Marcela Arias Garzón - Poesía

marcela arias 250Selección de poemas por Marcela Arias Garzón

 

CUARENTENA

Tengo una ciudad adentro con amplios bulevares donde pasean los pudores
y callejones oscuros donde aguardan mis pecados
Tengo parques con columpios y subibajas donde se divierten inocencias
y desaciertos como edificios a cuya sombra crecen mis miedos
Y tengo también vidrieras a cuya luz se entretienen las risas
Y más allá
Tengo un palo de mango en el que guindo una hamaca para mecer mis recuerdos
Y un sendero en la playa como un amor sin destino
Un mar que se lleva mis culpas
Y una montaña en la que soplan vientos para elevar rebeldías

 

REQUIÉM

Con la meticulosidad de un joyero momposino, Mariano se había dedicado a elaborar la filigrana de sus aventuras. Tenía, aprendido con la yema de sus dedos, el mapamundi de mil cuerpos con sus geografías. El valle de vientres cóncavos, convexos; la cadencia de caderas enjutas, amplias, tímidas, vibrantes; el placer de pequeñas colinas y senos generosos. Conocía todos los tonos del placer en quejidos, voces exaltadas, silencios monacales, blasfemias, risas y hasta alguna disquisición filosófica.

Desde el comienzo, cuando aprendió qué palabra, qué gesto, qué momento, supo que el corazón estorbaba en su estrategia y podía entorpecer la fácil seducción que le era hoy tan natural como cada bocanada de aire que tomaba al respirar.

Así, mientras el mundo derrocaba gobiernos, cambiaba fronteras de papel, enterraba ídolos, descubría vacunas y de paso enfermedades nuevas, él ampliaba su colección particular de besos, pieles y de huidas.

Un día cualquiera, el corazón de Mariano se deslizó a hurtadillas de su pecho. Cansado del anonimato, de ser espectador inmóvil, del autismo emocional que le había sido impuesto, quiso, con lo últimos fueros de un condenado a muerte, recibir de frente el golpe de los sentimientos para estrenar su vida. Dicen unos que recibió una embestida noble y explosiva, otros que se convirtió en insecto sideral.

Mariano siguió con su rutina de amores inútiles sin saber nada de lo acontecido en su interior. Solo a veces sentía un vacío, un frío de soledad donde alguna vez estuvo su corazón y que Mariano sabiamente atribuyó, y sin mayores aspavientos, a una angina de pecho.

 

Caos O´Clock

Asfixia
inapropiada lentitud en que se mece
adormecida y perpetuante,
nos ahoga
con incertidumbre inerte se desliza por la piel
y la penetra
se apropia con malicia del reloj
y nos envuelve
nos turba
nos tiene
nos desvela
satíricas sonrisas
Tic-tac
y como siempre
la inagotable
insufrible
cáustica
y mortal
espera.

 

HIDRA DESCOMUNAL

Una hidra descomunal de lengua inquieta y manos negras
un nombre impronunciable
como no se invocan los malos espíritus
repta
por campos y montañas
llevándose Líderes
Negros
Negras
Mestizos
Mestizas
Campesinos
Campesinas
Nasa Páez
Emberas
Kogui
Awá
¿A dónde van a parar esas voces de los que alzan la voz por los que no la tienen?
acaso al cielo oscuro y sin estrellas
a un cráter sin eco
a un vacío en el pecho colectivo donde se convierta en grito a mil voces
a al hoyo profundo de un país sin memoria

 

La Jose

La pierna de Josefa no estaba y yo insistía en encontrarla debajo de una cama, en mi caja de juguetes o en algún rincón de la casa, como sucedía con alguna muñeca extraviada. Josefa, una mujer de mediana edad, robusta, sonriente y dicharachera, era empleada en casa de mis padres cuando vivíamos en Bucaramanga y tenía yo cinco años. Ella ejercía con propiedad y eficiencia los oficios domésticos, con el gran mérito de hacerlo blandiendo un par de muletas con habilidad de malabarista y alguna ocurrencia a flor de labios. En no sé que circunstancia La Jose había perdido su extremidad derecha. Desde la inocencia de mis años, perdido era extraviado como algún chiche y algún día habríamos de encontrarla.

Un cualquiera de juegos infantiles frente a la casa, mis vecinas las Díaz a quienes recuerdo lindas, altaneras y un poco mayores que yo, me presentaron a sus mascotas. Un sapo que recuerdo inmenso y que sacaban muy orondo a pasear su fealdad con todo y lazo rojo. La otra era una tortuga marrón que personificaba el infinito aburrimiento. Fue esta última la que dio luz al gran misterio ¡La pierna de Josefa era retráctil! Así nada más, como la cabeza y extremidades de ese triste animal prehistórico.

A la mañana siguiente vi a La Jose trapeando, era el momento de confirmar mi teoría. Me agaché a atisbar bajo su falda oscura la pierna recogida. Lo que vino entonces fue un caos de muletas, agua jabonosa, trapero enredado y un balde rodando a merced de nuestros fallidos intentos por reincorporarnos.

De mi curiosidad quedó un morado en la pierna existente de Josefa, la anécdota que por fortuna ella recordó siempre con cariño y simpatía y mi infantil misterio sin respuesta alguna.

 

Migrante 1

Las montañas que deslizan
al valle de mi vientre
el vértigo
del monte de venus,
caverna ecuatorial,
fuente de efluvios
y el sendero feliz
de la oreja
al hombro
al valle de mi espalda
al universo de mi cadera
y a tus piernas
que fueron cerco,
abrazo.
Ese fue
un día,
tu territorio feliz.

 

 

marcela aria 351Marcela Arias Garzón
Colombia. Comunicadora Social con énfasis en Publicidad de la Universidad Javeriana, Colombia,  hizo un diplomado en Habilidades de Negociación en la Universidad de los Andes, Colombia. Trabajó en prensa en RTI Televisión y Proyectamos Televisión y en el periódico El Meridiano de Córdoba en Montería, Colombia. Es activista por los derechos humanos y actualmente es traductora de inglés.

 

 

 

Selección del material por Marcela Arias Garzón. Enviado a Aurora Boreal® por Marcela Arias Garzón. Pubicado en Aurora Boreal® con autorización de Marcela Arias Garzón. Fotografía de Marcela Arias Garzón © Marcela Arias Garzón.

Suscríbete

Suscríbete a nuestro boletín y mantente informado de nuestras actividades
Estoy de acuerdo con el Términos y Condiciones