su marido, un tipo de origen ruso llamado Nadobovino, por lo que terminó su vida con el nombre de Helga Nadobovino. Tan dedicada quedó a sus tareas maternales que, aun sabiendo que su marido la engañaba ostensible y frecuentementemente, la pobre nunca dijo ni mu (que es lo que dicen los rioplatenses en lugar de «ni pío»).

 

Blanca Nieves García

Rosa Pérez Argüello casó con Pedro García Lago y llevaron una vida convencionalmente feliz. Soñaban con tener una niña y esta llegó puntualmente tras nueve meses de deliciosa espera. Le pusieron Blanca e hieiron votos para que llevara una vida tan feliz como la de ellos. Blanca García Pérez resultó una niña modelo en muchos aspectos y de gran belleza. Se casó muy joven, para mayor contento de sus padres, con un señor de buena posición, viudo y muy cariñoso, llamado Agustín Nieves, que tenía una hija casi adolescente. Blanca en seguida le tomó gran cariño a la niña.

Por razones de negocios, el señor Nieves tuvo que emigrar a Suiza con su mujer y su hija. A Blanca no le gustó mucho la cosa y tanto menos cuanto que en Suiza debió sacrificar sus apellidos. Por otro lado el bueno de Nieves murió al poco tiempo de un cáncer galopante. Dejó a Blanca y a su hija Reina en buena posición. pero allí empezaron a ponerse feas las cosas. Reina era de muy mala entraña y detestaba a su madrastra. Le hizo la vida imposible, tratando de herirla y humillarla por todos los medios. Hasta le hizo extraños conjuros y varios intentos de envenenarla. Blanca Nieves vivía un infierno, pero por fidelidad a su querido Agustín, apenas reaccionaba contra su terrible hija. Solía refugiarse en casa de unos vecinos, junto a un frondoso parque, que eran enanos y eran siete: papá, mamá y sus cinco hijos.

Reina sin embargo logró su propósito de desembarazarse de su madrastra: terminó por volverla loca y hubo que internarla. En el manicomio Blanca Nieves se pasó el resto de su vida consultando a un espejo que pretendía era mágico, para saber por qué era tan bella y tan desgraciada.


De rodillas y con los labios siempre en forma de O

De chiquita siempre hubo que sacarle las cosas de la boca. Su padre fumaba de esos habanos de gran calibre y más de una vez, ya casi adolescente, sorprendieron a Elsa a punto de asfixiarse con alguno de ellos en la boca, por suerte no encendido. De nada sirvieron amenazas y castigos. La única hija de la familia Capuntas parecía obsesionada por todos los objetos cilíndricos como los habanos de Papá. Tenía que llevárselos a la boca.

Tiempo más tarde Elsa Capuntas se entregaba asiduamente al que iba a ser uno de los grandes placeres de su vida: la fellatio, término que le enseñó uno de sus iniciadores aficionado al latín. Cuando supo que todos sus conocidos y aun muchos desconocidos la apodaban con una sencilla variante de su nombre y apellido: El Sacapuntas, la verdad es que no le hizo mella. Como dicen los franceses (y eso se lo enseñó otro de sus iniciadores, muy afrancesado y gran lector de Pauline Réage): «su religión estaba hecha»; y ella cumplía con unción el ritual del culto al que tanto gusto le sacaba: de rodillas, con los labios en forma de «O» y, en medio, algún cálido objeto vivo y cilíndrico.


Elsa Brosocón Hiodelsa

Elsa pasó gran parte de su vida en posición horizontal o por lo menos en la cama, pero llegó a ser multimillonaria. De ánimo ecuménico, por su casa y por su cama pasaron hombres y mujeres, todos rendidos ante el encanto irresistible de cierta parte de su anatomía. Sobre ella y por ella inspiradas escribieron novelas, relatos y poemas escritoras como Ana Tomía, Ana Tómica y Ana Péstica (las dos últimas de origen serbo-croata). También escribió sobre Elsa, con el seudónimo femenino de Elke Thea Follad-Otanto, uno de sus amantes más constantes. El seudónimo lo usó por muchas razones; una de ellas fue que nunca le gustó usar su nombre verdadero y legítimo: Heldel Apichain Kahn-Sable, porque su origen judío le resultaba molesto. Un compositor de origen oriental, Selaak Ogid Hoalaelsa, le dedicó un largo poema sinfónico titulado «Ahess Avaj Ina», con una parte cantada en una misteriosa lengua hablada por muy poca gente de su país. Elsa Brosocón: yo de Elsa nunca me voy a cansar. Palabra de alguien que se llama Elfor «Nick» Ador. Pero de esas cosas mejor escribir poco. Y hacerlas mucho.

Elfor «Nick» Ador

Perry

Henry Toff descendía de una vieja familia de Nueva Inglaterra emparentada con los fundadores de la patria. Cuando anunció que se casaba con una muchacha de familia española, Elsa Aldero, su familia recibió muy mal la noticia y peor a su prometida. Como con el tiempo no se arreglaron las cosas y Henry disponía de dinero, decidieron irse a vivir a España. Poco antes de dejar los Estados Unidos, nació Perry, así llamado porque sus padres eran grandes admiradores del abogado Perry Mason.

En España fue Perry un chico tranquilo, muy de su casa. Adolescente tuvo un período difícil de indecisión sexual, pero pronto llegó a ser, como su padre, un joven apuesto y de apariencia viril. De su madre heredó el pelo rizadísimo, la piel oscura y los ojos muy negros. Al final de la adolescencia, sin perder su apostura, se había convertido en un muchacho muy peludo y velludo, y todo ello muy rizado. Aunque era delgado más de la cuenta, resultó muy seductor, pero inclinado hacia las mujeres mucho mayores que él. A los veintidós años dejó sus estudios para desesperación de sus padres y se fue a vivir con una mujer de sesenta y cuatro, que lo tuvo muy atado, muy mimado y le dio todos los gustos. Y de esa pasó a manos de otra y de esta otra a otra más... Y así vivió muchos años - pasando de vieja en vieja - como un animalito de interior Perry Toff Aldero.



De rodillas y con los labios siempre en forma de «O»

De chiquita siempre hubo que sacarle las cosas de la boca. Su padre fumaba de esos habanos de gran calibre y más de una vez, ya casi adolescente, sorprendieron a Elsa a punto de asfixiarse con alguno de ellos en la boca, por suerte no encendido. De nada sirvieron amenazas y castigos. La única hija de la familia Capuntas parecía obsesionada por todos los objetos cilíndricos como los habanos de Papá. Tenía que llevárselos a la boca.

Tiempo más tarde Elsa Capuntas se entregaba asiduamente al que iba a ser uno de los grandes placeres de su vida: la fellatio, término que le enseñó uno de sus iniciadores aficionado al latín. Cuando supo que todos sus conocidos y aun muchos desconocidos la apodaban con una sencilla variante de su nombre y apellido: El Sacapuntas, la verdad es que no le hizo mella. Como dicen los franceses (y eso se lo enseñó otro de sus iniciadores, muy afrancesado y gran lector de Pauline Réage): «su religión estaba hecha»; y ella cumplía con unción el ritual del culto al que tanto gusto le sacaba: de rodillas, con los labios en forma de «O» y, en medio, algún cálido objeto vivo y cilíndrico.

 

¡Publiqueso!

Queso Papo

Entre tantos talentos que tiene el amigo Alfredo Papo está su saber de quesos. Aficionado como es a los juegos de palabras, mató dos pájaros de un tiro uniendo en un queso su gusto por lo fuerte y un juego de palabras. Así nació un queso que cuando está curado - y en general antes también - da un aroma muy, pero muy penetrante. Como sabemos, el amigo Papo es un enamorado de la cultura y la lengua francesa de la que extrajo el principio mental de su juego de palabras: en francés de un olor fuerte se dice que «ça cogne», vale decir «pega fuerte». Pues un buen día, para su propio y doble placer, hizo fabricar el queso bautizándolo con su apellido: Queso Papo. Y la verdad es que dio el golpe con el queso, para honrarle el doble sentido del nombre. Hasta el día de hoy, sus amistades conocedoras de los exquisitos gustos de Alfredo, ríen a carcajadas cada vez que lo ven o lo comen. Dándole otro gustazo a Papo: el de crear la alegría a su alrededor.


Queso Nido

Nació como un desafío a Nestlé, la firma del nido de pájaros, realizado por un especialista en productos lácteos que dejó la casa por divergencias profundas en materia ecológica. Al mismo tiempo, el producto viene en caja, como un camembert, por ejemplo. Pero es caja con sorpresa: al abrirlo se oye un fragmento de un tema de jazz tocado por Sonny Rollins, admirado por nuestro especialista. Los milagros de la técnica moderna permiten escuchar casi un minuto de Rollins y la reacción de cualquier jazzófilo ante el gran saxofonista es de esperar: se queda admirado por el magnífico sonido de Sonny Rollins. El Queso Nido es un doble acierto, pero debo confesar que lo que más me gusta a mí es la parte sonora del asunto. Mi amigo, el especialista, lo sabe y no se lo toma a mal: él también está convencido de que no hay producto en el mundo que iguale el sonido de Rollins. No deje de probarlo: Queso Nido.


Queso Neto

En Brasil, país conocido por muchas cosas, pero no por sus quesos, un poeta bastante loco, de apellido Neto, ha fabricado un queso para amantes de la poesía. Ni que decir que a ese poeta -cosa rara, por cierto- le sobra el dinero, porque el producto sólo tiene salida entre algunos intelectuales y esnobs, aunque no se exporta mal, ya que el mundo está lleno de amantes del queso y de las curiosidades. La curiosidad de ese queso reside en que viene en cajas de maderas raras que llevan grabado algún soneto famoso o del gusto del poeta-quesero. El texto va grabado en la madera en portugués y en francés, lo que es una exquisitez más del quesero-poeta, ya que lo lógico hoy sería ofrecer una traducción al inglés. Los sonetos vienen generalmente de la literatura brasileña y portuguesa, pero también hay una serie de grandes sonetos clásicos, de Petrarca a nuestros días. Hay por ejemplo sonetos de Shakespeare o el famoso soneto de las vocales de Rimbaud. Y en algunas de las cajas aparece un soneto del poeta peruano del siglo XX, Américo Ferrari, que vive en la región de Ginebra y al que Neto conoció en uno de sus viajes. Esto habla bien claro del ecumenismo y la generosidad del brasileño. El inconveniente está en que las cajas del Queso Neto son caras y sólo se pueden conseguir por intermedio del poeta o en casas como la francesa «Fauchon», porque son pocos los distribuidores dispuestos a difundir un producto tan distinguido, exquisito y fuera de serie. Lo que sí le puedo asegurar es que ante una caja de Queso Neto, uno, que es aficionado a la poesía, no puede dejar de exclamar: «¡Qué soneto, este queso es un poema y el poeta-quesero también lo es!»

 

Crítica y otras alfamias literarias

Prières d'insérer

Hablarle a la pared

Adela Vida y Nadye Merres-Ponde: Hablarle a la pared, una novela que podría calificarse de neoquevediana, las picarescas, negras y goyescamente diseñadas aventuras de un sordomudo tan lleno de recursos como privado de oído y de voz, Nooy Enada.

Elba Rote o de la celda a la traición

Las trágicas vueltas de la vida de Elba Rote, que en su Alemania natal empezó participando espontánea y sinceramente en las manifestaciones en que se gritaba Besser Rot als Tot (Más vale rojo que muerto). Luego militó en la Rote Armée. Argentina por su madre, tuvo contactos con diversos grupos izquierdistas argentinos en los años 70. Viajó a la Argentina, durante la dictadura militar, para ver a su madre enferma, que había regresado a su país de origen. Al llegar, la metieron presa porque estaba fichadísima. Fue largamente torturada, enviada a un campo de concentración en el que «la dieron vuelta» y terminó de guardiana y feroz torturadora de sus ex compañeros de lucha. Una tía suya, Helga Rote-Wil, había sido guardiana de un campo de concentración en Polonia durante la segunda guerra mundial. Su padre, muerto en un accidente a finales de los años 60, había ganado mucho dinero especulando en Francia con alimentos y bebidas durante la ocupación alemana. Se llamaba Alfred Rote. Desde finales de los años 50, los amigos lo apodaban «Aba», por su parecido con Aba Eban, el entonces conocidísimo diplomático israelí. «Aba» Rote, al que su apodo no le hacía la menor gracia, enriquecido con sus negocios sucios franceses, seguía especulando en el mercado mundial de alimentos. Caída la dictadura militar argentina, se ha perdido el rastro de Elba Rote, de quien un ex compañero y víctima dijo esperar que «esté donde esté, el paisaje que vea le resulte una ventana de cárcel».

Elsa Tiri Cohn

Hija imaginaria de Petronio Tiri Cohn, conocido referí argentino de los años 40 y 50, famoso tanto por su elegancia como por su sutil arbitrariedad, que terminó costándole la carrera. Sin embargo, personalmente, aquello fue lo de «no hay mal que por bien no venga», desgracia con suerte: con el seudónimo de Petronio Arbitro publicó una novela, suerte de Satiricón moderno, pero no menos picaresco y picante que el original. Con una diferencia, empero, fundamental: Tiri Cohn describe en su libro el festín de Trimal Sion, un riquísimo y sibarítico judío turco, medio primo suyo. Los diversos manjares se dan siempre dentro de la más pura kashruth, ya que Trimal Sion era un depravado, pero no dejaba de ser un judío incapaz de comer de manera no ritual y puramente judía. Otra diferencia debida tal vez a la tradición de Israel: Trimal Sion no dice desatinos ni demuestra crasa ignorancia, sino todo lo contrario (ya era bastante insólito un árbitro de fútbol llamado Petronio Tiri Cohn, pero que demostrase en su libro una enorme dosis de cultura libresca y general...). Encolpo, Ascilto y Gitón, los protagonistas del original, se transforman en Engol Pebajo, Asal Toamano Armada y Jetón; Eumolpo aparece con el nombre de E.U. Moles, y todos son más o menos judíos, que salen de Turquía, para terminar sus viajes no en la Roma de Nerón, sino en la Buenos Aires de Perón, en medios judíos ashkenazíes y sefardíes, con algunas incursiones en la comunidad griega. Esto le permitió esbozar uno de los primeros retratos literarios del famoso y riquísimo Aristóteles Sócrates Onassis, judaizándolo con el nombre de Armando Barcos Sinavíos. Todo ello termina con el nacimiento de Elsa Tiri Cohn, su hija imaginaria, pues Tiri Cohn se inserta como personaje de su novela. Lo curioso es que en un medio como el futbolístico argentino de su época, el autor haya podido disimular su homosexualidad fundamental y su profundo asco por las mujeres, hasta el punto de imaginarse en el libro como una especie de Júpiter capaz de engendrar una hija sin tener contacto alguno femenino. Desde entonces, después de fallecer Tiri Cohn, se encontraron varios cuadernos de su diario íntimo, en que confiesa su frustración por no poder ser padre, lo que intentó varias veces con bastantes mujeres, a escondidas de sus diversos amantes y compañeros de vida, sin resultado. Recurrió también a diversos especialistas. La opinión más difundida es que quizá se tratase de un bloqueo psicológico y no de infecundidad biológica. Después de Elsa Tiri Cohn publicó muy espaciadamente una que otra novela, sin la envergadura de la primera. Hubo quienes pusieron en duda que fuera el autor de sus libros y hasta hubo quien negara que se llamase de verdad Petronio, como atestiguaban sus documentos. El insólito nombre de Petronio fue una ocurrencia de su madre, quien, más que aficionada al Satiricón, fue gran lectora y admiradora de dos argentinos con nombres en «-onio»: Macedonio Fernández y Celedonio Flores.

D. Sconfianza, sembrador de cizaña de Cue N'Tero

De la faja de presentación de una novela de gran éxito, D. Sconfianza, sembrador de cizaña, extraemos estas líneas «Tea Ruga Larropa, una mujer emprendedora, vive un típico drama de la incomprensión: nunca ha podido entender por qué no prospera su tintorería, a la que ha bautizado con su nombre y con tantas esperanzas. Sobre todo, enamorada como está de su amigo, D. Sconfianza, que tanto hace por ayudarla y es quien le ha aconsejado darle su nombre y apellido a la tintorería. A todo esto, Noé Strig Olimpio, viejo amigo de ambos, siempre dispuesto a hacer favores, como los entiende él, claro.» Tras el seudónimo africanizante de Cue N'Tero se oculta una gran novelista transexual Elem Bustero, antigua estrella de películas porno y autora de grandes ventas como Nunca la des nuda la verdad, Nudos gordianos y nudos flaquianos o Amín Omel Akuentan, novela negra con alma blanca y negros de Signios.

Travesuras y donosuras de un dúo de vividores: T.D.B. Di Nero y Notep Agaj Amás de Esteban Querorroba

«Tommaso Daniele Bernardino Di Nero vivió siempre de prestado y de expedientes. Sí, fue un funcionario modelo, pero con ciertos delirios de grandeza que lo llevaron a pedir mucho dinero prestado y...» Así empieza la apasionante historia de un hombre de la calle, que logró cierta notoriedad por su manía del empréstito a toda costa. Su compañero de aventuras -su compinche-, un gordo, simpático, dicharachero y pícaro egipcio, Notep Agaj Amás, es uno de los grandes aciertos de la literatura contemporánea. Una primera novela de un autor novel: Esteban Querorroba, que ha dejado sus florecientes empresas bancarias para dedicarse a la literatura. Se dice ya que es el Paul-Loup Sulitzer de la literatura castellana.

Santos laicos y olvidados

San Faina

Cuando uno entra en una pizzería porteña, lo que uno suele comer es pizza, naturalmente, pero también fugazza -que tiene una masa parecida a la de la pizza sobre la cual sólo se ponen cebollas cortadas (sin mozzarella ni tomates)-, sin olvidar la fainá, una torta chata de harina de garbanzos y aceite de oliva, que se cuece en el horno, como la pizza y la fugazza o figasa ou fugasa, y a la que muchos añaden por encima a la porción triangular de pizza o de fugazza. La palabra, según el imprescindible Diccionario del lunfardo de José Gobello, es de origen genovés. En el Río de la Plata se la oye acentuada tanto aguda, fainá, como llana, faina (sin el acento gráfico en la escritura). Los diccionarios castellanos no registran la palabra «sanfaina», sino «chanfaina» que en catalán se dice «samfaina» y que hemos oído en Buenos Aires en esta última forma.
Chántap Ufi: Impresiones de un lingüista, turista en Buenos Aires citado por Jesús Borrego Gil en Otras disquisiciones.


San Faina fue durante muchos años el santo patrono de los pizzeros de Buenos Aires y alrededores (los alrededores son un poco imperialistas e incluyen la orilla oriental del río color de león). Tuvo santuarios en toda la urbe porteña (y los alrededores imperialistas) y una catedral, Nuestra Señora de las Cuartetas, en la calle Corrientes. No han de olvidarse magníficas basílicas y modestas capillas: las del Beato Tuñín de la Boca, que eran de los dos tipos, por ejemplo. El culto tuvo durante largos años muchos humildes diáconos, si cabe la palabra, en la persona de los vendedores ambulantes, que andaban por los barrios con enormes fuentes redondas en la cabeza y levantaban sus altares en cualquier esquina y hasta en el medio de una cuadra, apoyando las fuentes en una mesa plegable y repartiendo las obleas a los fieles en plena calle.

Después se fue perdiendo el culto, desaparecieron gradualmente los diáconos, aunque no las capillas, basílicas ni la catedral. La culpa la tuvo un lengualarga que hizo público el que «samfaina» es una palabra catalana y que en castellano se dice «chanfaina» y... La intención del tipo era buena, pero hubo muchas vocaciones que flaquearon y desaparecieron. Eso sí, no logró dar por tierra con el culto en lugares cada vez más grandes, pero diversificados en materia de oferta. Los hay en que los fieles deben buscar con lupa la faina, pero nadie protesta ni da muestras de una indignación y un celo que en otras épocas hubieran sido mucho más evidentes.

Cabe añadir que muchos fundamentalistas se han encerrado en su torre de fainá o en algún inaccesible altar de la faina, cuando no han tomado el camino del exilio, lo que dificulta mucho la verdadera comunión. Los auténticos, los inconmovibles que se han quedado pese a todo, entiendo que ya no osan invocar tan abiertamente a San Faina como antes. Y aunque los santuarios aparentemente sigan abiertos al culto, muchos son los que les encuentran un tufillo de herejía cada vez mayor... Por mi parte, no puedo pronunciarme con certeza al respecto, ya que llevo veintisiete años de exilio.


San Borombón

Alguien dijo de San Borombón que era el santo más ruidoso y en todo caso su nombre parece un trueno. Sin embargo, la localidad argentina homónima -o casi- es de lo más tranquila, aunque no lo sean las diversas historias relativas al ruidoso santo patrono y muy llenas de misterio.

Se dice que hay tanto misterio porque era de origen bororo -esos indios que le inspiraron a Lévi Strauss, el antropólogo francés, sus Tristes trópicos-y venía del pueblo brasileño de Kejara. En la época en que lo beatificaron y luego encumbraron a santo, más valía ser blanquito que otra cosa. Además, hay quienes dudan que haya existido realmente y pretenden que el nombre se refiere a un negro llamado Sambo, que venía también del Brasil, y tenía mujer bororo. Parece que el Sambo era un negro muy devoto, que hizo algunas curas milagrosas y que desapareció o murió y de algún modo siguió viviendo en su mujer, la Bororo (que así le decían, porque nadie sabía su nombre). Esta, que nunca supo ni jota de castellano, después de la desaparición de su marido, se puso a hablarlo con una voz rara, pero muy parecida a la del desaparecido o difunto. También empezó a frecuentar la iglesia, cosa que nunca había hecho hasta entonces. Por otra parte, cuando a su vez murió, alguien bautizó una bombonería con el nombre de ambos: Sambo-Bororo-Bombón. El cartel se fue borrando con los años y cuando alguien intentó reconstruirlo, ya andaba la leyenda por la zona, con lo que quedó en San Borombón. Mucho, mucho después fue el proceso en Roma; si fue, porque es difícil creer que allí se decidieran a creer que alguien llamado así pudiera ser un santo ni tan siquiera un ser humano. Aunque quién va a negar que «San Borombón» tenga su música. Si hasta tiene una letra, que se la hizo un Señor Borocotó, famoso comentarista deportivo de la radio en Argentina. Hela aquí:

Por los foros de San Borombón
(o Son Borombón)

Boto Coto Foto
Koto Loto Moto
Noto Poto Roto
Soto Voto

Refrán
Lo mor ostobo sorono,
Sorono ostobo lo mor.
Lo mor ostobo sorono,
Sorono ostobo lo mor.
Sonoro San Borombón.

San Cocho

Mi amigo Cocho Madri Leño venía de una familia bastante acomodada, pero nunca se sintió a gusto en un medio burgués y según él, poco culto. Tempranamente -a los doce, catorce y dieciséis años- intentó fugarse, pero la policía siempre terminó dando con él y devolviéndolo a sus padres. Estos terminaron por aceptar que viviera solo, por su cuenta. Cocho se las arregló -a su manera- para seguir estudios de arte. Sedujo a una señora madura y adinerada que lo mantuvo durante años y fue poco exigente en materia de fidelidad. Así llegó a pintor -con cierto éxito- y a gran seductor -con éxito arrollador-; después, lástima, se convirtió en drogadicto y ahí terminó su carrera exitosa. El, que tanto quiso gozar de la vida, terminó solo, abandonado por todos y haciendo pucheros. No sollozando, sino literalmente de marmitón en una casa especializada en pucheros. A fuerza de ganarse el puchero de ese modo, terminó oliendo a puchero de enfermo, por lo cual perdió hasta ese último y humildísimo trabajo. Entonces tuvo una iluminación y empezó a predicar las virtudes terapéuticas del puchero, capaz de curarlo todo. Como lo hizo en el Buenos Aires de los años 90, en plena época menemista, hubo muchos que le creyeron. De nada valió que fueran muchas las víctimas de la dieta de pucheros, la gente necesitaba creer. Además, su doctrina del puchero gratis (había conseguido engatusar a algunas grandes fortunas) era una manera de fomentar entre los pobres una oposición al menemismo, cuya doctrina fundamental puede resumirse así: «Hay que ganarse el puchero sin hacer pucheros ni ascos.» Todo esto sucedió post mortem, pues San Cocho (ya era llamado así por sus fieles) desapareció o lo desaparecieron. En la Argentina de esos años podía pasar cualquier cosa, como en New Jersey -dicen despectivamente los neoyorquinos que en New Jersey puede pasar cualquier cosa y Woody Allen, neoyorquino hasta la médula, lo demostró con su increíble película, La rosa de El Cairo-. Lo cierto es que el culto de San Cocho Madri Leño sigue en pie, porque el puchero gratis es una cosa tan rara en esta época, que la gente hace cualquier cosa por ello. Ante los pedidos de canonización con todas las de la ley canónica, la Santa Iglesia sigue tan sorda como muda.

 

Cuentititos

Un hombre tan correcto

Era un hombre tan correcto, mesurado y formal que hasta agradeció el haber muerto temprano, antes de que fuera demasiado tarde.

Foto Norberto GimelfarbⓒMario Camelo

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