Armando Romero

armando_romero_022Tres poemas de Armando Romero. Selección del autor para AURORABOREAL

EN VENECIA
A Claudio Cinti


Colecciono ruidos
desde mi cuarto
en el apartamento
de Claudio Cinti.
Detrás de la ventana,
en la calle adyacente,
todo viene en concierto
como una sinfonía.
una obra de teatro,
sin fin ni principio,
argumento o actos.
Alguien canta, otro silba,
un diálogo pasa, se detiene.
Repiques de botellas,
golpes de metal
en puertas que se abren.
Palabras que no entiendo,
dialecto veneciano.
Una voz de mujer alarga
las vocales, cadenciosa.
Otra es cortante,
cantarina.
Grave el acento
de un hombre que ríe.
Las ruedas de las maletas
se detienen.
Pero siempre pasan.
Tal vez eso por fin
es la vida,
lo que va por detrás
de la ventana
cerrada.

ARMANDO ROMERO, (Cali, Colombia 1944). Perteneció al grupo inicial del nadaísmo en Cali. Master y doctor en literatura latinoamericana de la Universidad de Pittsburgh, Estados Unidos. Viajó y residió en varios países de América, Europa y Asia, entre ellos México y Venezuela. En este país fue promotor cultural, editó libros, hizo cine. En Grecia escribió su primera novela, Un día entre las cruces (1993) y el libro de poemas, Cuatro Líneas (2002). Traductor e investigador, ha sido distinguido con el título de Charles Phelps Taft Professor de la Universidad de Cincinnati, donde es profesor de literatura latinoamericana.

EL AGUA EN LOS
TECHOS DE FOLLINA
A Giandomenico Tono

Suspendida,
el agua en los techos de Follina
espera paciente
que la tarde
la transforme en lluvia.

A veces
una gota aventurera
se pasea por las calles,
o un destello
salpica los cristales.

Detenida,
el agua en los techos de Follina
espera ese silencio
que baja por las colinas,
rodea la plaza,
silba por las piedras
de la abadía,

y hace justicia
a la certidumbre de aquellos,
que en íntima vespertina
la ven caer,
rozando
la nostalgia.

armando_romero_021LANCE

 

Éramos niños
y le tirábamos al sueño
argollas de metal
para ver si lográbamos
embocarlo.
Eran unas argollas grandes,
herrumbrosas,
donde habíamos encadenado
con letras claras
nuestros deseos
como aventuras.
Por eso hoy,
cuando camino
por dentro de las aguas
transparentes
de un canal de Venecia,
con una botella
de vino blanco en una mano,
y un mapa deshaciéndose
en la otra,
rumbo a casa de mis amigos,
siento que una de las argollas
por fin entra a su sitio
y que ya no será necesario
despertar.

 

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