La estrechez del tiempo

danilo alban 008Ese día de mayo era otra suma innecesaria de días tropezados por angustias. Entre pecho y espalda, desde hacía mucho tiempo, Villalobos sentía un balón que jugaba de manera macabra a inflarse y desinflarse y que por momentos quería cortarle la respiración para dejarle tirado en cualquier lado y morir en público: acto obsceno que no resistía pensar, pues si habría de morir, lo más digno era hacerlo en su casa o en un hospital así fuera de caridad, qué pena con el mundo, qué desfachatez de la muerte ridiculizando lo efímero, dejándole mal parado frente a los demás en vez de conservar su carácter individual e íntimo que su muestra implica. Y es que uno no se puede ir muriendo por ahí como si nada. El mundo, tal vez como siempre, era muy agitado y el tiempo era una repetida y constante entrega de máscaras como si de su ser o bajo su manga mágica salieran cientos de ellas que correspondían al momento oportuno.

Luego de su rutina, ya habiendo entregado las máscaras del día, Villalobos abordó el taxi que lo llevaría de nuevo a su casa en la que además faltaba todo, como acostumbraba decir cuando el mercado estaba en su última expresión: dos rebanadas de pan; en la nevera dos jarras plásticas con agua y un par de lonchas de queso mozzarella; la televisión por cable estaba suspendida por no estar al día en su cuenta (sólo podía sintonizar los canales nacionales) y la radio... la radio la tenía sólo en su ordenador que días antes había pasado a mejor vida pues una furiosa tormenta eléctrica la había convertido en un montón de fierros sólo valorizados en el mundo de la chatarra; semejantes coincidencias diabólicas y novelísticas no ocurrían desde los tiempos del paladísmo ni desde las novelas de caballería. Desde que Villalobos abrió la puerta, por su mente pasó el mismo pensamiento que le venía atormentando desde hacía varios días: "tengo que hacer girar las energías... que no se estanquen. En el lugar del comedor pongo la sala y la sala donde está el comedor. Y voy cambiando los cuadros de sitio. Necesito cambiar mi vida... Un día de estos lo haré, pensó".

Dejó su mochila guajira sobre la cama. En ella sólo guardaba dentífrico, cepillo de dientes, seda dental, agua de colonia, una correa para amarrarse los pantalones en momentos difíciles, -era su fetiche contra el miedo-, las llaves de la casa, el pasaporte, el teléfono celular y un cepillo de peinar de felinas cerdas como garras que se escapaban hirientes entre los hilos tejidos de la mochila.
Un sonido lo exaltó, era el celular que le avisaba que iba morir sino le daban transfusión eléctrica. Se quitó los zapatos y las medias, se calzó las chanclas y se fue desprendiendo de toda su ropa como quien se quita de encima un pensamiento tortuoso. En ese momento sintió la frescura del aire. No tenía hambre ni sueño. El balón se estaba inflando de nuevo y temía que se reventase. Fue hasta la sala y se sentó en una de las sillas intentando conciliar la calma. Observó la serigrafía de Botero donde por encima de cuerpos sin vida, un esqueleto viviente ondeaba la bandera de Colombia. Quitó la mirada y observó a izquierda y luego a derecha sin descubrir nada nuevo. Un geco, cerca del cuadro, batía su cola y emitía un sonido muy parecido al trinar de los pájaros. ¿Qué pasará en el mundo? se preguntó desconcertante Villalobos. Fue a la poltrona, se sentó y luego recostó la cabeza en uno de los brazos de ésta y se quedó mirando al techo. No pasó un minuto y cambió de cabecera. En la casa todo era silencio, tanto, que se podía escuchar el paso de los electrones por los cables. El balón se desinflaba y su consecuencia aprendida era un desaliento total, casi inmovilizador. Debía hacer algo. El silencio y la soledad lo estaban enloqueciendo. Luego, un trueno huérfano, extraviado de cielo, lo sacó de su nada. El fluido eléctrico se cortó. Intentó hacer algo pero sabía que no tenía vela, ni fósforos -no fumaba-, ni encendedor, ni linterna -no fue scout ni precavido-. Entonces se quedó como muerto en la poltrona. Por instantes pensó que el geco le podría recorrer su cuerpo, tal vez frotarlo con su piel fría o lo que podía ser peor, lanzarle lenguas de fuego y calcinarlo: esto lo escandalizó y se paró rápido, y bruscamente con su cabeza tumbó la serigrafía y sintió que el mundo se le venía encima, y escapando del lugar partió el papel, la serigrafía: la Violencia. La oscuridad era profunda. En su huida se llevó por delante el comedor dándose tan fuerte que se fisuró uno de los huesos de la muñeca. Como pudo llegó al cuarto. Con su mano derecha herida y a tientas buscando la cama se dió en la canilla con uno de los largueros que le hicieron soltar un grito aterrador y un par de lágrimas aceitosas; prefería ensordecerse con sus gritos antes que escuchar el ruido con el que se acabaría el mundo, había escuchado en repetidas ocasiones que la muerte le huye a los gritos. Al tirarse dolorido a la cama, de espalda, lo recibieron unas garras que le despellejaban la carne y ahí sí que pensó que el mundo se estaba acabando. Y cuando se aprestaba a luchar contra la pelona, el fluido eléctrico se restableció. Como pudo se vistió y salió con la frente sangrando, con un pie rengo y una muñeca casi inservible. Al salir a la calle, el mundo estaba sereno, algo en silencio y soplaba un viento fresco y las personas caminaban sin afanes a sus refugios; algo habría de suceder: John Lenon ya había sido asesinado; el Titanic ya se había hundido; Einstein ya había dejado las reglas para vivir en otras realidades; Hitler se había suicidado; Corcobain igual; El caudillo el pueblo: Gaitán, inició y terminó con el populismo en Colombia; los pobres nunca habían tenido futuro y menos en la era de Gaviria; los gringos habían dejado algo de su infamia en Vietnam; pero eso sí, los noticieros de televisión y periódicos se alistaban para abrir sus espacios con la crueldad interminable de los días, fue entonces cuando advirtió que el mundo volvería a su calma, a sus andanzas ...y entonces... el balón volvió a inflarse l e n t a m e n t e, y se dio cuenta de que esa día de mayo, como todos los días de su vida, era otra una suma innecesaria de días tropezados por angustias.

 

Danilo Albán
Colombia, Director desde hace siete años del Colectivo Literario Sábados Literarios. Además es reseñista y cuentista.

La estrechez del tiempo  enviado a Aurora Boreal® por Danilo Albán. Publicado en Aurora Boreal® con autorización de Danilo Albán. Foto Danilo Albán  ©Danilo Albán.

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