Se equivocaron

A wanderer is man from his birth.
He was born in a ship
On the breast of the river of Time.
Mathew Arnold

El sonido de un motor que subía por la calle le decía que era un vehículo grande el que se acercaba. Había perdido la costumbre de que algo importante sucediera allá afuera. El encierro al que habían sido sometidos la ciudad, el país, el planeta, no parecía terminar. Decían que era un virus creado, arma de dominio. Perversión que aligeraría las cargas económicas de los gobiernos y los grandes capitales.

Se trataba de un mal planeado con un ingrediente intangible, un arma de control supremo, la más inteligente de todas, el miedo. Así se obligarían a permanecer confinados, enjaulados, sometidos a un delirio creado, muy eficaz. Lo cierto es que moría gente por miles en todo el planeta, pero algo la hacía dudar de que semejante artilugio fuera creado por terrícolas. No eran muy inteligentes los modelos de gobierno ni los gobernantes. Tenía que ser algo más. Inmersa en esa reflexión le volvió todo a la memoria.

Recordó el día en que fue donde su médico pues no podía dormir porque un ser de aspecto humanoide y cíclope la asediaba en sus sueños. Era un mensajero, se llamaba Amibabud. Le dijo que debía prepararse. Tenía una misión que cumplir. Creía haber sido clara con él cuando se negó a aceptar esa responsabilidad, salvar a la humanidad. Pensaba que habían desistido de engancharla en semejante misión. Empezó a hilar los hechos, recurrió a su diario, tenía la costumbre de apuntar sus sueños. Buscó las anotaciones de encuentros y manifestaciones oníricos, ahí tendría que haber consignado algo. Allí estaría la prueba de su negación. Podría confirmar que no habían respetado su decisión porque habían vuelto a aparecer.

Empezó a caer con frecuencia en una especie de vigilia en la que oía voces. Intentaban explicarle la dimensión tiempo, que en esas ensoñaciones se confundía. Le decían que el pasado, el presente y el futuro sucedían de manera simultánea. Era un quebradero de cabeza en el que no había querido entrar. Le insistían en decirle que los tiempos son concomitantes, que la nada es vasta, que el vacío es un todo de infinito potencial. Le dijeron también que cuando no se mira el universo este fluye, pero cuando se le observa las partículas colapsan.

Le hablaban con mucha familiaridad de temas complejos, como si fueran viejos conocidos. Para responder a sus preguntas existenciales, le habían asignado un guía que poco a poco, entre sueño y sueño, se las iría contestando. No entendía y no podía confirmar nada. Cuando despertaba, solo anotaba lo que escuchaba y veía.

Dormir, soñar, era una forma de desaparecer. En el sueño la esencia de cada uno abandona este plano y fluye con el universo. No sabía a dónde la iba a llevar todo esto. Era tan diversa la información que recibía, que había quedado en un estado de inquietud inescrutable, en una realidad que le atraía, a la que quería acceder con más frecuencia.

Ya tenía claro que vivía en una invención que había sido creada por ellos, quienes sea que fueran. Los humanos habían sido creados por una raza superior que todavía no se había manifestado abiertamente, eran un experimento, le dijeron. Les dieron libre albedrío, huérfanos de padre y madre, a la manera de Philip K. Dick, como replicantes del film Blade Runner.

El humano en gran confusión y yerro, en la necesidad ontológica de saber quién era y de dónde venía, había dado a su creador varios nombres que en últimas eran el mismo. Se había conformado con eso en la búsqueda de su procedencia. Le resultó tranquilizador saber que alguien se había hecho cargo de todo y se le podría pedir, reclamar, asignar toda responsabilidad, así lo habían hecho por milenios. Les surgió la necesidad de tener sobre sí un ser que los dominara, que los guiara. Eso del libre albedrío no lo supieron manejar.

Estos seres le explicaron que habían creado a los humanos en un experimento de variables complejas. Ella intentaba comprender. Atravesaban por una gran preocupación. El ensayo que iniciaron en este planeta tenía enormes errores y de alguna manera debían corregirlos. De ahí la pandemia que habían creado de confinamiento obligatorio, que les permitiría ir y venir a su antojo sin tener que revelarse todavía.

No estaban preparados los humanos para recibir el impacto de una verdad que les dejaría sin piso todo lo que habían inventado para justificar su existencia. Tendrían que explicarles el tremendo disparate que habían creado. Ellos querían hacerse responsables del enorme error cometido, habían entregado a algunos humanos información clasificada que estos utilizaron mal y para conveniencia de pocos. Eso era lo que estaban remediando ahora.

En otro confuso encuentro le dijeron que en el planeta vivían personas que parecían humanos, pero en realidad eran seres que habían traído desde hacía centurias, seres que movían de un tiempo a otro, que almacenaban información desde los comienzos de la creación de este planeta y ahora debían actualizar su diseño y procesos, cuidarlos, prepararlos para los cambios que venían.

Intentaba comprender lo que le decían, lo que pretendían que hiciera cuando la llevaban a un plano que no era el físico. Deducía que era en el plano astral donde se resolvería todo. Era tan diversa la información que la habían dejado en un limbo, en una realidad que temía y le atraía a la vez. Quería acceder a contactos con mayor frecuencia, resolver el rompecabezas.

En uno de esos encuentros preguntó, ¿entonces yo quién soy? Le mostraron una cifra con muchos números, más de los que podía retener. En su angustia dijo que no, que ella quería saber cuál era su nombre. Para su estupor, le confirmaron que en realidad ese era su nombre. Le dijeron que los códigos que diseñaron para crear esta realidad eran más complejos que el sistema binario y ese conocimiento debían entregarlo. Tenían que explicar mejor el uso de técnicas de sanación y comunicación a través del color y el sonido y aclarar la confusión de conceptos que los tenía inmersos en un misticismo militante que no venía a cuento. Igual pasaba con el lenguaje y la música, el primero no lograba ser tan claro como para evitar conflictos y en la música se movían en pocas escalas, lo que dificultaba su comprensión de mensajes sonoros sutiles por la deficiencia del sistema fisiológico.

Se despertó muy perturbada. Se miró al espejo, quería confirmar que era ella, que estaba allí. Verse le transformaba su angustia en certeza. Veía su vida pasar en las líneas de su cara, la frustración y la tristeza, la alegría de los momentos vividos. El espejo le permitía mirarse a los ojos, buscar en ellos alguna señal del brillo que dejaron sus ancestros, memoria que según ellos habían guardado en ella, recuerdos de esos días que se alejaban rápido y para siempre. La claridad era como un sol que poco a poco se extinguía. Le dijeron que todo ocurría en un instante y por eso los seres-memoria no recordaban nunca la fuente. El deseo de continuar se elevaba victorioso en algún rincón de su mente.

Afuera, en el mundo concreto, estaban los humanos en el encierro, esperando que algo sucediera. La locura o el milagro de la muerte. Así algunos soñaban con poder escapar de lo que vendría, solo se anunciaba catástrofe, la pérdida de vestigios culturales y artísticos, también los conceptos de amor y felicidad se anularían. Todo lo que ella quería hacer cuando acabara este encierro era volver al mar, sentir su olor, sumergirse y flotar sin pensar en más, dejarse ir.

La imposibilidad de eludir una tarea impuesta sin comprender para qué, para quién debía trabajar, la había hecho entrar en un estado de pánico. No tenía con quién comentar su situación, no debía hacerlo, correría el riesgo de ser tildada de demente.

La ciudad seguía inmóvil pero viva, sin encuentros con la gente, sin el neón de los avisos, sin multitudes, sin la placenta de la sala de cine. Había tenido que renunciar a la sorpresa del azar, a deambular sin rumbo, a sentir amor y manifestarlo. Eso y la muerte eran lo mismo, se decía. ¿Volverían esos ingenuos momentos felices que nos dejan vivir el presente y abandonarnos sin pensar?

Le resultaba imposible concebir un pensamiento claro. El confinamiento la sobrepasaba, la metía en un agujero. Sabía que debía sobrevivir, respirar, batirse contra ella misma, contra ese sino. ¿Qué podría hacer ante ese poder inefable?, ¿qué decir ante esta espera sin recordar conscientemente las tareas que le habían impuesto? El tiempo pasaba.

Una noche se le acercaron varias de estas entidades o mejor llamarles ya extraterrestres porque de la Tierra no eran. La rodearon estos seres inteligentes a los que no se les podía precisar si se definían por género o color. Se produjo una vibración que entendió como un saludo, luego se alejaron dejándola con el guía. Este ser que despedía una luz blanquecina brillante se sentó a su lado. Tomó con su mano derecha la izquierda de ella y con la izquierda tomó su derecha formando entre los dos lo que parecía un circuito por donde fluía la energía que ella entendía era su preparación para lo que venía. La misión que querían que cumpliera requería de una gran fuerza. Ya estaba preparada, pero ¿para qué?

Pasaron los días. Una noche mientras fumaba sentada en las gradas de la pequeña escalera que daba al patio de su casa, apareció de manera súbita un gran agujero negro encima del lugar. Se había plantado sobre el jardín. Para su asombro, un tubo metálico bajó y se enterró en el suelo, afirmándose. Desde ahí solo veía sobre ella un vacío negro, impenetrable, de muchos metros de diámetro que dejaba intuir la presencia de una nave o de algo que estaba más arriba. Era como ese tubo de una central de bomberos que recordaba un viejo film de E.S. Porter de comienzos del siglo veinte, por donde se deslizaban hombres para ir a apagar incendios; solo que de ese tubo salido de ese negro absoluto se deslizaban unos maletines grises, rígidos, herméticos, que uno de los seres luminosos amontonaba. Abrió uno y vio que contenía lingotes de un color que parecía oro, pero de un acabado metálico mate con un botón que sobresalía, parecía un interruptor. Cuando terminaron la faena pudo entender que se trataba de una especie de baterías. Al principio creía que ellos se las estaban robando, pensó que debía impedirlo y se apresuró a enterrar un lingote en el patio. Cuando se dieron cuenta de lo que hacía le confirmaron que esa era parte de su tarea, enterrarlos. Los humanos le habían sacado el oro al planeta y eso los había puesto a ellos en la urgencia de suplirlo para evitar una catástrofe mayor. El oro era la sangre del planeta y por su extracción estaba en estado crítico, se había desbalanceado.

Volvió a su habitación. Estaba agotada, abrumada, preguntándose en qué lugar de su ser estaba ese punto infinito en el que se conjugan la realidad y esas presencias para transformar su soledad en compañía obligada, pasando de lo concreto a la fantasía y viceversa. Se dijo que exigiría una explicación, si había logrado establecer una comunicación con esos seres y lo que le pedían en mínima parte dependía de su voluntad, aunque mínima si dependía de ella, estaba en el derecho de saber toda la verdad.

Esperó establecer contacto otra vez, había recordado que Amibabud tenía un superior, Alfani, y era el encargado de la misión. Pensó que si no la ponían en contacto con él no haría nada. Esperó a que se diera la conjunción y como si hubieran leído su pensamiento, en la siguiente oportunidad se vio en una reunión dirigida por Alfani. No era muy distinto de los demás, rodeado por un grupo de personas y seres iguales a ellos, explicaba lo que estaba sucediendo en este planeta. No supo cuánto duró la reunión. Al terminar, no recordaba una palabra de lo que habían dicho. Sí recordaba que en esa reunión estaban personas que ella sabía quiénes eran. Al parecer también les habían asignado tareas; eran personalidades de las artes y las letras ya fallecidos, Orson Welles, Abbas Kiarostami, Isaac Asimov, Emily Dickinson, Beny Moré, entre los que reconocía. También vio a su padre que le sonreía complacido de verla entre esa gente, o tendría que decir, entre esos espíritus.

Cuando todos se levantaron ella quiso preguntar más cosas, saber por qué su padre estaba ahí, quería irse con él. ¿Para dónde iba él que ella no pudiera acompañarlo? Tienes que irte, le dijo Alfani. Ella se resistía. La conminó y le explicó que cada uno salía por un portal diferente dependiendo de dónde viniera. Muchos venían del pasado, pero varios venían del futuro. Ella debía volver a su presente y terminar la tarea encomendada.

Debía prepararse, el proyecto general del planeta había fracasado y la realidad como la conocía cambiaría. Así estaba definido, le dijo Alfani sin dramatismos. Hemos cometido un error estructural al diseñar los seres con solo tres variables la física, la mental y la astral, agregó. El componente físico de las creaturas era débil, perecía pronto. El error había sido incluir en la parte física un aparato digestivo necesitado de un insumo orgánico que lo hacía depredador del ambiente; ese combustible era necesario para que el procesador de ideas funcionara. No contaron con que el sistema digestivo los haría destruir el entorno y matar el resto de las especies. A través del tiempo acabaron con el entorno, con todo. Eran como la serpiente que se mordía la cola.

Alfani reconoció que habían fracasado en el intento de cambiar en los humanos procesos mentales recurrentes que les imprimían sentimientos de afán de dominación, guerra, violencia de unos contra otros y un deseo de matar que echaba al traste el plan de armonía delicadamente diseñado para cada ser: había muchos canallas por ahí rodando. Eso de asesinar cambiaba la fecha de expiración de cada humano antes de lo previsto, se había descompensado todo el plan. Por eso se aprestaban a hacer algunos arreglos, sacar de allí las memorias orgánicas, salvar la información.

Debían reiniciar el sistema, actualizar todo, hacer un nuevo experimento para no perder el progreso logrado. Ella lo que podía concluir era que la realidad de ellos era un infinito que los llevaba con precisión y sin prisa hacia un objetivo que a ella se le escapaba. La solución, le dijeron con certeza, era instalar el proyecto en otro planeta, comenzar un proyecto optimizado con esta experiencia. Le hicieron una propuesta que para ella tenía dos caras, irse con ellos y comenzar de nuevo o quedarse a ver el final de este experimento. De todas maneras, tendría que irse.

 

sara harb 350Sara Harb
Colombia. Cineasta, poeta, cuentista, poeta y realizadora de cine con guiones de largometraje y publicaciones en medios impresos y virtuales.  Estudios de cine en Estados Unidos, Cuba, master guion de cine y tv, Universidad Carlos III de Madrid. Publicaciones: Travesías del sueño (poesía, 2019, con ediciones en inglés e italiano); El relojero de Ginebra (cuentos, 2019). Además es Ingeniero Industrial, Master en Business Administration de Universidad de Lovaina en Bélgica.

 

Relato "Se equivoaron" seleccionado y enviado a Aurora Boreal® por Sara Harb. Publicado en Aurora Boreal® con autorización de Sara Harb. Fotografía Sara Harb © Carmen Viveros.

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