Puro Cuento
Hace tres días escapé del zoológico de Barcelona. Engañar al sujeto encargado de abrir y cerrar las entradas fue cosa fácil, nada que no hubiera puesto en práctica anteriormente durante mis días en Lima (donde me encerraron por casi un año) o, incluso antes, cuando escapé del Zoológico Municipal de Pucallpa. Ya estaba tan harto de permanecer encerrado. ¿Por qué tenía que ser así? ¿Acaso solo por ser diferente?
Logré asirme del juego de llaves. Abrí una de las rejas y huí, mientras el resto de mis congéneres (aquí les dicen colegas) dormía. De hecho, extrañaba mucho Pucallpa, aunque no su zoológico, por supuesto, sino mi Yarinacocha querido, donde el sol gotea oro a la hora del crepúsculo y donde el color verde de las plantas en sus cuarenta y tantas tonalidades despide un aroma fermentado de masato durante el otoño. Extrañaba mi rostro reflejado en el lago por las mañanas. Yo debía volver a donde pertenecía.
En el avión Jorge Chávez―Barajas (también allí nos metieron en una jaula), un viejo mono colombiano me había dicho que teníamos suerte de irnos a España: “Todo es más bonito allí, hermano; además, si vamos a Barcelona veremos las construcciones de Gaudí, allí está La Sagrada Familia”. ¿Gau... quién? Eso espero, seguí la corriente con indiferencia... El asunto es que una vez en Barcelona, salvo por dos o tres cosas, como las coquetas monitas de las Islas Canarias, quienes habían llegado una semana atrás dispuestas a todo, las cosas no fueron muy distintas del resto de cárceles donde ya había estado: uno siempre debía permanecer adentro.
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- Por Dante Oliva-León
Días lúgubres
La novela de don Pollón y Altramuz
Juan Sayagués
Editorial Alhulia, Madrid
Páginas 168
2013
MAMOTRETO XXXV
El galeote supersticioso. Reírse de uno mismo no es reírse de uno mismo. De cómo Don Pollón logra calmar las aguas.
(De regreso a Pornocracia, Don Pollón intenta transportar al otro lado del río un conejo, una zanahoria, y a Altramuz, de tal suerte que el conejo no se coma la zanahoria, y Altramuz respete el conejo. Logra este objetivo en cuatro viajes; en el primero transporta el conejo dejando atrás a la zanahoria y a Altramuz, que no come verduras. En el segundo, que es el asunto de este mamotreto, transporta a Altramuz, con la intención de traerse el conejo de vuelta.)
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- Por Juan Sayagués
En la ciudad donde vivo hay una calle donde van a pasear los lisiados y los muertos. Me lo ha contado mi madre, sabe que soy descuidado con los lugares y las personas por donde paso y que a menudo entro en sitios de los que nunca se sale bien. Al principio di por hecho que me alarmaba del peligro y me instaba a no ir, pero al poco empecé a considerar su falta de insistencia justo al revés: como un tanteo sutil. Mi madre siempre ha sido un poco rara, pero es sutil. Cuando fui a preguntárselo, a esas horas ya había salido de casa.
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- Por Miguel Rodríguez
Al despertar el hombre no sabía dónde estaba, tampoco recordaba nada, ni sabía quién era. Cuando buscó entre sus pertenencias, pocas por lo demás, no encontró seña alguna de su identidad, ni siquiera un papel o libreta con su nombre. Un leve dolor de cabeza le confirmaba al menos que estaba vivo.
Permaneció sentado en el borde de la cama, tratando de poner en claro su mente, pero fue inútil. Por más que se preguntaba, no encontraba una respuesta. Quizás se tratara de algo pasajero, de una intoxicación producto de una noche de excesos, y ahora sólo cabía esperar.
El hombre se encontraba en el interior de un apartamento cuya vista daba a un cerro y a una ciudad desordenada y bulliciosa en la que nada le era familiar. Cuando quiso maldecir, las palabras no le llegaron o le llegaron con dificultad, era como si también se hubiera olvidado de hablar.
La idea de un accidente cerebral, lo sobrecogió, pero podía mover las manos, caminar y no advertía ninguna parálisis facial. No debía perder la calma. Estaba vivo, era lo importante, después vería cómo saldría de ese mal sueño. Se recostó en la cama y dejó que el tiempo transcurriera, pues sólo el tiempo podría traerle una respuesta a esa situación.
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- Por Elkin Restrepo
El chillido agudo de una lechuza me despierta. No me gusta el mirar de ese pajarraco husmeando el dolor. Ya casi amanece y una pausada luz ilumina la tierra. El bosque entero ha comenzado a expirar toda su fuerza, todos los aromas guardados entre una bruma muy parecida a una llovizna.
Sé que los ciervos se están amando porque me llegan sus bramidos. Pienso que el bosque mostrará las mismas cosas mientras que el hombre no asesine su esencia.
Me siento un ciervo al poseer el bosque con toda la terquedad de un hombre solitario. Un hombre que espera la eternidad sin lamentarse.
Sé que ya soy viejo. He visto pasar los días y las noches desde esta cabaña y este sillón de la sala. La mujer amada ya hace años que ha partido dejando un hueco en la almohada. Un hueco irreversible que nunca se llenará. No sé cuánto tiempo hace que ella se ha ido; solo su ausencia da vida a los recuerdos. Y los recuerdos se burlan de mí, cambiando el sentimiento y la noción del ayer. Me pregunto sí todo ha sido tan bueno, tan precioso como la forma que quiero darle. Creo que ella ya no me amaba. Tenía piedad por mis derrotas, escuchaba mis lecturas, aprobaba o negaba con pocas palabras. Al principio, asentía llena de arrobamiento; después, casi no me escuchaba.
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- Por Cecilia Vetti
A Luis Eduardo Gualdrón,
biólogo de formación, filósofo por vocación.
Todos estaban ya listos en el "vestier" o en el cuarto que usaban como vestier, que era el último, demasiado grande para servir como sala de clase. Como los baños quedaban ahí a la vuelta, el rector había decidido que ese cuarto sirviera para algo y el profesor de educación física que se venía quejando desde hacía meses de la falta de un local donde los muchachos se pudieran cambiar (en lugar de tener que hacerlo en los baños o en la sala de clases) antes de salir al terreno, vio la oportunidad de formular de una manera enérgica su petición, ahora o nunca, le dijo al rector: el rector le cedió el cuarto. Como era la primera vez que lo utilizaban los muchachos se comportaban con el recato y la prudencia de quien se encuentra en una sala de clases. Apenas si hablaban. Cuando el profesor de educación física entró, se extrañó de ese silencio, él que sabía que en los vestiers de los deportistas es donde más bulla se hace, les preguntó qué pasaba y los muchachos contestaron que nada, que si tenían miedo del partido de esa tarde, que no, dijeron, ¿y entonces?, por qué tanto silencio. No tenían ganas de hablar, contestaron, pero el "profe" quedó convencido de que algo malo estaba pasando, algo no funcionaba con ese equipo al que él le había dedicado sus mejores momentos desde semanas atrás, con la esperanza de que sacaran adelante los colores del quinto año, año que desde hacía tiempos no ganaba el campeonato de fútbol interno. Casi siempre lo ganaban los de cuarto o tercer año, era como si a medida que pasaban los años de bachillerato, el empuje firme y la gana de destacarse en los deportes a los muchachos se les enfriaran. Pero ese año los de quinto habían dado muestras de poder hacer bien las cosas. El "profe" decidió que con ellos se iba a jugar el todo por el todo, todo el mundo conocía en ese momento sus preferencias, de manera que una derrota o un triunfo de los de quinto año serían igualmente derrota o triunfo del "profe". Miró en redondo a los muchachos, ahí estaban todos y al mirarlos detenidamente se dio cuenta de que en realidad no era el buen ánimo lo que les faltaba, más bien, silenciosos, parecían concentrados y atentos, con la gana de entrar cuanto antes al terreno. Entonces vio a Federico, el único de los jugadores de quinto que no le gustaba. Los compañeros lo apreciaban mucho, hasta hablaban de sus buenas disposiciones deportivas, pero el "profe", aunque admitía que era un buen muchacho, buena persona, decente y todo, no creía en él como futbolista. No tenía la garra, la primera cosa que se necesita en todo para salir adelante y dejar de ser un simple aficionado, porque patear el balón cualquiera lo hace, todo el mundo sabe, incluso si jamás ha jugado, sobre todo en esta ciudad donde hay cinco clubes de fútbol y el campeonato interclubes de fin de año es más importante que la vuelta ciclística al país entero. Federico no le gustaba; se le acercó a decirle cualquier cosa, por conversar con él, probar su estado de ánimo (para el "profe" era el único flojo entre todos) y viendo que el muchacho se enrollaba las medias arriba, cerca de las rodillas, le dijo que no las templara demasiado, las puntas de los dedos podían sufrir si las medias quedaban demasiado tensas, y el muchacho, obediente, se las aflojó en seguida. "Mal sítoma", pensó el "Profe" y prefirió dejar las cosas así, se dirigió a otros, dando consejos aquí y allá, hablando y escuchando apenas lo que le respondían, preocupado porque si después de tanto molestar al rector pidiendo un "vestier", de tanto esfuerzo por demostrar que este año los que ganarían serían los de quinto año, si todo se viniera abajo, era sobre él solo, sobre sus espaldas que iba a recaer toda la culpa.
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- Por Gabriel Uribe Carreño
En la hostería del señor Gustave están recogiendo las mesas de los últimos clientes. La escalera de madera que conduce al salón cruje bajo los pasos de Vincent, el huésped que reside en la buhardilla. Vincent baja con su equipo completo de pintor: caballete, pinceles y caja de pinturas.
A modo de saludo lanza un gruñido ante la presencia del dueño de la pensión y su adolescente hija, Adeline.
-¿Quiere tomar un licor, señor Vincent? pregunta amablemente el posadero mientras frota con un paño uno de los platos.
-No, ahora tengo trabajo. Debo aprovechar la luz al máximo.
Y el pintor sale al exterior bordeando la carretera junto al río en dirección al caserío de Montelívido. Va distraído y sobre todo presa del recuerdo de las dos últimas noches de pesadilla. Los acontecimientos indican que se encuentra de nuevo ante un callejón sin salida. ¿Será otro descenso a los infiernos?
Quiere llegar al cruce que hay ochocientos metros más arriba donde el río hace una curva endiablada –y la carretera también- y adentrarse luego en un sotobosque que conduce a un rincón idílico, muy abrupto en verdad, desde donde se divisa una campiña ondulante salpicada de caseríos olvidados. Mientras camina con brío observa los brochazos de sombra que se agigantan inesperadamente a su paso. El cielo parece muy bajo y amenazante como si incubase tormenta.
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- Por Noel Olivares
Montevideo estaba demasiado caluroso aquel verano y Felisberto huyó de la sofocación que en su habitación de hotel se alojaba impúdica, para colmo, abanicándose frente al balcón que parecía dominar la ciudad y su movimiento, con la intención de recorrer inquieto, o con ligero desespero, parques citadinos. Se detuvo en la Plaza Independencia; cercano al Monumento a Artigas, oteó en pose de cazador discreto y respiró tratando de recuperar el aliento que la inquietud le arrebatara valiéndose de apuro; pero era innecesaria tal preocupación: si es cierto que nos bañamos siempre en el mismo río -contrario a lo que afirmara Heráclito-, también asumir debemos que respiramos al aliento único de la creación. Gustaba de la ciudad en ciertas ocasiones más que en otras, concluyó indeciso entre encaminar latidos hacia el mausoleo del prócer o danzar entre las palmeras extrañamente giratorias. Trató de plancharle rencores a su traje: ¿Por qué hoy la ciudad me alerta y traslada a Marruecos o Túnez? Era Felisberto hombre que siempre parecía estar a la búsqueda de algo, declaraban los vidrios empañados entre sus adoquinadas pupilas y calles andariegas; la incertidumbre de sus pasos, incluso estando fijos; las inesperadas pausas de la mano redactora que desparramaba cardiaca tinta y que resultara ser la delatora máquina de escribir escondida en el puño del saco. La única rival del piano en su acuario corazón.
El sol no daba tregua paseando refractarios dedos de oro sulfúrico a lo anchuroso de la bahía y el cerro, absorbido sensorial, desparramado a puntillismo entre los incontables peregrinos de la tarde joven en la llamada “Atenas del Plata”. Desesperó Felisberto, escuchando preludios y nocturnos de Chopin; sonatas de Mozart; fragmentos en persecución exacta dentro de su pirámide bioquímica, asumiendo que se moría anónimo en la mar de gentes y sonidos, pero la calma que no fallaba ciclos de regreso le amortiguó la prisa hacia una pequeña fuente que no supo recordar -Quizás vendría después… ¿Después de qué?- y en la que encontró asidero momentáneo. Fue entonces que el sol abanicóse dudas y se escurrió para dar paso al eléctrico galpón de nubes provocando deserción en plaza y avenidas, dejando solitario, cuasi adormilado a Felisberto y su reloj de ansias. Saltando aterrado vio lo que presentían los puentes oníricos de su laringe y su jauría de letras le alertaba.
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- Por Jesús Callejas
Mónica Graciela Russomanno, de nacionalidad argentina y española, nació en Santa Fe, en 1966, y es profesora en Artes Visuales. Fue publicada en los diarios Hoy en la Noticia, El Litoral de Santa Fe, La Nación de Buenos Aires, Uno de Entre Ríos, Ideas de Cuba, Xicóatl de Austria y Etcétera de Zaragoza. Editada virtualmente en las publicaciones Inventiva Social, Unión digital, La máquina de escribir, Página uno; escribe ensayos en la revista cultural El Arca del Sur. Ha guionado los videos: El gueto de Varsovia, realizado por los 90 años de la radio "LT9", así como Relatos de Euskadi y El Arca del Sur, participando como invitada mensual en el programa de radio de LT10 "El hombrecito del azulejo". Fue premiada en el concurso por los 70 años de la UNL, en el concurso "Nitecuento" de Editorial Mizares, el certamen de la Editorial "Nuevo Ser", y en el organizado por "Historias para el café". Editada en la antología En bandada, participa como autora invitada en encuentros con estudiantes, y es jurado del concurso anual de cuentos juveniles de la organización "El Puente". En los años 2011 y 2013 fue jurado del concurso de cuentos "Gastón Gori" de la Sociedad Argentina de Escritores filial Santa Fe. En el año 2009 la Asociación Trabajadores del Estado le editó un libro de cuentos, "Historias versas y perversas" dentro de la colección Bienes Culturales.
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- Por Mónica Graciela Russomanno