El huésped

eduardo frank 001El coche llegó a su destino. Al pasar por el frente del Edén vieron allí estacionado el brilloso e imponente Mercedes Benz, regalo a una profunda amistad. El coche dobló por el costado del edificio y paró frente al pequeño boulevard de la fuente. Los pasajeros permanecieron unos segundos sin moverse, en silencio. Pareció que el tiempo se había detenido de pronto para ellos.
Habían venido desde la costa, en un punto confidencial a ochocientos kilómetros de la capital, trazado en secreto de antemano, y luego de bordear el Rio Grande de Punilla al este de la ciudad, el auto que los recibiera había continuado por la elevación entre los dos cerros, El Cuadrado y La Banderita, en el cordón montañoso de Sierras Chicas. El hermoso paisaje, familiar para casi todos los visitantes, estaba empedrado de recuerdos de tiempos mejores antes del desastre total.
Al cabo de unos segundos, los hombres y la mujer salieron a la fresca tarde primaveral de La Falda. Dos de los hombres asieron al tercero por ambos brazos. Era ya menester ayudarlo a andar. El padecimiento de Parkinson pareció haber acelerado su proceso por el estrés de las últimas semanas y durante el difícil vuelo del Arado hacia territorio neutral, bajo el esporádico fuego anti-aéreo. Luego, el encierro obligatorio bajo el mar durante el largo viaje, en proa al Atlántico Sur, había cobrado un poco más de la salud quebrantada del visitante.


El conductor del vehículo se adelantó unos pasos y presionó sobre el timbre de la puerta trasera del edificio. Una joven con uniforme de mucama apareció en el umbral semioscuro.
—Catalina, avisá a Ida y a Walter que hemos llegado.

*****


Para muchos, los menos avezados, el derrumbe fue una sorpresa. No así para la cúpula pensante. Aquel hecho, que se convertiría por siempre en un evento histórico, era algo esperado desde algún tiempo atrás. La Misión Seewolf pudo estar lista para ser iniciada en el preciso instante en que fue necesario ordenarlo.

Eduardo Frank. Cuba, 1944. Articulista y escritor de cuentos y novelas cortas. Colaborador y traductor de literatura de la revista madrileña Lhork. Residente en Terra Nova, Canadá desde 1993.

Weidling ascendió por unos momentos hacia la puerta exterior y allí encontró al telefonista con la mirada perdida al frente, en medio del humo que el viento apresurado traía, el olor a pólvora y el tableteo incesante de las armas automáticas en medio de la explosiones.
—¿Por qué no estás en tu puesto. Rochus? –preguntó el general.
—¿Para qué? ¿Acaso tiene importancia ahora?
—Has abandonado tu puesto de combate. Eso es insubordinación y podrías ser ejecutado. Además, ¿y si hay una contraorden de Seewolf?
El Oberscharführer Misch sonrió con ironía.
—Imposible, ya no hay vuelta atrás. El Arado ya despegó. Y los dobles de ambos están en tu poder. Los trajeron hace media hora. ¿Están de acuerdo con su sacrificio?
—El, sí, pero no estoy seguro de que ella sospeche su destino.
—Por supuesto que ha de saberlo. No es estúpida.
—Todos ellos lo son.
—Pronto escucharé los disparos.
—No, desde tu posición nunca podrás escucharlos; ni siquiera desde el Vorbunker se puede. Las paredes son macizas, a prueba de sonido. De todas maneras, esperamos una reacción de resistencia en el último momento. Es normal; el instinto de conservación.
Un soldado se acercó, jadeante y sudoroso. Cargaba en ambas manos los bidones de benzina. Intentó ponerse en atención, como podía. Misch le estudió el rostro. No era el cansancio lo que manifestaba. Era la duda, la incertidumbre, la incredulidad de la acción horrenda que tendría que hacer en pocos minutos. No estaba aún convencido de que todo aquello fuera real. Pero Misch nada le dijo. La mayoría de las tropas estaba pensando así últimamente.
El alto oficial ordenó al soldado que esperara frente al hoyo que estaban terminando de cavar. Pronto traerían los cuerpos y éstos habrían de quedar incinerados, fuera de cualquier reconocimiento.

*****

El enfermo había durado milagrosamente por diecisiete años, mas al fin murió en un hospital de La Falda el 13 de febrero de 1962. Los pocos que estuvieron a su lado nunca supieron si su deceso había sido tranquilo o cargado de recuerdos tropelosos atormentándole la conciencia. Su ex esposa no estuvo con él cuando la muerte se lo llevó. Pero no importó. Ya ella se encontraba en algún otro sitio de aquel inmenso país, sintiendo que tenía que alejarse de la pesadilla que comenzara el 29 de aquel abril, años atrás, y que nunca abandonaría su memoria.

 

Eduardo Frank
Cuba, 1944. Autor de artículos, columnas, ensayos, cuentos y novelas cortas. En la literatura de ficción se dedica principalmente a la temática de la ciencia-ficción. Desde los años 70 ha colaborado con antologías y revistas en Argentina, Austria (ediciones en alemán y español), Cuba, España, Italia y México. Poco después de establecerse en Canadá fue colaborador de los periódicos Eco Latino (Ottawa) y El Mensajero (Gatineau, Québec). Uno de sus cuentos apareció en Authors. The Blue Book (Hamilton, Ontario), en abril de 1995, y otro, en la antología de Tesseracts Books en 1998 (Edmonton, Alberta). Durante una visita a México en 2003 brindó un conversatorio sobre técnica literaria para un grupo de estudiantes de la Universidad Autónoma de Ciudad del Carmen, Estado de Campeche. Allí fue colaborador de la revista El Faro de Campeche y de la revista Akalán, de esa universidad, donde publicó dos ensayos para las colecciones La Isla del Tesoro e Isla de Letras. El primero, sobre el universo y la posible existencia de vida inteligente, y el segundo, una guía sobre técnica literaria dirigida a los nuevos jóvenes escritores. Fue colaborador de El Muro Cultural de Buenos Aires y en la actualidad es colaborador de la revista madrileña Lhork, de cuyo grupo es miembro. Para Lhork, Frank tradujo al español el libro de Novalyne Price The One Who Walked Alone, sobre la vida del escritor estadounidense Robert E. Howard. En 2004 la Editorial Vinciguerra de Buenos Aires publicó su libro de cuentos de ciencia ficción Mundos Azules.

 

El huésped enviado a Aurora Boreal® por Eduardo Frank. Publicado en Aurora Boreal® con autorización de Eduardo Frank. Foto de Eduardo Frank © Eduardo Frank.

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