La pareja extranjera

gabriel uribe 003

Inédito

A Mario González
In memoriam

 

 

PRIMERA PARTE

La mujer y el hombre van en el bus, confundidos con los otros pasajeros. Pero se ve que es una pareja de extranjeros. Gordos, grandes, voluminosos y orondos tienen el aire de estar ya jubilados. En un momento dado, por molestarlos, porque ve que se asustan fácilmente, el conductor se hace el borracho. La pareja está muy asustada, la gente ríe. La mujer obliga a su marido a reaccionar y éste hace que el chofer se detenga, duerma un poco mientras le pasa la rasca. La gente ríe, divertida. Pero se cansan de esperar. Protestan. El chofer hace como si acabara de despertar, fresco, y continúan el viaje.

 

 

SEGUNDA PARTE

Llegan al pueblo. Los extranjeros se instalan en el hotel. En la planta baja hay un café donde el chofer, muerto de risa, cuenta lo que pasó con la pareja. La noche cae.

La pareja está arriba, pero el ruido no los deja dormir. Deciden bajar. Entran al café: No hay sino hombres. Se instalan en un rincón. pero el chofer, que está todavía ahí con amigos, los descubre y los llama a su mesa.

 

TERCERA PARTE

La pareja deja los nervios, se ven muy confiados. Uno de la mesa saca el revólver para revisar si tiene todas las balas en su puesto y la pareja se asusta. El hombre (recordando la historia del chofer) decide meterles miedo, dice que con ese revólver va a matar a un fulano. Sin dejarse descubrir, los de la mesa se divierten del susto que está pasando la pareja. El chofer, para echarle pimienta al asunto (es un cómico empedernido), agrega que su amigo va a matar al que le quitó la mujer: cuestión de honor. La pareja interviene, muy alarmados los dos extranjeros, para hacerle ver al tipo que eso no vale la pena, la vida de un hombres es cosa preciosa. Pero el chofer sigue echándole leña al fuego, dice que eso es cosa rápida, su amigo va, lo mata y regresa a seguir bebiendo con ellos. Las cuentas de honor más vale saldarlas rápido, si no el burlado se vuelve un sinvergüenza.

Pasan un buen rato en eso. Se ve que se están divirtiendo más que nunca con la pareja, tan asustados. Los del pueblo jugando a fondo el papel de bárbaros, de gente sin alma; los extranjeros, el de personas muy civilizadas, se muestran siempre razonables. La pareja se empeña en dar lecciones de humanidad.

Gabriel Uribe Carreño. Colombia 1947. Reside en Francia desde 1980. Obras: Maquiavelo en Verona, (1998) novela histórica ambientada en el Renacimiento, El último retrato de Cecilia Tovar (2006), FOMINAYA (2010). Nicolás Maquiavelo: La conducta de los poderosos (2006), El encuentro de Benidorm (2012).

La mujer interviene de pronto, con decisión de matrona, diciéndole al del revólver que un hombre guapo como él, tan buen mozo, puede conseguir otra mujer y ser feliz, y el del revólver durante un segundo no sabe qué hacer, pero el chofer interviene a tiempo diciendo que el del revólver no consigue ni una y a la mujer la cosa debe parecerle exagerada, porque se queda mirando al tipo y sacude de un lado a otro la cabeza, se ve que lo encuentra apuesto. El del revólver, ya en esa vía, decide él también exagerar y dice que ni las feas del pueblo quieren nada con él. El chofer inventa una historia según la cual el del revólver cortejaba a una vieja que se acostaba con todo el que le hacía una seña, y que a él, en cambio, le dio con la puerta en las narices. Si al menos esa mujer, esa vieja lo hubiera aceptado, dice el del revólver, el tipo que le quitó su mujer se hubiera salvado. Vivir sin una mujer para de vez en cuando es un infierno, dice el chofer. Y el del revólver insiste en que si al menos la vieja aquella hubiera ido una sola vez con él... pero nada, y él no soporta más. Alguien tiene que pagar por esa injusticia, y ese será el desgraciado que le quitó su mujer. Hace ademán de irse mientras dice que lo esperen, que él vendrá en seguida para seguir bebiendo con sus amigos.

El chofer (reteniendo la risa: está que no puede) le dice que vaya rápido y después les cuenta. La pareja está aterrada, lívidos, parecen estatuas. El marido respira muy fuerte y la mujer saca un pañuelo, se lo pasa por la cara, lo pone en medio de sus voluminosos senos. Los de la mesa se frotan las manos imaginando que, dentro de un rato, el relato que el del revólver hará (con ayuda del chofer) les pondrá los pelos de punta a los extranjeros: se van a morir de la purita impresión.

Pero entonces la pareja interviene, decididos a tomar cartas en el asunto, se sientan a lado y lado del hombre, no lo dejan levantarse. Los dos extranjeros se hablan, en su extraña lengua, como discutiendo entre ellos por encima del otro y al fin el marido parece estar de acuerdo, y entonces es ella la que habla: le pregunta al del revólver que si la acepta, y sin esperar respuesta le sigue hablando, le dice que está de acuerdo en ir con él, con tal que deje al otro hombre con vida. El del revólver la mira sorprendido y hay una pausa tensa. Pero el chofer dice que no es lo mismo, la señora ni sabe cómo son las mujeres aquí, de veras calientes, y las cosas que éste le haría (señala con el gesto al del revólver) ella no iba a aceptarlas. Pero la mujer dice que eso será lo de menos, ella hará todo lo que le pidan con tal que el del revólver deje al otro con vida. En este momento, ante la decisión de la mujer (tiene los maxilares apretados, como si hiciera un esfuerzo supremo), el del revólver la mira con interés y comienza a pensar en la ocasión que se le presenta; decide de golpe aprovechar la resolución de la mujer que, mirándola bien, no está mal. El del revólver dice que está de acuerdo.

Pero el chofer revira inmediatamente (quiere seguir divirtiéndose), alega que aquí no hay un sitio a donde puedan ir, hay mujeres que lo hacen en el potrero pero una señora como ella no querrá ir por allá. Pero la mujer, que ha visto la manera como el del revólver la ha mirado, dice que sí, que si las mujeres de aquí lo hacen por qué no podrá hacerlo ella. Irá al potrero, como las otras, hará lo que hacen las de aquí, pone una cara heroica de mártir resignada. Entonces el marido se opone. Hablan largamente de nuevo los dos en su lengua y todos esperan, hasta que finalmente la mujer les dice que ellos (la pareja) proponen que la cosa se haga allá arriba, en su pieza de hotel. El del revólver está de acuerdo, pero tiene que ser en seguida porque no se le han quitado las ganas de matar al otro. El chofer pone un último obstáculo, les dice que tendrán que consultar con el patrón del hotel. Los extranjeros lo mandan llamar. Viene el dueño y ellos le hacen la pregunta, que si pueden utilizar la pieza, y le dan a entender de qué se trata. El dueño los mira, extrañado, guarda silencio un momento, luego les advierte que las camas son sólo para dos personas (de sexo opuesto, les insiste), lo que pase dentro de la pieza a nadie le importa. Y se va.

El chofer se resigna, ha perdido, el juego paró ahí en eso. Pero en cambio ahora es el marido quien fija la condición definitiva: el hombre tiene que dejar el revólver. El hombre se niega a deshacerse de su arma, y el marido y la mujer discuten otra vez entre ellos, se ve que el marido no acepta que su mujer vaya con un hombre armado. Ahora es la mujer la que interviene ante el del revólver, diciéndole, casi implorándole que deje de una vez el arma y el chofer aprovecha para intervenir, de manera más firme que antes como si tuviera en eso un interés propio, aclarándoles que el del revólver desde que era un chiquitín así de grande ya andaba armado, así que quitarle el arma es como quitarle la mitad de la vida. El marido no da su brazo a torcer, la mujer está cada vez más apurada por irse con el hombre, el chofer se divierte con el cambio de situación y del revólver, ya sin ocultar las ganas de irse con la extranjera, propone dejar las balas y llevarse el arma : vacía en seguida el tambor, las cápsulas quedan regadas sobre la mesa.

Pero el marido, como arrepentido de todo lo que consintió al comienzo y tratando de evitar que su mujer se vaya con el otro, se niega, no acepta: que el hombre deje su arma, insiste. Ahora hay una escena sorda entre la pareja, se disputan amargamente, el marido se mantiene reacio, la mujer se amarga, lo apostrofa, le dice cosas que nadie entiende, pero todos ven cuando el marido enrojece, y los de la mesa siguen muy pero lo que se dice muy divertidos con lo que está pasando, sobre todo el chofer. Menos el del revólver, claro, que ahora sólo quiere irse a acostar con la mujer. Para cortar la discusión interminable de la pareja el del revólver pone intempestivamente el arma en la mesa. La mujer aplaude, eso es ser razonable. Entusiasmada, besa al marido, le acaricia con un gesto rápido el pelo como a un chiquillo, feliz, y, agarrando al hombre resueltamente de la mano se lo lleva. Salen.

 

CUARTA PARTE

gabriel uribe 015La mujer regresa, sola, cuando ha pasado cierto tiempo. Los de la mesa se animan, esperar reanudar de algún modo la diversión. Hablan los dos extranjeros, el marido se queda muy serio. El chofer pregunta qué pasa y la mujer dice que el hombre insiste, allá arriba, en pasar toda la noche con ella, no quiere dormir solo, lleva mucho tiempo durmiendo solo, como un perro, no puede más. Los de la mesa están a punto de soltar la risa. Pero se quedan serios. La mujer habla, explica en su lengua, pero el marido sigue mudo, no quiere abrir la boca. Decidido a poner la diversión en movimeinto, el chofer le propone al extranjero que beba algo, que él lo invita, mientras vuelve la señora. Apenas el del revólver se quede dormido, agrega, ella se viene y aquí, entre amigos, pueden pasar todos el resto de la noche, mientras el otro duerme allá, les dice, sin peligro ya para el que le quitó su mujer. Lo más importante es que gracias a ellos, le recuerda al marido el chofer, en este pueblo se ha evitado un crimen. La mujer lo anima también, que le haga caso al señor chofer, y el marido acepta finalmente, y piden bebidas, todos aplauden, y la mujer, sonriente, contenta de que todo se haya resuelto tan satisfactoriamente, se va de nuevo a la pieza de arriba.

Beben los de abajo sin hacer bulla para que no se despierte el hombre, si ya se durmió, o para que se duerma rápido si todavía está despierto. Pero poco a poco el extranjero con la bebida se va animando y ya no le importa hacer ruido, cuenta cosas, habla de su magnífico país y todos lo oyen, de su tierra donde todos son tan buenos trabajadores y nadie aguanta hambre ni se mata a nadie por celos, lo escuchan lelos, y él los invita a beber a todos, y el café es como una fiesta. Nadie vuelve a pensar en lo que pasa allá arriba.

Cuando la mujer vuelve al café ya no hay nadie. Su marido está dormido en una silla y ella trata de despertarlo; pero es inútil, está borracho. Ella siente por primera vez el asco de acercarse a un tipo oloroso a licor. Se sienta sin embargo. Maldice su suerte. Pero no se resigna a pasar ahí la noche. Además, allá arriba quizá el hombre vuelva a despertarse. Ante el recuerdo del rato que ha pasado con él, se ánima, se entusiasma de nuevo y sube con decisión. Su marido sigue durmiendo.

 

QUINTA PARTE

La pareja está haciendo la maleta, por la ventana ven pasar al del revólver llevando del brazo a su mujer, van con sus hijos. Comprenden el juego de que han sido objeto, se recriminan mutuamente, echándose en cara la culpa, ella lo acusa de testarudez y arrogancia, de falta de solidaridad; él de disfrazar en actos humanitarios una manera de calmar sus ganas, y de irse a dormir con el primero que le hace señas, y así continúan; sus voces agrias salen por la ventana.

Ya en el bus, parten. El chofer esta vez va muy serio. El bus da la vuelta por la plaza. En una esquina está el del revólver conversando con amigos, ve a la mujer en la ventanilla del bus y se quita el sombrero, le hace un saludo galante con una gran sonrisa. La mujer se pone colorada, se emociona, baja la cabeza. El marido mira hacia otro lado.
El chofer sonríe, pero parece cansado, se ha divertido mucho anoche con la pareja de extranjeros. Sigue el bus su camino. La mujer saca la cabeza y mira hacia atrás haciendo adiós con la mano, y así se queda, largo tiempo, haciendo adiós, hasta que desaparece el pueblo.

 

La pareja extranjera enviada a Aurora Boreal® por Gabriel Uribe. Publicado en Aurora Boreal® con autorización de Gabriel Uribe. Foto Gabriel Uribe © Gabriel Uribe. Foto Nr. 2 Gabriel Uribe con su amigo de toda la vida, Mario González (q.e.p.d) © Cortesía Gabriel Uribe.

 

Suscríbete

Suscríbete a nuestro boletín y mantente informado de nuestras actividades
Estoy de acuerdo con el Términos y Condiciones