Puro Cuento
El día que conocí la existencia de los Yoruba fue una mañana de Navidad ante la tumba número 206 en el Cementerio Británico de Funchal, cerca de la Iglesia Anglicana de la Santísima Trinidad.
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- Por Teresa Iturriaga Osa
Inédito
Para Raymond Chandler, por A couple of writers
Capítulo inédito de novela en preparación
“Los escritores deben mirarse directamente a los ojos y, si no ven nada, eso es lo que tienen que decir” —pensó Fernando, masticando su traducción del consejo que diera Chandler. Entonces se puso de pie y fue por un buche de aguardiente de la damajuana, a ver si se le aclaraba la cabeza, se le vidriaban los ojos y añadía aunque fuera un párrafo a Ya nadie escribe cartas de amor.
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- Por José Prats Sariol
Durante la mañana comenzamos a darnos cuenta de que ya éramos varios, pero nadie puede asegurar ahora quiénes llegaron primero y quiénes después, nadie puede establecer esas primogenituras banales. Siempre ocurre igual en el lugar de una tragedia: los curiosos se van agolpando poco a poco, sin método ni constancia, como el agua acumulada, y de repente hay una multitud donde antes había sólo un vagabundo desocupado. Y así nos ocurrió a nosotros junto al río Medellín. Podemos pensar que los primeros llegaron a la orilla y se pararon entre la hierba crecida, sin saber muy bien dónde pisaban –sintiendo en las suelas de los zapatos la superficie incierta y barrosa de la ribera–, y manteniendo siempre varios metros de distancia con la línea de bomberos, para no estorbar. Los siguientes buscaron un espacio debajo del puente, en la plataforma de concreto donde nacen los pilares, porque desde ese lugar se tiene una mejor visión de las maniobras, y en algún momento alguien pensó que ya lo sucedido no era una cuestión de interés pasajero, y se acomodó arriba, sobre el puente, la pierna doblada y los codos apoyados en la baranda amarilla. Muy pronto ese puente con nombre de tira cómica (Horacio Toro, se llamaba y se llama todavía) se fue llenando con nuestros ruidos, con los roces de las chaquetas y las frases expectantes; hubo un comentario fuera de lugar, y enseguida corrió la voz de que había que tener cuidado, no ir a decir cualquier cosa; porque entre nosotros estaba el hombre, el marido de la mujer desaparecida.
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- Por Juan Gabriel Vásquez