Ángeles desnudos

remy durand 001Selección del poema para Aurora Boreal® por el autor.

 

Rémy Durand: Venezuela, 1946, en aquella América indo-afro-europea que ha dejado en su vida huellas profundas.Pasa su niñez en Venezuela, abrazando el español de América del Sur y sus resonancias. Alumno en la escuela primaria del Liceo La República de Caracas. A los diez años sale para Francia y de ahí se marcha para África, en Dakar. Estudia en el prestigioso liceo Van Vollenhoven y en la Facultad de Letras de la Universidad donde consigue la licenciatura en literatura francesa e hispánica. Crea el Théâtre des Étudiants (Teatro de los estudiantes). Como director escénico y actor presenta varias obras del repertorio del teatro Francés contemporáneo. Sale del Senegal en 1968 y se gradúa con una "Maîtrise" (Magister) en estudios de dramaturgia en la Facultad de Letras de Aix-en-Provence en Francia. En 1970 se gradúa con el "concours" CAPES en letras modernas. Hace mucho tiempo que los caminos lo llevan al diálogo de culturas : desde 1974 trabaja en las Alianzas Francesas, sucesivamente en Colombia, India, Ecuador e Irlanda, para promover la Francofonía, la lengua y la cultura francesas, también la cultura de cada uno de los países donde ejerció, en búsqueda de este mestizaje cultural que fundan la grandes civilizaciones. De 1995 a 2009, es Director cultural en la "Inspection académique" de la Provincia del Var, en Toulon – Francia. Rémy Durand publicó poemarios, ensayos, relatos, novelas cortas, artículos de crítica y dió conferencias sobre la poésia francesa. Ha colaborado a revistas, periódicos y antologías: SUD (Marseille), Voix d'Encre (Carpentras), Poésie 1 (París), La Lettre sous le Bruit, Lou Andréas (La Seyne-sur-Mer), Le Printemps des poètes dans les collèges du Var (Antologías, editorial les Cahiers de l'Egaré, Le Revest-les-Eaux, 2000 à 2005), Poésie des deux Rives (Antología, Nice 2004 à 2008), Le Lézard amoureux (Antología, 1996 à 2005). Participa en Fiestas de Libros, al Printemps des Poètes (« Primavera de los Poetas ») y a las Nuits de la poésie. (« Noches de la Poesía") de La Seyne-sur-Mer. Crítico de arte, crítico literario, publicó numerosos artículos en la prensa latino-americana : El Espectador, El Tiempo, El Diario del Caribe (Colombia), El Comercio y Hoy (Ecuador). Ver http://remydurand.com/biblio2.htm Creó en Quito los « Jueves poéticos », y en Dublín los "Poetry Thursdays", invitando a los poetas de estos países para lecturas de sus poemas. Fundó en 2001 en Toulon la Asociación Gangotena (organización de encuentros de poetas). Fue el colaborador y traductor de una antología de poetas ecuatorianos contemporáneos « Apartar lo blanco de la luz » « Séparer le blanc de la lumière » 33 poetas ecuatorianos del siglo XXI, publicada en Quito en noviembre 2011. Ver : http://remydurand.com/anthologie.htm

 

 

ÁNGELES DESNUDOS

 

     ELLA

De seda las sábanas, de seda los cojines, de la más fina, de la más ligera, como una humilde caricia de viento, una noche de verano.
Ha cerrado las cortinas de seda roja que caen al suelo. Parece que flotan y que una imperceptible respiración las conmueve.
De seda también los pañuelos y las grandes bufandas que se encuentran sobre la cama, de seda los cabezales y las almohadas .
Se tendió de espalda, los brazos a lo largo del cuerpo, las palmas de las manos hacia el espejo del techo.

Sabe que hoy eso va a ocurrir.
Es el día.
Esta vez, ella sabe.

Pliegues de seda anaranjada cubren su cuerpo desnudo. Dejó correr sus cabellos rubios que abrigan las telas y sus senos, pequeños senos-limones que uno puede imaginar suaves y redondos.
Su cuerpo es fino, joven, sus caderas son como una ánfora encontrada en un galeón en el fondo del mar que hubiera contenido vino del mejor viñedo.
Su vientre es plano, pero lo justo ovalado, con repercusiones de escalofríos solicitando labios. Más bajo, una V invertida, valle de oro donde reina una piedrita de oro, humana, tan humana.

Sabe que eso debe ocurrir.
Es el día.
Quiere honrar a la que debe venir. Ha escogido seda, seda burdeos, seda púrpura. Ha escogido toda clase de sedas, seda satén, tafetán, seda levantina, seda surah, ha escogido gasas y muselinas, sedas de Italia, sedas de Asia laminadas en plata y oro, seda del Mahārāstrā y también de Amādābād.

Su cara brilla. Un resplandor ópalo que nace de sus ojos. Tienen el verde de los lagos de Irlanda, el de los lagos de los Andes en la falda de los volcanes. Tienen el verde de la mirada de las vírgenes de las iglesias de Cuzco, el verde de las que visten faldas ornadas de piedras preciosas que se llaman chalchilhult, el verde de la diosa de las aguas.

Espera.
El agua.
Piensa que llegó el momento. Sus ojos brillan de felicidad. Su cuerpo se estremece. Sabe que el agua viene.
Bajo el velo de seda, su cara. Extrañamente, una cara de noche,. Una cara doblada, arrugada como una tela. Una cara de noches de antaño, hace siglos, y tal vez aún antes de los siglos. La piel de su cara se puso casi transparente, y deja nacer arruguitas de sangre, que cavan más las arrugas y los pliegues que están engarzados en ellas, toda una arrugadura de cara como un pergamino que el menor roce desmiga.

Entonces, es el instante. Es el momento. El agua viene.
De sus piernas, de su vientre, de todo lo largo de su cuerpo el agua viene. Mana por pequeñas gotas tibias, lentamente, con lenta determinación, su cuerpo se viste de gotitas que forman minúsculos rocíos de un óvalo perfecto, que poco a poco se amplían y corren y se derraman. Cada gota se reune con otra, ahora son discretas fuentes que inundan su cuerpo, las sábanas, las sedas. El agua le pertenece, ella pertenece toda entera a esta agua que mana de su espíritu y de su cuerpo.
Sonríe. El día llegó, por fin. Desea la eternidad de esta agua que la envuelve. Es una agua clara, suave, quizás ligeramente salada, quizás dulce-amarga, una agua que huele a montaña y a mar.

Ya no espera. El agua está aquí, en ella, alrededor de ella, que brilla de certeza. Pronto corre por el suelo, y llena el cuarto. Pronto alcanza el nivel de la cama, luego más alto todavía, luego más alto todavía. El agua está aquí, la envuelve toda entera. Alcanza el nivel de la cabecera.
Entonces, en la transpariencia perfecta de esta agua, su cara perdió la edad. Ella respira lentamente. Se siente bien. Es feliz. Su cara es lisa como la de una joven, es suave como su vientre, suave como seda.

En la superficie del agua, unas pequeñas llamas espejean como fuegos fatuos. Entran en el agua y dibujan espirales. Ella las mira, intensamente.

       EL

El hombre está tendido de espalda, las piernas sueltas hasta el pie de la cama, los brazos a lo largo del cuerpo, las palmas de las manos hacia el espejo del techo.

Sabe que hoy eso va a ocurrir.
Es el día.
Esta vez, él sabe.

Es todavía joven. De miembros largos, los brazos sobretodo. Guardó en el brazo derecho la pulsera de plata incrustada de ébano de sus dieciocho años, comprada en el mercado moro de Dakar.
Guardó la cadena de oro que lleva el medallón de la Virgen de Coromoto, la de la iglesia de su barrio en Caracas.

Sabe que eso debe ocurrir.
Es el día. Quiere honrar al que debe venir. Prendió la lámpara india cuyos recortes en la pantalla misma proyectan hacia el techo nubes un poco malvas, nubes bien llenas que se parecen a las de Roma, de noche.

Su cara brilla. Un resplandor claro, que nace de sus ojos.

Espera. El fuego. Piensa que llegó el momento. Sus ojos brillan de felicidad. Su cuerpo se estremece. Sabe que el fuego viene.

Pero su cara es la de una noche sin tecolote. Una cara de viejo, cuya piel no es más que fruncidos, repliegues, pliegues apretados junto a los labios, pliegues huecos en el cuello, pliegues redondos bajo los ojos, con una depresión de ojeras negras, como si no hubiera conseguido dormir desde demasiadas noches largas. Una cara de noches de antaño, hace siglos, y tal vez aún antes de los siglos. La piel de su cara se puso casi transparente, y deja emerger arruguitas de sangre, que cavan más las arrugas y los pliegues engarzados en ella, todo una arrugadura de cara como un pergamino que el menor roce desmiga. Su cara no es más que un viejo libro del cual el tiempo hubiera amarillado y manchado las páginas.

Entonces es el instante. Es el momento.
Viene.
Nace al borde del cuadro, una obra del pintor Voroshilov Bazante que evoca el pueblo de Guápulo cerca de Quito.
Son muy pequeñitas llamas, que al parecer no queman el lienzo, fluidas y flotantes.
Las llamas se adelantan de un borde al otro, sin jamás ampliarse, y desprenden un perfume de arco-iris.
Y luego eso viene de él también. De sus piernas, de su vientre, de todo lo largo de su cuerpo el fuego viene. Mana en llamitas tibias, lentamente, con lenta determinación, su cuerpo se viste de llamas que forman un círculo alrededor de su cuerpo. Poco a poco se amplían y corren y se extienden. Cada llama se reune con otra, ahora son discretas fuentes de fuego que inundan su cuerpo, las sábanas, la cama entera. El fuego le pertenece, él pertenece a ese fuego que mana de su espíritu y de su cuerpo.

Sonríe. El día llegó, por fin. Desea la eternidad de ese fuego que le envuelve. Es un fuego claro y dulce, un fuego que huele a viento y a mar.
Ya no espera. El fuego está aquí, en él, alrededor de él, que brilla de certeza. Óyese decir la tierra me pertenece. Pronto el fuego corre por el suelo, y llena el cuarto. Pronto alcanza el nivel de la cama, luego más alto todavía, luego más alto todavía. El fuego está aquí, recubre su cuerpo. Alcanza el nivel de la cabecera.
Entonces, en la transpariencia perfecta de este fuego, su cara perdió la edad. Respira lentamente. Se siente bien. Es feliz. Su cara es lisa como la de un joven.

A la superficie del fuego, espejean pequeñas gotas de agua, como llegadas de nymphéas. El los mira, intensamente.

 

Este poema ha sido escrito en octubre 2003 en ocasión de la exposición "El agua y el fuego" en la Casa de las Artes en Carcès (Provincia del Var, Francia) y publicado en el catálogo de la exposición.
Segunda edición en marzo 2008, editorial Les Amateurs maladroits (La Seyne-sur-Mer, Provincia del Var, Francia).

 

El poema Ángeles desnudos enviado a Aurora Boreal® por Rémy Durand. Publicado en Aurora Boreal® con autorización de Rémy Durand. Foto Rémy Durand © Guy Thouvignon.

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