Desde el bosque

lechuza 250El chillido agudo de una lechuza me despierta. No me gusta el mirar de ese pajarraco husmeando el dolor. Ya casi amanece y una pausada luz ilumina la tierra. El bosque entero ha comenzado a expirar toda su fuerza, todos los aromas guardados entre una bruma muy parecida a una llovizna.
Sé que los ciervos se están amando porque me llegan sus bramidos. Pienso que el bosque mostrará las mismas cosas mientras que el hombre no asesine su esencia.
Me siento un ciervo al poseer el bosque con toda la terquedad de un hombre solitario. Un hombre que espera la eternidad sin lamentarse.
Sé que ya soy viejo. He visto pasar los días y las noches desde esta cabaña y este sillón de la sala. La mujer amada ya hace años que ha partido dejando un hueco en la almohada. Un hueco irreversible que nunca se llenará. No sé cuánto tiempo hace que ella se ha ido; solo su ausencia da vida a los recuerdos. Y los recuerdos se burlan de mí, cambiando el sentimiento y la noción del ayer. Me pregunto sí todo ha sido tan bueno, tan precioso como la forma que quiero darle. Creo que ella ya no me amaba. Tenía piedad por mis derrotas, escuchaba mis lecturas, aprobaba o negaba con pocas palabras. Al principio, asentía llena de arrobamiento; después, casi no me escuchaba.

Podemos poseer a alguien un momento y nos sentimos uno en la inmensidad del universo, pero siempre seremos dos. Dos universos que a veces convergen en un intento de eternizar el sentimiento.
Entraré a la cocina para tomar mi taza de café con unas gotas de leche. Apenas unas gotas, solo para engañarme de mi mal hábito de tomar tanto café. Las hojas del papel en blanco me tientan, pero el cansancio de mis ojos me aleja: esas hojas no pueden sobornarme. Sé que a ella no le gustaban mis escritos. Las cosas sucedieron con ese andar impiadoso de la vida y esa cruel enfermedad. Sucedieron así, sin piedad. El té era oscuro y con gusto amargo. Ella lo bebió lentamente, sin dejar de mirarme. Sabía… No busqué a un médico ni a un cura. Al abrazarla, solo pude palpar la fragilidad de su cuerpo escondida en la humildad de sus huesos.

Me gusta sentarme en este sillón, cerca del bosque y las voces extrañas. Me gusta gozar de este para siempre, cerrar los ojos y sentirme casi inmortal. Solo los otros mueren, solo los otros se quedan quietos y fríos. Quién puede pensar que alguna vez…
La máquina de escribir esta cerrada desde la misma noche en que chilló por primera vez la lechuza. Nunca más pude entrar en nuestro dormitorio. Es mentira lo del hueco, entre las mentiras que se confabulan para consolarme. Todavía la siento allí, acostada en el lado derecho de la cama. Nunca me atreví a levantarla.

 

cecilia vetti 250Cecilia Vetti
Argentina. Desde 1970 se dedica a la literatura. Estudió con Mirta Arlt y Mempo Giardinelli. Pertenece a la Sociedad Argentina de Escritores. Recibió en el 2002, La Faja de Honor de SADE, por su libro de cuentos La soga del tiempo. En el 2003 publicó Corredor de Silencios, en el 2007 Acurrucada en la luz, en el 2009 Sueño de alas azules y en el 2014 El despojo. Dicta talleres de cuentos y es jurado en distintos concursos.

 

Desde el bosque enviado a Aurora Boreal® por Cecilia Vetti. Publicado en Aurora Boreal® con autorización de Cecilia Vetti. Foto Cecilia Vetti © Cecilia Vetti. Foto lechuza  de campanario (Tyto alba) © Foto Hernán Tolosa tomada de internet. Pusle aquí

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