Relatos de Mónica Graciela Russomanno

monica russomanno 250Mónica Graciela Russomanno, de nacionalidad argentina y española, nació en Santa Fe, en 1966, y es profesora en Artes Visuales. Fue publicada en los diarios Hoy en la Noticia, El Litoral de Santa Fe, La Nación de Buenos Aires, Uno de Entre Ríos, Ideas de Cuba, Xicóatl de Austria y Etcétera de Zaragoza. Editada virtualmente en las publicaciones Inventiva Social, Unión digital, La máquina de escribir, Página uno; escribe ensayos en la revista cultural El Arca del Sur. Ha guionado los videos: El gueto de Varsovia, realizado por los 90 años de la radio "LT9", así como Relatos de Euskadi y El Arca del Sur, participando como invitada mensual en el programa de radio de LT10 "El hombrecito del azulejo". Fue premiada en el concurso por los 70 años de la UNL, en el concurso "Nitecuento" de Editorial Mizares, el certamen de la Editorial "Nuevo Ser", y en el organizado por "Historias para el café". Editada en la antología En bandada, participa como autora invitada en encuentros con estudiantes, y es jurado del concurso anual de cuentos juveniles de la organización "El Puente". En los años 2011 y 2013 fue jurado del concurso de cuentos "Gastón Gori" de la Sociedad Argentina de Escritores filial Santa Fe. En el año 2009 la Asociación Trabajadores del Estado le editó un libro de cuentos, "Historias versas y perversas" dentro de la colección Bienes Culturales.

 

LOS INADAPTADOS

 

Nosotros en la escuela no sabíamos el nombre del hermano mayor del más vivo. Nunca pudimos aprendernos los cantitos. Jamás acertamos con las palabras que los demás se proferían sin vacilación. Y, ni una sola vez, hicimos el gesto correspondiente en el momento adecuado.

Los demás sí. Los demás sabían qué cosa se antepone a cuál otra. Si te pregunta decile... si sonríe así entonces vos... Y uno no entendía por qué, qué grado de necesariedad tenían las respuestas, si nosotros argumentábamos o nos encogíamos de hombros porque eso es lo que nos salía sin andar pesando o midiendo. Y uno se comportaba sincera, estúpida, sinceramente.

Cada vez.

Pero hay que sobrevivir. Hay que hurtar el cuerpo al golpe, la cara desnuda a la sonrisa despectiva, el corazón al dolor.

Entonces elegimos confundirnos con el paisaje, aprendimos a hacer como si estuviésemos de veras cuando no estábamos, o como si supiéramos lo que se esperaba de nosotros. Sin llamar la atención para que no se notase la falta de solvencia, el instante de vacilación antes de la respuesta, o la lamentable pose de mal actor que no sabe qué hacer con las manos y que muestra que no es, en verdad, quien intenta ser.

Cuántos años.

Cuánta vida mirando al bailarín de al lado para copiarle el paso. Cuánta moda que se nos escurrió entre los dedos, nosotros siempre tarde y nunca completamente como la prenda debía ser, color incorrecto, forma de las mangas casi, pero irremediablemente fracasadas. Ni hablar de los zapatos.

Y darse cuenta. Ahora.

Darse cuenta ya de vuelta, ya cuando se ha dejado atrás tanta cosa mal disfrutada, mal asida. Ahora darse cuenta de que el que sabía era uno. Éramos nosotros. Finalmente nosotros. Gozosamente y gracias al cielo nosotros sabíamos ser seres humanos.

Y lo fuimos aunque infructuosamente intentásemos no serlo. Aunque nos pusiéramos disfraces ridículos y nos pincháramos insignias que nada significaban.

Éramos.

No fuimos alumnos ni hijos ni novios ni empleados. No pensamos lo que se repetía a coro desde los altoparlantes, no hicimos reverencias y, si no lo sentíamos, no dijimos "te amo".

No aprendimos a mentir.

Nos salvamos.

Éramos lo que éramos. No otra cosa.

Sincera, estúpida, sincera, maravillosamente seres humanos.

Nosotros.

 

INOCENCIA

 

El siempre ha habitado el bosque. Este bosque. Este bosque que es, precisamente, lo que la palabra bosque nombra. Le mot juste, la palabra precisa.

Ha deambulado largamente por la foresta frondosa de gacelas de patas temblorosas y de almendrados ojos titilantes; ha transitado los senderos de pájaros de plumaje fantástico. Ha visto virar las hojas desde el espléndido verde al rojo ígneo, en atardeceres que fueron ocasos y también otoños de ardiente puesta del día.

Solo es. La dulzura del aire se ofrece a sus pulmones limpios, la soledad no es una jaula estrecha. La soledad es este bosque interminable que se ofrece en sonidos y en imágenes de sólida belleza, intacta belleza. Cada día es el primer día. La lluvia limpia el universo cada vez.

No conoce la pérdida del acostumbramiento. Cada erguido árbol, cada arbusto retorcido le brinda nuevos deleites en insectos que danzan el aire, en frutos de esférica alegría, en tiernas raicillas que dibujan evanescentes formas fundidas a la perfecta simetría de las telas de araña.

Ah la alegría de las gotas de rocío capturando la primera luz, la última luz.

Solo es. La soledad no le aferra el pecho, no estrecha sus costillas. La soledad no lo abraza con su estrangulamiento de enredadera. No sabe que está solo, y ello lo mantiene salvo de su oscuro veneno.

Siente el gozo de la tierra debajo y del firmamento curvo que dibujan su mundo de capullo cóncavo.

Solo es. Nada lo requiere con premura. Puede demorarse y fluir, puede transcurrir mansamente. Nada lo inquieta.

El ojo de agua en la espesura espeja el mundo. Mira la superficie y se ve a sí mismo como si no se viera. La presencia del otro no lo inquieta. Ve su imagen y es su imagen. No existe la obligación de hallar compañía en el espejo, no lo aferra la bíblica promesa, la bíblica maldición del apareamiento. Solo es.

Único y completo, solo es.

En su universo habita hasta ahora. Este ahora que le ofrece una muchacha casi niña entredormida, entrevista, entresoñada en su lecho de trébol húmedo.

Súbitamente una muchacha casi niña, ingenuidad de melodía sin semitonos en la súbita muchacha entrevista, entredormida, entresoñada.

Súbita muchacha en el lecho de trébol húmedo.

Jóvenes brazos de luna nueva, blancas curvas, tierna postura sedente.

El bosque expone el secreto de la niña clara, aliento de helecho matutino, escultura blanda. De pronto el bosque expone su secreto.

Es la doncella florida, la arcilla dócil, la forma exacta. De pronto el bosque halla su expresión en una criatura que lo resume.

Se acerca con pasos breves.

La recorre tocándola con la mirada, y allí están los anocheceres oscuros, las promesas de la fronda susurrante, la convergencia de los caminos y las aves aleteantes. Todo en ella está. Cada gesto suave de los largos tallos ondulados, cada aroma de fruta madura. Todo en ella se manifiesta.

El bosque es esta figura extendida, y lo contiene como un minúsculo camafeo.

Se acerca con pasos breves. Descansa la cabeza en el regazo de miel y nido. Siente por primera vez que ha estado solo, siente que esta niña le falta, que la añora desde ahora, cuando su cabeza reposa en un estrecho contacto que ya es separación y lejanía.

Ha recibido la amarga revelación de que él es un ser entre los seres, la demorada maldición de saber su individualidad. La condenación lo alcanza en este instante en que ya no es el bosque sino que increíble, atrozmente está en el bosque.

Decir que los hombres mataron al unicornio es acaso un agregado innecesario.

 

OBSTINACIÓN

 

Cuando alguien a quien quería me apartó de su amor, me recomendaron inventariar los recuerdos desagradables, realizar enconadas listas de defectos, construir un odio como escalón previo al olvido...no lo hice, no lo hago, no lo haré. Me quedé con el recuerdo de las escasas o abundantes felicidades compartidas; con un sonido, una imagen o un olor que en medio de la vereda me devuelven una sonrisa. Elijo salvar el amor aunque más no sea en la memoria. Me niego al odio.

Cuando la realidad se espesa alrededor del corazón, cuando se hace una carga insoportable la injusticia, cuando las tragedias superan el patetismo y obstruyen la respiración; entonces recomiendan cuidar el propio jardín, apartar saludablemente la mirada de lo atroz, del espanto. Dicen que es de todo punto necesario cerrar la ventana y poner música fuerte para no escuchar los ruidos de la calle...desisto de la huida, me quedo en medio de la lluvia. Me niego a escaparme.

Aunque duela.

Cuando me enamoro desmonto las persianas, abro los armarios, me ofrezco vulnerablemente en piel desnuda. Me aconsejan la prudencia, hacer cálculos, esperar reciprocidades, evaluar metas y derroteros...no hago caso. Me regalo cada vez con la misma ingenuidad, y prefiero no aprender a ser avara.

Obstinadamente presto mis ojos a las lágrimas, mi corazón al dolor.

Y no me gusta sufrir, no creo que sufrir sea imprescindible para alcanzar ningún cielo, no creo que agrade a los dioses ni que ennoblezca ni que sea deseable.

No me niego al dolor porque quiero ser feliz, deseo estar alegre, pero cuando se cierran las puertas de los sentimientos no entra más ninguno, ni bueno ni malo. El que ríe de veras llora de veras, se prodiga con generosidad.

Con obstinación me saco el chaleco antibalas y dejo que la vida me agite como el viento a los árboles.

Y lloro, pero también sonrío.

 

POZOS CAVADOS EN EL AIRE

 

monica russomanno 350El hombre o la mujer se separa, se divorcia, se encuentra de pronto que está solo. Puede que al principio sea la alegría de volver a verse a sí mismo, de levantarse a las cuatro de la mañana a escuchar música y seguir durmiendo, de comprarse o hacer lo que se le da la gana para comer.

La cita con la soledad verdadera está pendiente. Esta finalmente llega.

Algunos se acostumbran y quedan de vuelta, se resignan a no ser más hombre o mujer sino un cierto ser vagamente sexuado, cosa que se nota en si usan pollera o no, por ejemplo. Y riegan las plantitas, y quizás acaricien un perro o un gato para sentir algo tibio bajo las palmas. Por la noche abrazan la almohada, ciertamente.

Ocurre, a veces, que se convencen de estar bien y de ser felices. Otras no, otras veces se dan cuenta, y evitan esos parques y esas paradas de colectivo donde duele el apretarse ansioso de los cuerpos de los adolescentes. Miran para otro lado, se acarician el brazo izquierdo con la mano derecha sin reparar en ello, como si fuese sólo una costumbre; me pica un granito, me quemé por el sol; y la mano propia que no alcanza a ser contacto genuino pero que atempera el desaliento.

Y afuera no hay nada. No hay nada de nadie.

Viven en pozos aéreos, rodeados de tierra invisible, enterrados enterrados y caminan sin ataúd.

Y ya no se animan. Tienen miedo.

Una sola mano que atraviese el océano etéreo basta para desaparecer el hechizo. Un roce de veras, una caricia que haga abrir los ojos al Lázaro deambulante.

Los pozos cavados en el aire existen. La infinita soledad que se derrumba de una vez y sin estrépito, que limpia la atmósfera, que demuestra que siempre es nunca demasiado tarde para extender el brazo, para abrirse al porvenir, para vivir de la ilusión. Eso también existe.

 

DE LA INMOVILIDAD COMO GARANTÍA

 

Dijo Macedonio que si no quedaba pan viejo para el día siguiente, que si su hija llegaba por la tarde a acabarse el pan del día, que si la hija que propiciaba el conjuro no se pinchaba el dedo con la aguja al coser...dijo que si todas estas cosas ocurrían invariablemente, la muerte no lo hallaría en su cuartucho, no lo sacaría de su madriguera tibia.

Y dijo Alfredo que de niño no quería ir a la escuela, y que se daba en esa época y esas horas en el patio a la imitación de los vegetales. Parado en silencio, tenía la mágica ilusión de que convertido en ficus por simple inmovilidad, pasaría inadvertido.

En las noches de terror de la infancia, yo, que sabía que el espanto estaba suelto en la oscuridad, me tapaba con sábanas y frazadas, intentaba la no respiración, el no latido, la quietud sin fisuras que no arrojase ondas que atrajesen a los depredadores.

Quietos, quietos. Que si no nos come el lobo.

Quietos que los espantos están desencadenados. Quietos que sube la marea. Quietos que llega la muerte repartiendo naipes de baraja española.

Y al que se quedó quieto lo arrastró el agua, lo llevó la mamá a la escuela, tuvo pesadillas como yeguas nocturnas. El que se quedó quieto fue descubierto igual. El que se quedó quieto perdió el juego, perdió el tiempo, perdió la vida.

Perdió.

 

DESDE LA NOCHE

 

Es la madrugada, afuera crece el silencio, se escucha la brisa en las hojas brillantes de luna y estrellas.

Quién pudiera ver a los amigos en sus camas de soledad, almohadas cabezas brazos gentiles, los párpados dados al reposo al hambre de lo que durante el día no fue, a los recuerdos que llegan desde las lejanías del tiempo. Quién pudiera abrazar con el cariño su descanso, su revolverse en las sábanas. Quién pudiera.

Si deseo ahora, en el silencio de la alta noche, de la baja madrugada, en esta hora de insomnios de promesas, en esta hora en que el espejo es cruel con la ilusiones; si deseo ahora que la felicidad toque las frentes de los amados, si deseo para cada uno un pequeño toque de felicidad, un gran toque, si deseo en este momento de nada, de fin de día sin comienzo, en esta hora de partidas y adioses y de lechuzas, si deseo que las manos abriguen, que los cabellos se destejan, que un soplo cortes, cálido, amable, si deseo un poco de amor o de lo que sea, quizás de amor que otra cosa no se me ocurre para los amigos. Si deseo una caricia de amor para cada uno entre las sábanas.

Y mientras tanto afuera navegan nubes prófugas, vagos destrozos, jirones evanescentes navegan el negro. Y no tienen miedo, creo. Las efímeras nubes surcan mi pequeño cielo y no temen la inmensidad, no crujen los dientes, no tiemblan, se desatan y se estiran y se dejan ser. Quién pudiera tener la inconsciencia de una nube.

Sobre las casa de mis amigos de párpados cerrados las nubes dibujan figuras, se adelgazan en signos. Y ellos duermen, tan ellos mismos, tan tiernos en la noche, tan solitos pobres ellos.

Hoy yo velo y los acuno, y les canto bajito un noni noni, y no les puedo revolear el pelito pero les digo noni noni. Noni noni mientras el cielo gira hacia el amanecer.

 

VIAJE

 

La alegría es de todos, se comparte y se muestra, se pone naranja y amarilla sobre fondo de cielo azul. La melancolía es privada.

Como la tarde acatarrada en la cama húmeda de fiebre, como esa puntada interna que se asoma apenas en un crisparse de la frente pero se disimula con una sonrisa. Es privada, personal, propia. La melancolía es un velo que pone humo en los ojos; un medio tono sutil, bello como el final apagado de una vieja melodía en la radio, como la efímera columna blanca que deja el alma de la vela.

Le acontece a uno. Íntima, privada, personalmente.

La vida sucede en sepia por esos días; hay eco en ruidos y palabras, hay la sensación de tiempo que transcurre tangencialmente, de gentes y objetos que van y vienen sin sentido. Hay humo en los ojos, cierta picazón en los párpados, un desgano extendido, un manto de tristeza infinita. Hay un desinterés que confundimos con bondadosa aceptación. Y hay algo que crece en el vientre despacio, despacio.

Algo se gesta en los sueños, en el crepúsculo rojo, en el oculto aire de los pulmones. Algo crece despacio, despacio, mientras nos peinamos los cabellos y mientras observamos la paloma posada en el cable al través de los cristales. Estamos tan lejos de aquí, tan lejos de todo, tan lejos de todos.

No me busques hoy, estoy ausente.

Es la fiebre. Es la realidad que ya no es, la cinta de la vida que se anuda, el calor y el castañeteo de los dientes que chocan con los dientes. Un cuarto pequeño, un desnivel de sombra.

Los niños un día despiertan luminosos, han crecido. En ese irse de si han escapado hacia arriba, estirando los huesos y marcando ángulos en sus rostros infantiles.

Nosotros huimos hacia adentro y hacemos lo que podemos con nuestra caparazón y nuestras armaduras. Con suerte, nos despertamos un día, nos miramos el fondo de la mirada en el espejo. Hemos crecido. Podemos retornar.

 

OBSTINADOS EN LA FELICIDAD

 

Hay quien desea ser feliz, quien ha renunciado a ello, quien se debate cada día entre la desesperanza de los ocasos perpetuos y la cegadora luz del mediodía.

La vida nos trae a cada brazada un aroma confuso. Y mientras en algún lugar un niño empuña un fusil, en otro la suave mano de una madre aparta con gentileza un mechón de cabello de la frente de su hijo.

Todo transcurre ahora, y no es imposible que ambos niños sean el mismo. Todo transcurre ahora. La vida se despliega en alas y garras. Y la sangre es símbolo del asesinato tanto como del amor.

Desde el autobús en movimiento las imágenes se fragmentan en fotografías inconexas. El propio espíritu fragmentado entre pasadas derrotas y calideces. Fragmentos del universo, fragmentos de uno mismo.

Y un hombre sonríe con tristeza, y alguien llora de felicidad, y todo vale la pena por un momento, y de pronto nada tiene sentido. La paloma torcaza muerta en el cordón de la vereda, si, pero también esos adolescentes que se confunden en un beso que es el primero, el único beso que ha confundido dos cuerpos.

Un pueblo muriendo por la sequía, un sobreviviente. El mar que da y que quita. La ancestral sorpresa que nos causa el caótico universo. Todo transcurre ahora.

Y las cosas se marchitan, mueren, se confunden con el pasado nivelador. Pero también la germinación. Para qué, si al final; pero también la germinación.

Esa atávica frase del tiempo de la siembra y el tiempo de la cosecha. Nacer y morir. Y vivir entre medio, la maravillosa y atroz tarea del vivir entre medio. Hoy, ahora, cuando todo y todos y nosotros transcurrimos. Ahora.

Los auténticos viajeros del tiempo, los verdaderos astronautas; somos los protagonistas de nuestro relato y nos vamos moviendo junto con la galaxia.

Nada es simple ni fácil, nunca los dados repiten el golpe de fortuna, hay puertas que se cierran para toda la eternidad, frases que ni dijimos ni diremos, cansancio acumulado y a futuro, fantasmas en el vano de la puerta a medianoche. La esperanza del amor, el agua que se dispersa en diamantes leves una tarde en el jardín, la sensación maravillosa de estirarse luego del sueño. Los anhelos; que a veces se encabalgan en los dos territorios, y hacen sufrir, y también impulsan hacia la vida.

Sorteando los manchones de sombra, la tristeza, esperando el alba. Mientras la rueda de la vida rotura las generaciones; sabemos que por ahora estamos en nuestro ahora, que este tiempo de maravillas y espantos nos ha salido en suerte, que estamos aquí entre bodas bautizos y funerales. Ahora.

Y aunque no nos concedan los hados el éxito en nuestra empresa, seguiremos obstinados en la felicidad.

 

LAS SUELAS DESTROZADAS

 

Un día voy a calzarme las viejas zapatillas y encuentro que la suela de goma se ha abierto completamente. Y no en una, sino en las dos. Me sorprendo como cada vez que esto me pasa, y pienso en la fatiga del material, en ese instante ya predeterminado desde la fábrica, fijado para la caducidad y el desgarro.

Recuerdo que usé ayer las zapatillas, y estaban bien. Y de pronto hoy las dos suelas destrozadas. Como las flores del bambú, que se abren en todo el mundo unidas por una red intangible, como las gemelas que se despiertan en el dolor compartido, y una llora, y a la otra la angustia le cierra el pecho.

Pero encuentro las suelas destrozadas, de pronto. Y ayer no estaban así. Y quién es esa mujer que en el espejo me devuelve una mirada con otro color de ojos, con otra expresión, con unas arrugas que no eran y con esa tristeza de ver un poco más allá, más arriba, un tanto más atrás de las cosas. Si yo sigo haciendo chistes tontos, sigo bailoteando, sigo yendo al baño en puntas de pies y a la carrera. Quién es esa mujer que apareció así, de improviso, tan de un día para otro que hasta mi madre me dice que en las fotos del año pasado todavía estaba esa muchacha con sonrisa abundante. Pero ya no. Pero ahora esta mujer oscura, esta mujer que no se reconoce.

Me miro y hay un pozo allí. Hay una persona con fatiga de material. Alguien que no permaneció incólume, que finalmente y de un día para otro se rasgó y se le nota.

No es extraño envejecer. No es inusual que los profundos dolores y las terribles tristezas nos tracen un mapa debajo de la piel y en la escritura de la mirada. Lo que me sorprende es lo súbito, lo extraño de que una imagen nueva y sin embargo tan verdadera se presente en los reflejos.

Me miro en el espejo. Veo las noches, tantas oscuridades, la cercanía de las muertes, las partidas, los dolores de la traición esperada e inesperada. Veo la acumulación de días, la soledad que hizo muros, la dulzura de los llantos calmos como lloviznas. Veo una mujer triste allí. Menos pronta a juzgar, más pronta a la ternura, pero tan cercana a la melancolía.

Tomo las zapatillas rotas, las pongo en una bolsa, las desecho. No le servirán a nadie. Me miro en el espejo, le sonrío a esa mujer triste, me visto con una prenda de colores claros y preparo para ella alguna futura felicidad.

Saludo a la mujer que he venido a ser. Me miro detenidamente para no perderme, para reconocerme entre la multitud.

 

ONDOLOIN

 

Le he dicho ondoloin a una amiga chilena, Ross. Es ya tarde, hemos charlado por face y le digo ondoloin y no lo entiende. Ondoloin, y las olas de la mar océano se ondulan de América hasta la lejana península ibérica. Ondoloin le digo, y es el saludo basko para ir a dormir, y es el nombre de mi casa azul que está en Rincón y que es la suma de mis deseos, que es la suma de las reminiscencias de una niñez que ha quedado en hitos y referencias.

Ondoloin digo, y es la casa de la Ester Márquez hace cuarenta años, con retratos amenazantes en las paredes, anchas puertas de hierro, muchos patios y olor a jazmín.

Ondoloin digo, y hago un cartel para mi casa con vidrios de colores pegados sobre una antiquísima chapa patente de quién sabe qué automóvil desleído en chatarra ya hace décadas. Ondoloin reza el mosaico de vidrio, y luce los colores de la bandera de la patria de mi madre, su txoco, su raíz, su pertenencia, el suelo de montaña y mar, de ovejas y árboles de manzanas pequeñas.

La nombro Ondoloin a mi quinta que también es mi casa azul, azul de sueños, azul como el inexistente o no tan inexistente pájaro azul de la felicidad.

Y en Ondoloin habrá un jardín de invierno con mamparas de vidrios repartidos, evocando los jardineros ingleses regando delicadamente las rosas en el invernadero. Y habrá muebles de cedro porque queremos materiales nobles, fuertes, pesados, llenos de pasado y durables extendiendo largas sombras en lo por venir. Y habrá una cocina generosa para armado de ravioles y amasijos de pan, un asador interno para que el fuego pueda hacer figuritas anaranjadas de vidrio líquido, para que alimentemos con palitos, uno a uno, ese milagro limpio y luminoso.

Habrá en la casa azul un pez azul, allá arriba en la pared del tanque de agua. Y el pez de cemento revestido en vidrios centelleantes será un bagre de este mi río, esta mi tierra puro agua y camalote y ave zancuda. Pero habrá la dulzura del ondoloin extendido como una sábana de hilo recién planchado y perfumada con membrillos, envuelta en papel azul de cajón de manzanas, durmiendo ondoloin, durmiendo, ondoloin, en el ropero de patas de araña.

Será esta una quinta, una casa, un pequeño lugar de la extensa América. Y habrá copas y porcelana vieja, y habrá muchas sillas esperando dar hospedaje a los amigos. La porcelana será europea, las copas americanas, el lugar una vaga intersección entre dos mundos y dos vertientes cantarinas. Una arroyo, una río estrecho y la otra delta y catarata.

Ondoloin se llamará la casa, con columnas de quebracho del ferrocarril, con vidrios azules de ese profundo azul que ya no se produce. Será entonces, Ondoloin, un momento titilante entre el pasado y el futuro. Será un pequeño presente y entonces digo pequeño presente y pienso en un obsequio.

Tendrá jardín y tiene ya su álamo que trae el mar de Euskadi cuando el viento mece su follaje maravilloso. Sonido a océano que llega a tierra, olores vegetales de esta mi tierra de bichos bolita y caracoles.

Comeremos moras que nos mancharán la piel irremediablemente, paltas caídas de tan alto, albahaca y romero de los almácigos.

Pasearemos por calles de arena donde nos observan las lechuzas y donde los perros siempre duermen desparramados al sol. Donde la gente se cruza y se saluda. Pasearemos con aroma a eucaliptus medicinal y pasto recién cortado.

A la noche diremos ondoloin. Ondoloin, ondoloin, ondoloin, lejanas campanas resonando.

 

CON LA SANDÍA EN LA CABEZA

 

Hay gente a la que no le hace mella lo que se piense o diga en presencia o por los detrases, gente que no responde a un código de vestimenta, gente que tiene la libertad de usar boinas o sombreros, chalecos extemporáneos, colores fuera de catálogo, botines de la tatarabuela o pulóveres con cuatrocientas noventa y nueve lavadas y remiendos.

Hay quienes se dan la libertad de saludar con grandes abrazos que dejan a sus víctimas con sonrisas confusas y los bracitos pegados al cuerpo. Gentes que se pasean contraviniendo los códigos del ridículo de su generación, verdaderos subversivos del buen gusto, personas raras.

Hay quien estaría perfecto en una fotografía del siglo pasado, en una filmación de la época del mayo francés o un video que se capture de aquí a cinco años, que para la moda es la eternidad y un día.

Son personas molestas para presentaciones de familia, y las sonrisas burlonas acompañan o suceden su presencia. Se hacen irreflexivamente o con toda intención juzgamientos de carácter, creencias políticas y sanidad mental a partir del atuendo más o menos correspondiente con lo que la época, edad y condición social indican como correcto y necesario.

Ahora bien, por qué entregarse al escarnio. Alguno lo hará conscientemente por mantener una postura, vistiendo en el cuerpo su no pertenencia a lo establecido; otros por esnobismo, otros porque simplemente no se dan cuenta y se ponen lo que les resulta más cómodo o simpático.

Molestan. Causan un malestar pues rompen la perfecta monotonía que asegura que todos estamos en la sintonía de lo aceptable. El rojo combina con los neutros, las rayas jamás jamás con los lunares, y aros largos nunca para los cuellos cortos.

Y lo que refiere a la indumentaria se traslada por declinación a las actitudes y las palabras. Como por necesidad, como si fuese natural y el orden universal indicase el largo de las faldas.

No es algo simple escamotearse al juego de lo aceptable, el más estrambótico de los seres verá en alguien más lo ridículo, señalará desdeñosamente un moñito tonto, un collar ostentoso. El más libre de los sujetos despreciará gazmoñerías ajenas, comportamientos objetables.

Hay una línea entre lo excéntrico y la afrenta voluntaria. Vivimos en sociedad, lo que hacemos públicamente puede escandalizar o ser realmente desagradable. Hay situaciones, lugares, momentos en los que alguna cosa puede ser una falta de respeto. Pero quién y con qué manual en la mano puede marcarla con aerosol en la cancha.

Como esa línea inexistente no se ve pero se siente, muchos decidimos sacarnos la sandía de la cabeza con la que gozosamente paseábamos resguardándonos del sol, nos pusimos los zapatitos que están en las vidrieras y nos fuimos resignando a componernos en el espejo que nos coloca el resto de la humanidad al salir de casa. Lo hicimos con el deseo de no ser una molestia para los amigos y familiares, para que no nos miren mucho los transeúntes, es decir, para volvernos invisibles.

Y desde el momento en que vestimos la ropa adecuada, empezamos a emitir por declive ciertas opiniones, nos permeabilizamos a ciertas creencias, por urbanidad enrollamos alguna bandera y quemamos unos cuantos libros. Es la vida ¿o no? Uno envejece, una se adapta, uno se convierte en ese que antes le causaba risa o pena.

Claro que me dirás, querido amigo, que tus lentes para leer y tu camisa blanca no te quitan fervor por la utopía. Me asegurarás que la sandía no es el mejor sombrero, que tu libertad no depende de la tela de bambula que se perdió en el pasado. Y posiblemente sea cierto.

Los nietos no desean una abuela fantoche, los hijos se horrorizan de un padre que llama la atención. El adolescente lleno de piercings y tatuajes detesta a la ridícula profesora de falda acampanada.

A nosotros (a nosotros, sólo a nosotros) la libertad.

 

ALREDEDOR DE NABAM

 

Yo soy yo, la que escribo y no la que escribió. Algunas veces, cuando releo la novela de ella tiendo a confundir las identidades y creo ser la otra, la que se obsesionó con ese personaje extraño y maravilloso que fue apareciendo apunte por apunte, en esas noches de insomnio en las cuales la historia le fue aconteciendo como dictada, como si ese ser imposible se escribiese y describiese a sí mismo, apareciendo pleno y corpóreo, ajeno a su imaginación.

La cosa comenzó a partir de un artículo del "Diccionario infernal" de Collin de Plancy, libro que pacientemente la esperaba en un anaquel de la biblioteca familiar desde antes de que naciera. Siempre había estado allí, lo descubrió en la infancia leyéndolo a escondidas de sus padres, y desde entonces esporádicamente releía algunos artículos, con la curiosidad incrédula que conviene a nuestros tiempos y la satisfacción por el estilo y el lenguaje antiguos. También allí, desde siempre, la aguardaba quizás Nabam para manifestarse.

En la página dedicada a los conjuros se recetan las palabras, signos y condiciones para invocar a los demonios, y tan bien organizadas se encuentran las huestes infernales, con sus capitanes, sus legiones y sus cadenas de mando, que a cada día de la semana corresponde un demonio, un horario para efectuar la ceremonia, una ofrenda que debe ser preparada con celo para entregar al compareciente.

La escritora no otorgaba fe a la brujería, pero le pareció que el tema era adecuado para crear una novela, y la primera noche hizo una descripción de Nabam, el demonio de los martes.

"Lo miro parado y es más bajo de lo que parece estando sentado. Esa falsa impresión la causa una cierta desproporción entre el cuerpo y los brazos, que resultan demasiado largos. Me desagrada. Tiene un exterior brutal desmentido por una delicadeza extrema en los dedos y la forma en que manipula los objetos. Desearía que fuese simplemente bestial sin esa cualidad falsa de cuidadosa cortesía. Cuando habla, agacha la cabeza, lo que hace que aparezca una línea blanca debajo de su iris. Ojos celestes, o grises, o verdes.

Difícil definición. El inicio de cada frase le provoca una sacudida y un adelantar el torso hacia mí, que en cada uno de sus avances retrocedo. Me llega su aliento a cigarrillo y alcohol, y algún aroma más como a perfume y transpiración. (Y flores marchitas). Me mira con una intensidad que me pone nerviosa. Respondo apurada, equivoco las palabras y mis expresiones me resultan estúpidas en el mismo momento de decirlas. Siempre igual. Serpiente encantadora de pajarillos. Pero yo no soy un pequeño pajarito; sin embargo frente a él soy un ser informe. Me desprecio. Cada vez que estoy contenida en su mirada, con su cuerpo atento y ominoso, me siento en la zona de trampa. Digámoslo de una vez, el hombre me resulta intolerablemente atractivo porque me repugna."

Este primer retrato se le dio como una revelación, como si hubiese visto realmente a Nabam, y al otro día la imagen del demonio se le presentaba constantemente, reclamando su atención aun mientras ejecutaba sus tareas cotidianas.

Tenía, entonces, al personaje. Cómo sería el desarrollo de la novela no era tan claro, excepto que le resultaba evidente que se enamoraría de él con secreto horror. En síntesis, una mujer invoca al demonio en una ceremonia hecha por broma, el demonio se presenta, se declara suyo, esta mujer debe convivir con él y se consignan las visicitudes y los diálogos que se dan entre ellos.

En algunos borradores utilizó un narrador omnisciente, en otros la tercera persona, pero los desechó y finalmente escogió el relato en primera persona, siendo la narradora una mujer que era ella misma, disfrazada apenas por detalles dispares o concesiones tenues a un intento de ocultamiento. Se puede notar sin ninguna dificultad al leer el libro cómo esos pueriles disfraces se diluyen a medida que la relación avanza, y finalmente aparece la escritora claramente retratada a través de sus palabras. Así, Nabam iba tomando forma y peso, y ella se despojaba de imposturas para reconocerse como protagonista del drama.

"No soy más que una mujer. Una patética mujer. No puedo escribir sobre sentimientos porque caería en la deplorable zona de la novela rosa, no no no no no no.

¿Qué se puede decir que no haya sido dicho admirablemente por otros?."

Este párrafo se encuentra en su diario, y por la fecha corresponde a las primeras etapas de escritura. No deseaba escribir una historia de amor, y era eso sin embargo el fondo de la trama, la secreta seducción del demonio. Sin embargo, un segundo leimotiv ejercía un contrapunto constante, y era la relación del demonio con Dios, la imposibilidad de probar la existencia de Dios aún ante la presencia del demonio, igual de ignorante que las demás creaturas de los secretos designios del creador.

Así, este personaje en principio fantástico e increíble se va mostrando como ser arrojado al mundo, dotado de escasos poderes y aún más escasos conocimientos del más allá, siendo que al entrar en este territorio, al franquear la puerta de nuestra existencia pierde la memoria sobre las maravillas o espantos del otro lado.

Todo esto lo escribía ella sin consultarse a sí misma, con rapidez, finalizando capítulo tras capítulo casi sin efectuar correcciones posteriores.

"No me extrañaría para nada comenzar a escribir en lenguas. Jamás había sentido igual urgencia por otro relato, ni tanta seguridad al poner las palabras, que se siguen unas a otras como dotadas de una necesaria ordenación. Recuerdo un documental sobre el autismo, en el que un niño dibujaba un gallo copiando la imagen fielmente de su memoria, trazando líneas aparentemente azarosas, caóticas, hasta que como por milagro se completó la figura. Se explicaba que las líneas no tenían sentido para él, y que aleatoriamente podía realizar un trazo del ala, luego una pata, luego una pluma de la cola y el pico, pero que el gallo surgiría completo y perfecto al final, siempre igual al primer modelo, sin importar el orden o aparente desorden de la operación. Me pregunto si no estaré dibujando algo que tiene una existencia propia, me pregunto qué rostro aparecerá cuando coloque el punto que cierre el último capítulo, y si podré mirar ese rostro que me estará devolviendo la mirada".

Esa sensación de ser mera transcriptora, acaso de estar realizando un acto más de medium que de creadora la acompañó todos los meses en los cuales los capítulos se sucedían velozmente unos a otros, en los cuales el demonio narraba historias, reflexionaba sobre la humanidad desde su condición de creatura ajena, se instalaba con su rostro y su cuerpo detalle por detalle en las palabras y en esa realidad paralela que tomaba una consistencia de cosa cierta.

Y Nabam, claro, era hermoso y terrible, orgulloso, soberbio y completo en sí mismo, una enorme fuerza agazapada y acaso mentida en su presencia confortable. La violencia probable, la posibilidad de una súbita detonación hacía que el horror por su condición demoníaca permaneciera como bajo continuo por detrás de la melodía tranquilizadora de los diálogos calmos y la convivencia cotidiana.

El demonio se presentaba con una corporeidad en el relato que al principio le hizo dejar las luces encendidas por las noches y se resolvió luego en una especie de espera insensata.

"Me he descubierto en la calle mirando insistentemente los portales y las veredas, buscando la imagen familiar de mi demonio recostado contra el umbral de una casa o fumando silenciosamente desde la silla de un bar, libro en mano, sentado con esa actitud de dejarse estar, con ese reposo de animal cazador que reconocería de inmediato. Me ha parecido verlo, y no me he asombrado. Sería natural y fácil caminar hacia él y saludarlo, aceptando su comparescencia como algo necesario.

Cuando escribo lo siento a mi lado, puedo percibir ese olor que le es característico, y no tengo miedo sino expectación. Frente al teclado de mi computadora, mientras describo cómo me seduce lentamente, soy seducida, ¿me seduzco?. Y cómo lo extraño cuando lo busco en las habitaciones silenciosas y descubro que él no está aquí, que no puedo rodear su cuerpo ominoso con mis brazos.

Ayer, cuando llegaba a casa, la imagen de Nabam aguardándome, espalda en la pared, cigarrillo humeante en la mano de estatua, esa imagen era tan nítida y precisa que la decepción de no encontrarlo me sumió en una depresión que hube de conjurar continuando con la novela, donde vive respira actúa habla, me habla."

Reconociendo el grado de obsesión que su personaje le provocaba, la escritora no se alarmó por ella sino se limitó a disfrutarla, pues no creía en realidad en la existencia de los cielos o infiernos del catecismo. Pensaba, como lo consignó en otros apuntes, que esta momentánea suspensión de la incredulidad era el

resultado de haber encontrado un carácter y una historia interesantes, cosas que favorecerían la obra, que prometía ser buena o en el peor de los casos menos mala que sus anteriores producciones, las que reconocía resignadamente como mediocres y carecientes de ese impacto que obliga al lector a mantener la atención en las páginas, y distrae del artificio del estilo y los mecanismos del relato.

"No te asustes, que cuando te dije que lo busco y me parece escuchar sus pasos demorados por las habitaciones, sé perfectamente que no va a ocurrir. Sólo es un sentimiento de posibilidad de la maravilla pero como juego. Dejame ser feliz con su compañía imaginaria mientras dure. No te preocupes, que no me estoy volviendo loca. Lo que pasa es que es tan hermoso."

Este fragmento de un mail a una amiga da cuenta de la alarma de ésta por esa inmersión en la irrealidad, y del intento de la escritora por tranquilizarla y quizás tranquilizarse a sí misma. Luego del frenesí de escritura de los primeros tiempos, hubo una súbita detención en correcciones mínimas y agregado o sustitución de palabras o frases que no alteraban la obra sustancialmente, sino que demoraban el desenlace.

"No he continuado con la novela. No puedo decir mi novela porque es suya, es la zona donde él camina y respira y me acaricia distraídamente. Me he percatado de que esta suspensión no se debe a falta de inspiración. Demasiado sé que ya el último capítulo está completo línea por línea, y es el miedo a la finalización, a escribir las palabras lo que me amedrenta. Sé que puesto el punto final, esto acaba, Nabam se transforma en un personaje con presentación, nudo, desenlace, y que narrar el desenlace equivale a darle fin a él junto con la novela. Está vivo mientras escribo, lo relegaré al pasado cuando concluya su historia. Me demoro en separarme de su presencia cotidiana, no me resigno a aceptar que sus últimas palabras sean consignadas y se resuelva finalmente en una foto más del álbum, que desaparezca como esos amigos que se van y se diluyen en la memoria."

Pero, resignadamente, luego de corregir una y otra vez pasajes ya revisados, en un solo día completó lo que restaba y colocó el temido punto último que equivalía al punto de muerte para la relación íntima con su personaje.

"Ya está, la cosa está hecha. Nabam está terminado, qué feo me suena. Ahora, a intentar vivir sin mi demonio. Pero qué dramática, yo que deploro las tragedias y esa penosa magnificación de las cosas, me entrego a la lástima por mí misma y por nada. Pero me engaño. Es el pudor, siempre ese pudor por los sentimientos lo que me obliga a intentar mentirme a mí misma. Los sentimientos me avergüenzan como la exhibición de las tragedias o la demostración de que al fin y al cabo yo tomo, también, seriamente mis sufrimientos, aunque éstos sean bastante lastimosos y dignos más de una sonrisa que de una lágrima. No es que no haya ocurrido nada, lo que me sucedió no sucedió en el terreno de lo diurno, de lo tangible, pero esta desazón, este pesar no son ficticios. Es un abandono, una carencia, y duele, me duele.

A veces siento el impulso de retomar Nabam, de agregar otro capítulo, de fingir que puedo tocarlo cuando íntimamente sé que está completo y no puedo manipularlo sin perjudicar esa cosa de bruñido ya realizado."

Quizás resulte innecesario referir que ella estaba enamorada de Nabam. Se había enamorado de ese angel caído hermoso y taciturno que página a página iba definiéndose como un ser negado al amor. Era la seducción del amado inaccesible, acaso la más perversa porque al no ser factible su satisfacción la transforma en una obsesión imposible de conjurar. Ella sólo podía depositar su amor en ese demonio, y el demonio sólo podía amar a Dios, que lo había expulsado de su amor.

Situación refleja, simétrica, insensata porque el demonio a fin de cuentas no existía.

"Te extraño mi Nabam, cómo te extraño. Y no es casual que extraño sea lo ajeno, lo diferente, lo alejado de uno y de sus costumbres, y utilicemos el verbo extrañar para expresar el intolerable vacío, la urgencia, el desesperado hueco que alguien deja en nosotros al marcharse. Cuando uno extraña, es porque el extrañado se ha convertido en ajeno, alejado, diferente, en un extraño."

Pasado un tiempo, dijo a sus amigos en tono de broma que poco a poco había remitido la enfermedad, y que ya no buscaba a su personaje por las calles ni esperaba hallarlo sentado en la silla de hierro de la cocina. Contó que había comenzado a escribir algunos cuentos, y que tenía la idea de una nueva novela.

Hay apuntes de esa novela, que recomenzó varias veces, sin hallar el tono justo ni la forma de narrar la historia. Los borradores revelan una escritura desganada, carente de inspiración, más de trabajo de redacción impuesto que de novelista.

"No hallo placer en la escritura, no puedo dejar el estilo de Nabam, su castellano antiguo, su fría observación a través de frases corteses. No puedo creer en estos nuevos personajes intrascendentes, meros personajes y no otra cosa, marionetas con los hilos al descubierto. Cómo habría sonreído Nabam, siempre tan pronto a burlarse de mí, si hubiese leído la frase 'marionetas con los hilos al descubierto'. Sin su mirada no puedo soslayar estas frases estúpidas y gastadas. Para qué engañarme, no puedo escribir este libro sin sombra, esta historia anecdótica e insustancial que tanto esfuerzo me demanda y que tan poco vale."

No destruyó los borradores, pero los guardó definitivamente y no volvió a escribir.

Sus conocidos dicen que ya no hablaba de Nabam, y que continuó su vida sin demostrar la íntima sensación de vacío de la que habla en su diario. Era quizás tan penosa para ella que no quería compartirla, y más aun cuanto que pensaba que no había verdaderos motivos, ya que se repetía que el demonio había sido un personaje en una trama y no había razones reales para sentirse abandonada. Cabría preguntarse qué es la realidad, qué significa esa palabra aplicada a los sentimientos.

"Trato de salir, de ver amigas, de volver a la realidad. Me persigue un vacío helado, una soledad que me atemoriza, la vergüenza de admitir ante mí misma que me enamoré de un ser inexistente y al que yo misma di forma sólo con palabras. Cómo decir esto, como admitir esto si no puedo confesármelo sin saber que es absurdo. Sin embargo, no es menos doloroso por ser absurdo. No, no duele menos."

Fue entonces que tomó la resolución de invocarlo. Tal vez lo meditó durante semanas, tal vez fue un impulso repentino. Como sea, ningún rastro escrito queda de ello, y cada uno puede formarse su propia opinión al respecto.

Repitiendo al personaje, repitiéndose a sí misma si convenimos finalmente en que ella era el personaje de la novela, con una tiza dibujó el círculo mágico y el pantaclo en el suelo, y pronunció su pedido de comparescencia a la noche del martes, al aire inmóvil de la habitación, a los improbables habitantes de esas oscuras regiones invisibles en las cuales no creía.

Sabemos que su pedido fue satisfecho, y también sabemos que no fue su demonio familiar, su doméstico acompañante quien apareció atraído formado o conjurado por la letanía. Qué terrible espanto se alzó frente a ella Dios nos guarde de saberlo. No fue posible reconocerla, pues su cadáver estaba desperdigado en jirones de carne y cabello y vísceras ensangrentadas. De nada había servido la pueril barrera de la línea de tiza, y la protección que asegura el conjuro es seguramente un engaño más de los demonios, que se complacen en juegos de esa naturaleza.

Ahora, en mis manos se encuentra la novela, y me hallo con súbito horror buscando la figura de Nabam recostado en algún muro, fumando en la silla de algún bar, respirando quedamente mientras hojea un libro. Línea por línea conozco su rostro y su cuerpo, y es tan hermoso. Es tan hermoso.

 

LAS AGUAS Y LOS DIOSES

 

En este lugar, aquí, en este hermoso lugar hay verde. Aquí, en este sitio existe el verdor. Aquí es bello, aquí hay plantas. Eso decíamos.

Nosotros, los mapuches, nosotros, los salvajes ignaros decíamos Carhué y era decir nuestra casa, era decir la tierra, era decir mi familia, mi ancestro más remoto, mi vida. Decíamos Carhué y decíamos amo la tierra verde.

Y el lago Epecuén nuestro lago Epecuén era salado. Salado como el mar más reconcentrado, tan salado como si el océano hubiese sido puesto al fuego en una olla de barro y hubiese hervido despacito hasta que el agua fuese casi sal. Así era el lago, así lo extendieron los dioses oscuros sobre la tierra verde. Y era el límite del verde. Mas allá venía la pradera que se tornaba páramo, hasta allí las pasturas y la facilidad. Hasta allí lo cálido y amable, a partir de allí ese límite, ese exterior, esa felicidad que se consigue con mayor dolor. Porque, debo decirlo, también esa era nuestra casa, y así como se ama al hijo obediente, se ama inevitable y dolorosamente al hijo que se eriza en espinas y baldío.

Era Carhué y era el lago de sal. Y fueron los hombres que ya estaban pero estaban todavía lejos. Eran los hombres del color de la blanca muerte, que nos habían dejado tranquilos hasta que su codicia los forzó a extender los brazos más lejos que el corazón. La codicia les dio hierros en los brazos y les dio hierros en los pies, y Carhué que era mi hogar fue mi tumba, y mis lugares tomaron nombres que nunca les casaron, nombres que se resbalan porque no los pertenecen. Pueblo Adolfo Alsina, lago San Lucas, nombres extranjeros, nombres que se desvanecen bajo el cielo de la América y que mi boca no puede pronunciar sin hacerse violencia.

Llegaron los hombres de hierro. Se quedaron los hombres de hierro.

Vinieron en su propia bestia humeante como quien llega montado en una pesadilla. Le dicen ferrocarril a la bestia de fuego, a ese monstruo negro y temible. En tres grandes bestias llegaban los hombres blancos y seguían trabajando para su codicia.

No les bastaba la laguna de sal. Ya no estábamos nosotros, yo era ya polvo de huesos bajo mi tierra verde cuando los intrusos que vendían baratijas y habitaciones y bañadores a rayas quisieron obligar a la tierra a dar más de si. No les bastó ver nuestra tierra, se la apropiaron; no les bastó apropiarse de la tierra, la quisieron doblegar con sus canales y sus terraplenes. No era suficiente con el nuestro lago, no. Hicieron un lago ellos, un lago dulce, trajeron el agua desde otros lados que no son este lado, que no pertenecen a este lado, y con ese agua extranjera hicieron ese nuevo lago y cambiaron la historia de la nuestra tierra.

Y el diez de noviembre uno de los dioses oscuros miró la tierra que era verde, abominó el lago dulce, tomó una palabra, pronunció una nube de ceniza, y el terraplén cedió, y la ciudad conoció el olvido del agua silenciosa. Y el agua avanzó como un ejército en marcha, y las puertas se hincharon en sus marcos, y el inexorable pasado se acumuló sobre los ladrillos de la ignominia. No tañe la campana bajo el agua, no acuden los niños a las escuelas, diez metros de agua se comprimen sobre las plazas y los tejados.

Me duermo en mi tumba ahora. Mientras me adormezco canto quedo una melodía que ya no encuentra cuerdas para sonar. Siento la luz de la luna quebrada sobre el pueblo sumergido. Descanso ahora. Los dioses juegan sus juegos, un pez desprende silenciosa, lentamente, una escama de madera de una silla que se pudre.

 

Material enviado  a Aurora Boreal® por Eduardo Coiro. Publicado en Aurora Boreal® con autorización de Mónica Graciela Russomanno. Foto de Mónica Graciela Russomanno © cortesía Eduardo Coiro.

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