Sombrero de copa

esther_andradi_090Inédito
"...rara, como encendida"
para Alejandra Maass

 

Ahí estaba él con su sombrero adornado con frutas rojas -acaso eran frutillas- y rosas también rojas, émulo de Carmen Miranda rondando por las azoteas del vecindario. Se paseaba por los rincones contorneando sombrero y revoleando su cuerpo en rojo. Frambuesas caían en cascada sobre sus hombros, jugo de tomate le dibujaba las ojeras, oh, ese sombrero de rojos rotundos espejándose en la ventana. Se deslizaba sobre una alfombra de geranios que caían languidecientes a sus pies, el rojo era catarata de pulpas y diademas, guirnalda de rosas con espinas jugaban a cubrirle la desnudez -pero apenas- y la línea perfecta de su codo bailaba hacia el cielo. Raso. Rojo de sangre, vino tinto salpicando el techo, corcho en el aire, mermelada de frutilla.


Entonces vino la dama. Con su corazón atravesado por espadas, sostenía el cuerpo con los tres zancos de sus dolores: dolor del alma, dolor en su ilusión, dolor del dolor. Gasas negras, levemente agitadas por el viento, cubríanle sus heridas. La dama se plantó frente al sombrero y desenvainando su lengua, le podó las frutas una por una. Él se bebió el jugo derramado mirando amanecer entre sus piernas un balcón de malvones. Santa Rita de los pobres, bellas artes al alcance de los que tienen ojos para ver, lengua para beber, paladar para degustar. Se devoraron el resto de pulpa de tomate esparcido sobre los vientres lisos, buscaron y hurgaron y al derramarse el vino sobre la alfombra vieron la copa. Un recipiente de barro templado al fuego de algún infierno. Una copa donde cabía la mano y si insistían también un brazo y después probaron con meter un pie, y otro, y una pierna y al mismo tiempo se resbalaron por las paredes cavernosas de un abismo oscuro: la copa cobraba profundidad a medida que penetraban en ella.

Esther Andradi. Nació en Argentina, estudió Ciencias de la Comunicación en Rosario y en 1975 emigró al Perú. En Lima ejerció el periodismo escrito y publicó su primer libro. En 1981 viajó a Berlín donde escribió guiones y reportajes para la radio y la televisión alemanas. En 1995 regresó a Argentina y vivió en Buenos Aires siete años. Desde 2003 reside nuevamente en Berlín. Ha publicado testimonio, cuento, poesía, ensayo y novela, y ha sido traducida al alemán y al inglés. Autora de Ser mujer en el Perú, Come, éste es mi cuerpo, Chau Pinela, Tanta Vida, Sobre Vivientes, Berlin es un cuento. Antologías: Comer con la mirada, Vivir en otra lengua y Miradas sobre América. Crónicas de viaje, exilio y migraciónQuiero ver que hay en la copa que vive, insistió la dama inquieta. Aquí se entra descalzo, ordenó Kasandra, que estaba de guardia -menos mal, ella se quedaba afuera- y acto seguido, se encargó de cuidar los zancos que la dama hubo de quitarse. Cuando comenzaron el descenso un vaho húmedo de menta y azafrán casi la desmaya, pero siguió amarrada a su sombrero mientras se deslizaban en un lago de espuma que olía a romero y a miel.
No reconocieron aquella voz que daba consignas en el escenario. De un extremo a otro de la cavidad en penumbra, una niña arrojaba una esfera detrás de la otra, que desafiando las leyes de la física, discurrían lentamente en el aire, deteniéndose por un instante, para después seguir su curso y desaparecer por el otro extremo. En su recorrido, las esferas eran recogidas por otras niñas que se las iban pasando hasta volver a la primera -¿o era la última?-, que volvía a arrojarlas. Absortas en la elipse que trazaba el transcurrir de una y otra esfera, no parecía importarles otra cosa. Cada vez que una esfera se detenía en el aire, se iluminaba una vitrina: así fue pasando Ishtar transformada en madrina de Ifigenia, y con la lluvia de la retama se abanicaba Safo, pero no hubo ni habrá flor de loto como aquella donde Dionisios se embarcaba con Ariadna. Dejalo que trabaje, le susurraba, refiriéndose a Teseo obsesionado con treparse al trono. Nosotros descansemos, reina, le decía. Y su aliento de dios le rozaba el lóbulo de la oreja.
Tantearon los bordes con sus manos, y al tiempo percibieron el aire cálido de un entrepiso desparejo que abría puertas y compuertas, y comenzaron a buscar cualquier cosa para saciar el hambre descomunal que traían. ¿De qué color es la ambrosía? Se sabe, la batalla requiere de soldados, y la sobremesa de postres, y el sombrero se llenó de miel, jugo de tomate, frambuesas, frutillas, sandías, oscuros higos del verano, mientras la copa seguía iluminándose entre esfera y esfera, dispuesta a ofrecer delicias para aplacar con todo la sed y el hambre de caminantes sin zancos. La dama entonces se acurrucó sobre la superficie cálida, tomó el sombrero en sus brazos, fue trozando frambuesas y guindas, y llevándoselas a la boca disfrutó. Como la primera vez.
Al ágape fueron llegando de a una, y ocuparon un sitio ya dispuesto: aquí, se sentó aquella con fama de matar a sus propios hijos, allá, la otra que aguantó las infidelidades de Zeus, y de este lado María del Mar, madre de dios, mientras la dama y el sombrero seguían en lo suyo, comiendo y bebiendo aquello que deseaban, sintiendo que el cuerpo se ensanchaba y el espíritu inquieto se regocijaba. ¿Habrán visto acaso cómo se abanicaban las Ménades después de un corte limpio de razones, descolgarse del trapecio a los Sátiros, a la Cabra saltando como tromba hacia el monte? ¿Habrán oído blasfemando a Teseo que en vano buscaba al Toro de las Pampas? ¿Oyeron el temblor de las muñecas de Ulises cuando supo que sus marineros perdieron el rumbo? ¿Y las historias lascivas de Circe? ¿Vieron acaso los muslos de Hermes, palparon los cuernos erectos del Minotauro, el trasero de Zeus?
Todo indica que ellos ni se enteraron. Comieron y bebieron, y después se acomodaron en el pecho del árbol que les recogió el cuerpo con las ramas, hamacándolos hasta que se durmieron. Al clarear el alba, las incursiones de un gato curioso los despertaría. Envueltos en una manta, roja, con vino hasta en la frente, escaparían de aquel hotel de mala muerte. Ladrones de azoteas, viviendo en las cornisas, en la estampida no reconocerán la voz que ordena el escenario, una niña arrojando una esfera, y en la vitrina, por un instante iluminados, ella y su sombrero.

Sombrero de copa enviado a Aurora Boreal® por la escritora Esther Andradi. Foto Esther Andradi©Peter Groth.

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