Puro Cuento
Tres días, no amanece, tampoco has regresado. Pensé que habías vuelto a tu rutinario juego de abandonarme y reaparecer en cualquier momento... Eres todo un dilema meteorológico en mi vida. Al menos, te entiendo, me entiendes; el néctar es eterno, a pesar de los cuerpos en fuga; en la huida, el escape de las diosas en celo. Sí, también te gustaba oír mis tonterías, mientras te estirabas acariciando mis talones.
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- Por Ana María Fuster Lavín
¡Oh, muerte, si pudieras negarte a los cobardes y ofrecerte solo como la recompensa al valor!
Lucano, Farsalia
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- Por Araceli Otameni
La casa anegada
Óscar Osorio
Relatos
Programa Editorial Universidad del Valle, Cali, Colombia
Páginas 100
2018
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- Por Óscar Osorio
Un sueño es una escritura, y hay muchas escrituras que sólo son sueños.
Umberto Eco.
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- Por Milcíades Arévalo
Pienso ahora, ya después de dos años de haber atestiguado lo que aquí voy a narrar, que si bien sigo sin ser un hombre de fe, caería por insensato si siguiera siendo el mismo escéptico que era antes de que esa pareja llegara hasta este lado del Llano en una burra. Me era necesario este escepticismo obsesivo para mantener la cordura, pues de otro modo el terror me habría perforado las sienes, ya que el cementerio junto con el que se había instalado este caserío se encontraba a unos diez pasos desde la puerta de mi casa. Brizaban en la llanura las corrientes de agosto, y el árbol seco que se encontraba en medio del cementerio crujía con el viento nocturno. Su sombra, proyectada por la luna, se escurría entre mi habitación a través de la ventana. Fue por estos días de calor y viento que llegó la pareja joven que, pensé, venía persiguiendo delirios de oro.
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- Por Santiago Vesga
Hasta la muerte, eso es lo que dijo, que me querría hasta la muerte, y yo la creí, renegando de los consejos de mis próximos, para quienes el amor acaba por menguar y con el tiempo se rinde al cansancio y a la sensación de muerte. Con ella nunca fue así; desde que nos conocimos, desafiábamos el hastío, la monotonía, se nos quedaban cortas las horas del día, de noche leíamos y nos amábamos entre líneas, todo en nosotros crecía, todo se desarrollaba, también la sensación de muerte, pero no de final, solo de muerte, como si ésta fuera a dar paso a otra cosa, a algo más intenso incluso que llevara a mi compañera a renovar su juramento. Así fue haciendo ambas cosas, quererme y matarme, sin aspavientos ni alardes, ella era así, me lo contaba siempre todo; ‘los detalles, amor, es lo que marca la diferencia entre una vida mediocre, obsesiva o feliz’, y ella me lo contaba todo feliz y obsesivamente. Por eso me extrañó que esto – su amor hasta la muerte – me lo anunciara sin detalles, como si fuera algo que ya estuviera decidido o previsto, como si ya hubiera sucedido y tan solo tuviera que hacerse realidad y materializarse, algo de lo cual yo acababa de enterarme: me querría siempre, hasta la muerte, pero ahora protocolariamente. Uno no se puede morir así, sin detalles, como tampoco puede amar así, sin más, como si se tratara de un amor de turno.
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- Por Miguel Rodríguez
Crónica personal del huracán maría en cinco jornadas
a los sobrevivientes puertorriqueños del otro huracán que vino después
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- Por Ana María Fuster Lavín
Mi hermana siempre ha estado un poco loca, lo sabemos todos en la familia, pero yo he preferido no decirle nada: ella es sensible, y éste un tema difícil de tratar que provoca comentarios incómodos en reuniones navideñas y cumpleaños. Hay cosas de las que quizás no hay por qué hablar, tampoco son tan importantes. A las muñecas con las que jugaba de niña, de hecho, no parecía importarles su estado de salud mental, y participaban con ella en conversaciones absurdas que nadie entendía, asuntos privados sobre otros juguetes que no vivían en la casa pero que formaban parte de su círculo de amigos. Siempre hubo un aparte, un mundo distante y diferenciado en el que se refugiaba y hablaba de cosas misteriosas a las que los demás no llegábamos. La buscábamos, pues, en los márgenes de las cosas, en los juguetes, en las palabras sueltas y distantes.
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- Por Miguel Rodríguez