Marcos Pico Rentería - La turista

Esta fue la segunda vez que me contrató. El trabajo no es difícil si la conciencia me deja seguir adelante. No hubiera sido muy distinto trabajar como taxista o con un Uber, pero no es lo mismo. Ella me contactó muy temprano por la mañana. Le gusta levantarse y saludar al sol, costumbre que quizás leyó en algún libro de autoayuda o le copió a alguien que usa su espiritualidad como una moda pasajera.

Mornin’ Josh.

—Es Josué, ya le dije que mejor me hable en español.

—I’m sorry, can’t help it. Pero tienes razón, tengo que practicar.

Yes, you must. ¿Lista?

—Sí, vamos.

Mi ruta siempre es la misma y comienza al punto de la una de la mañana en la casa del cliente. Durante el verano, esta ciudad siempre es como un carbón que nunca se apaga, sino que pretende sofocarse para después encender con mayor furia. El ciclo es el mismo en mis clientes. La sencilla timidez que pretenden a primera vista es simplemente una máscara. No una como las que describe Paz, sino la que utiliza el mundo para pretender que todo es normal, que la ansiedad diaria se sofoca con ridiculeces diurnas, pero al final del día, esa ansiedad vuelve para retorcer las fibras más sensibles del interior humano.

—¿Es su primera vez en esta ruta?

—Hum, sí. Tuve una experiencia similar en Ecuador, pero nada igual.

—¿Cómo sabe?

—Me lo han contado.

Son seis horas de camino y procuro no hacer muchas preguntas. Por lo general solo pretendo dar algunas indicaciones. A las ceremonias siempre procuro llegar lo más temprano posible. Montezuma Creek siempre tiene un número de personas que busca curarse. Pero esto no tiene que ver con algún síntoma que la medicina moderna podría curar con facilidad. Al contrario, entre los creyentes de las ceremonias de peyote, se dice que el regalo de los dioses es la medicina. Muchas de estas ceremonias atraen a todo tipo de creyentes, pero muchas otras veces atrae a gente que busca una solución sencilla a un problema más profundo que llevan en su eterno interior. Leí hace tiempo a un escritor chileno hablar de las carreteras en los Estados Unidos y sus camiones que los describía como un lugar donde se pierden las personas, pero no pudo haber estado más equivocado. En ese cuento, el autor hizo a su personaje vomitar en el Gran Cañón. Nunca pude entender por qué razón su personaje vomitó al esplendor de tanto vacío. Así son las ceremonias, un sublime constante que se llena de simbología nativo-americana.

—¿Ha ido a muchas?

—Sí, las conozco desde hace mucho tiempo. Cada grupo hace algo diferente.

—¿Cómo qué?

—Por ejemplo, hay unos que preparan por días flores secas y adornan el Tipi. En otras son muy simples, pero pasan el peyote bastante a menudo.

—¿Y han pasado cosas raras? You know, I worry a bit

—Pues se han escuchado historias de gente que viene de turista y solo vienen a ponerse locos de peyote. Dejan lo espiritual de por fuera y se dice que los dioses se dan cuenta y se enojan. Esto no es un juego.

—¿Y que pasó?

—…

No quise contárselo todo. La preocupación la hubiera matado en ese instante. Los turistas que murieron nadie supo a ciencia cierta la razón médica. Muchos dicen que fue la misma falta de creer en la gran serpiente del conocimiento. Otros dicen que simplemente fue una reacción alérgica. Pero incluso, hay otros que aseguran que fue la misma medicina que decidió llevárselos.

—No sé. Se dicen muchas cosas.

What things?

—Cosas que ellos ya traían consigo. Cosas que no podían curarse. Cosas que la medicina decidió no dar perdón. Cosas que van quitando la vida propia y la de otros. Demonios que uno carga y no quiere dejar. Demonios que con una máscara se duermen.

—Qué heavy. ¿Cuánto queda?

—Todavía cuatro horas.

La gringa se había dormido mientras yo me quedaba solo con mis voces. En horas ella estaría en busca de sí misma. Una búsqueda que yo hacía mucho había olvidado. Curarme ya no estaba en mí. Vivir con mis más oscuros días es algo con lo que ya me había acostumbrado. El dolor crónico es algo con lo que muchos viven, y yo, sigo con ese desfase espiritual que causa que vomite como quien vomita frente el desasosiego del Gran Cañón.

We almost there?

—Sí, ya casi.

—Bueno, no hay vuelta atrás…

—¿Miedo?

—No. Bueno, la verdad es que no sé qué esperar. Tengo que hacer esto porque yo ya no encuentro la salida.

Por un momento quise saberlo todo. Hacer mil preguntas. Conocer su pasado. Saber cómo ayudarla. Pero no lo hice. Quizás hice lo que muchas de las personas en su vida optaron por hacer; nada. Ni siquiera escuchar. Su soledad era casi palpable, homogénea con el aire que se mantenía a su alrededor.

—¿Alguna vez has visto matar?

Pensé que no la había escuchado bien. O quizás no entendí su español mal formulado. De igual manera, supe que había dicho ‘matar’. No dijo morir, sino ‘matar’. La diferencia es la intención y eso llevó un escalofrío desde mi nuca a todos los nervios escondidos de mi espalda.

—Era muy joven...

La dejé continuar.

—Digo, cuando ingresé a las fuerzas armadas pensé que sería algo normal. Pagar mis deudas, ganar un poco de dinero, pero nunca me imaginé lo que vería.

Me sentí incómodo. De su bolsillo sacó una pastilla diminuta y azul. Sabía lo que era. La había visto antes. Era adicta y lo negaba. Todo su físico parecía negarlo. Detrás de su fachada de balance espiritual existía una joven atada a un químico. Sus ojos se llenaron de lágrimas y su mirada se cubrió con una calma tan grande como el horizonte que nos cobijaba.

—Voy a curarme.

—Mira, de lo que yo he visto te pue…

—No, por favor. No me quites esto. Voy a curarme en el Tipi y la medicina me sanará.

No respondí. No pude contarle las veces que había visto la misma postal. Me compadecí y decidí no contarle más. Callé. Este era su camino y yo solo un pasajero en su volante. Ella era la turista y yo simplemente el guía que lo ha visto todo una y mil veces.

—¿Es aquí?

—Sí. La ceremonia dura varias horas.

—Estoy lista para curarme.

—Mira…

—No, mejor no me digas nada.

—Tienes razón. No soy quién para negar tu camino.

—Te lo agradezco.

De su morral sacó un pequeño fajo de dinero y me lo dio. Del mismo fajo sacó una bolsita con unas pastillas las cuales apretó con un cariño especial.

—Esto es lo último que me queda y quiero dártelo pues me llevaste a las puertas de mi salvación.

Por un instante no quise aceptar mi pago, pero si no lo hacía no podría regresar a casa. Algo me decía que no la vería de nuevo. Se acercó y me dio un abrazo. En ese instante quise decirle que estaba por entrar en una brecha sin salida. En una mentira de la cual tendría que caminar por mucho más tiempo al lado de su adicción. Algo me decía que ella también sabía lo que pasaba en mi mente. Sonreí, tomé mi pago y pretendí sonreír.

Bye amigo, y muchas gracias.

—Que la Pachamama te devuelva la paz que tanto buscas.

Cerró la puerta y se dirigió hacia el medio círculo del Tipi. Semanas más tarde me enteré por la comunidad que la gringa se había puesto muy mal, que casi muere. A la semana de escuchar esto, recibí un mensaje de la gringa donde me pedía que la llevara a otra ceremonia. Lo borré y nunca más llevé a nadie a Montezuma Creek.

 

marcos pico renteria 375Marcos Pico Rentería
México, 1981. Completa su licenciatura y maestría en University of Nevada, Reno (Estados Unidos) en Literatura y Letras Extranjeras con énfasis en español. En la misma recibe un nombramiento como instructor y asistente de investigación. Obtiene su doctorado en Arizona State University (Estados Unidos) en 2016 con su tesis doctoral sobre el grupo literario mexicano Crack y dos colecciones de ensayo de Jorge Volpi. Editor de Nueve délficos. Ensayos sobre Lezama (2014) publicado por la editorial Verbum (Madrid). Varios de sus textos han aparecido en revistas como Conexos, La Santa Crítica, Revista Crítica, Nuestra Aparente Rendición, Eñe: Revista para leer, Vozed, Digo.palabra.txt, Confluencia y en antologías como Alebrije de palabras (BUAP, 2013), Pelota Jara (2014), Testigos de Ausencias (2018). Actualmente es profesor en Defense Language Institute en Monterey, California.

 

"La turista" enviado a Aurora Boreal® por Marcos Pico Rentería. Publicado en Aurora Boreal® con autorización de Marcos Pico Rentería. Fotografía Marcos Pico Rentería © Paola Andrea Florián Gaviria.

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