El lenguaje de los helechos

alejandro arcila 250Inédito

 

Niño

 

“As lighting to the Children eased
With explanation kind”
Emily Dickinson

(“como para el niño el relámpago / que alguna explicación benévola mitiga”)
J.M.A.

 

Un olor a tierra se levantó y el cielo gris, luminoso, se cerró sobre nuestras cabezas. El pueblo terminaba en esa esquina y la carretera bajaba un poco; tomando un leve giro a la derecha estaba la casa de la abuela. Papá y yo caminábamos conversando y el calor comenzaba a huir ante la inminente llegada de la lluvia.

Una calle marcaba el límite entre el pueblo y el campo, y estábamos allí, en el lugar donde ya no es una cosa ni la otra; igual que en el tiempo el momento en que todavía no ha caído la noche por completo. Las nubes, el olor a tierra, el frío, los árboles en frente y los pequeños edificios de tres pisos a las espaldas. Los truenos comenzaron a resonar con furia, uno tras otro.

Bajábamos el camino, tomando la curva de la derecha, buscando la casa de la abuela. Pregunté a papá de dónde venía el rayo. En él se tensaba algo, cómo responder una cosa desconocida: “un rayo es la chispa que sale del choque de dos nubes.”

 

*

 

Gabriel

“April is the cruellest month, breeding
Lilacs out of the dead land, mixing
Memory and desire, stirring
Dull roots with spring rain.”
T.S. Eliot

(Abril es el mes más cruel, engendra/ lilas de la tierra muerta, mezcla/ recuerdos y anhelos, despierta/ inertes raíces con lluvias
primaverales)

 

Llegué en época de sequía; por eso me ha ido como a los perros. Sin embargo, ahora que han empezado las lluvias la cosa no mejora. La tierra me la había dejado mi padre y yo no la conocía, por eso fue que me vine con la esperanza de hacer fortuna. Pero esta tierra no sirve para nada.

Tres meses intentando hacer que el maíz pelechara, golpeando una tierra que era casi polvo amarillo, dejando ir los granos por entre las grietas y nada sucedió. Y, justo cuando empezaban a brotar los primero retoños, llegaron las lluvias.

Yo pensé que por fin la cosa mejoraría, pero ya ve: aquí estoy sentado, mirando cómo la lluvia se va llevando la tierra seca.

 

*

 

Lorena

“Vespers – are sweeter than Maitins –Signor –
Morning – only the seed of Noon”
Emily Dickinson

(“Son más dulces las vísperas, Señor, que los maitines. / La mañana es apenas el germen del mediodía”
JMA )

 

En el momento en el que yo ocultaba a Francisco en el armario de mi habitación, José entró lanzando maldiciones, “¡Por fin la encuentro, Lorena!”. Estaba empapado, se sentó en la cama y me miró con preocupación “Esta lluvia se está llevando toda la cosecha”, yo suspiré, en parte porque me tranquilizaba el hecho de que no me hubiera descubierto y también porque sabía, con preocupación, que la conversación podría extenderse mucho más. Yo sólo deseaba que se fuera.

Francisco tiritaba sentado en el piso del armario y yo lo veía a medias a través de una pequeña abertura en la puerta. José se extendía en quejas y no faltaba mucho para que llegara el resto de la familia. Sabía que tenía que disuadirlo para que se marchara pronto, pero también, en el fondo, lo disfrutaba, porque cada minuto que pasaba aumentaba mi deseo de estrechar el cuerpo de Francisco, que ahora debía estar helado.

“Usted parece no entender la magnitud del problema” dijo al verme distraída y casi sonriendo. “¿Y qué le podemos hacer, tío?”, entonces me miró aterrado, poniéndose de pie, “mañana volveremos a sembrarlo todo”.

 

*

 

Matilde

This is just to say
I have eaten
the plums
that were in
the icebox”
Wiilliam Carlos Williams

(“RECADO//Me comí/ las ciruelas/ que tenías en / la nevera””
JMA )

 

La puerta se cerró de golpe y la lluvia no dejaba de caer. Papá gritaba abajo que a Lorena le tendrían que dar una buena golpiza un día de estos, que la muy buena para nada estaba entregada a la altanería, que sería mejor que los niños nunca se volvieran los jóvenes horribles que eran.
La ventana de arriba era privilegiada, pues quedaba en el punto más alto de la colina y me permitía abarcar con la vista tanta tierra que las piernas se me cansaban de imaginar cuánto demoraría en llegar a la siguiente colina. Despegué los ojos del libro para verlo todo, para poseerlo todo y en silencio disfrutar de los secretos de los otros, haber vivido nueve de mis nueve años en la habitación alta me habían dotado también de una extrañísima visión del mundo, totalizadora.

Me metí de un solo bocado la última de las ciruelas y probé puntería con el hueso, con la lengua lo puse entre los labios y luego disparé hacia el frasco ya vacío. Una campanada sorda me llenó de satisfacción.

Entonces volví confundida a los poemas de Carlos Williams, un regalo que me había traído Lorena. Por la ventana podía ver a la curiosa pareja de padre e hijo corriendo a escamparse y a Francisco mirando a ambos lados como un gato mientras salía de casa de los tíos, podía ver el agua que aporreaba con violencia los cultivos. Repasaba la escena y entonces levanté de nuevo la mirada y pensé que debería escribir todo esto algún día.

 

 

alejandro arcila 375Alejandro Arcila Jiménez
Colombia, 1992. Abogado, estudiante de Filosofía. Fundador, autor permanente y miembro del comité editorial de la revista digital Opinión a la Plaza .

 

 

 

"El lenguaje de los helechos" enviado a Aurora Boreal® por Alejandro Arcila Jiménez. Publicado en Aurora Boreal® con autorización de Alejandro Arcila Jiménez. Foto Alejandro Arcila Jiménez © Laura Mejía Echeverri. El relato hace parte de la colección de cuentos titulada El lenguaje de los helechos y otros cuentos rurales en la que actualmente trabaja el autor. 

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