Joaquín O. Giannuzzzi - Domingos de poesía

Joaquín O. Giannuzzzi (Argentina 1924-2004). Poeta, periodista y crítico literario. Obtuvo los siguientes premios: Municipal (1980), Nacional de Literatura (1992), Esteban Echeverría (1993) y Konex (1984, 1994, 2004). Su poesía huye del tono pomposo y de la profusión verbal. El sujeto giannuzziano se vale de profundas reflexiones metafísicas para develar un nuevo orden en todo aquello que percibe u observa de manera puntillosa. El poeta filosofa, entre otros asuntos, sobre los seres, las vivencias cotidianas, sobre la vida y su finitud, sobre la fatalidad del tiempo, tribulaciones y malaventuras. En sus textos se aprecia cierto humor oscuro, cáustico y miríficamente agudo. Giannuzzi es uno de los poetas contemporáneos más influyentes en la literatura argentina.

 

El sapo

Al pie del agua de un verde inmóvil
había un sapo que dulcemente vi
hace tiempo, en un verano,
y su forma contenía un posible mundo
desconocido, quizá semejante
a los vastos cielos de diciembre.
Pero el cielo mismo no se comprende en absoluto.
Estaba allí, reposado en la placidez
de su propia y espesa materia palpitante,
sensato como todas las cosas
que desde su centro aguardan
la disolución de sí mismas.
Me detuve y logré
alcanzar sus ojos con los míos
y pensé que, sin duda,
la perplejidad de ser estaba superada.
Consideré inútil otro
conocimiento. El sapo alcanzaba
una región más vasta,
no extraña precisamente sino
ajena, una manera
de sobrevivir lo exactamente necesario.
Precipitado, aventurado a la existencia,
como un sapo simplemente, más allá
de la belleza
que da paz y enloquece a los hombres
el único significado de todo eso
era la tranquila complacencia
de la húmeda piel verdosa,
vistiendo a un dios obstinado
en la razón secreta de sí mismo.
Me inundó un colmado sosiego
y desmentí
la náusea y la muchedumbre de sabios
que desde Thales de Mileto
inclinan hacia el error
el tumulto precipitado bajo la frente.
Ante esa vana fatiga
permanecía idéntico a sí mismo
e infatigable además
el sapo que dulcemente vi
hace tiempo, en un verano.

               (Nuestros días mortales, 1958)

 

 

E = m c2

Einstein abrió la ventana
hacia la noche clara de verano.
El universo era demasiado
aun para un hombre como él.
Qué difícil meterlos en el cerebro;
los delicados muros
del cráneo le rompía, estremeciendo
los agudos, dramáticos finales
de los restantes huesos.
Extrañamente en ese andar había leyes,
pero la Ley era un escándalo secreto
una remota lucidez
cuyo sentido estaba huyendo
desde cualquier lugar hacia ninguno.
Se reveló, no obstante,
por gracia de este hombre
que abría su ventana hacia la noche,
una posible síntesis terrestre:
cabía en cuatro cifras tan culpables
que hacían sospechosa la inasible
profundidad del cielo: la muerte
quedaba desde entonces liberada
como esencial finalidad del cosmos.

 

 

Astrología

En un punto del universo ha estallado una estrella
y simultáneamente el equilibrio químico
se turba desconcertado en una célula de mi vecino.
De este modo el cáncer se instala del otro lado de la pared.
Si tengo una estrella para mí, por el momento
brilla estáticamente sostenida,
hasta que alguna mutación en su vientre llameante
determine un coágulo en mi historia personal.
No es que crea mucho en estas relaciones,
en el lenguaje prefigurado que torna dramáticas las constelaciones.
Creo sí en el deterioro universal,
en las fallas del mecanismo que no entraron en la cabeza de Kepler,
en el movimiento falso del músculo
en la cláusula ambigua del tratado de paz:
Dones de un mismo reino donde las proporciones son apenas un accidente
y la falta de sentido y de fidelidad lo único serio;
piedras en la vesícula, explosiones en el sol,
una chinche aplastada y una clamorosa colisión en la cabellera de Andrómeda.

               (Contemporáneo del mundo, 1962)

 

 

El puesto del gato en el cosmos

Uno siempre se equivoca cuando habla del gato.
Se le ocurre por ejemplo que junto a la ventana
el gato se ha planteado en el fondo de los ojos
un posible fracaso en la noche cercana.
Pero el gato no tiene un porvenir que lo limite.
A uno se le ocurre que medita, espera o mira algo
y el gato ni siquiera siente al gato que hay en él.
¿Cómo admitir detrás del movimiento de la cola,
una motivación, un juicio o un conocimiento?
El gato es un acto gratuito del gato.
El que aventure una definición debería
proponer sucesivas negaciones al engaño del gato.
Porque el gato, por lo menos el gato de la casa,
particular, privado e individuo hasta las uñas,
comprometido como está al vicio de nuestro pensamiento,
ni siquiera es un gato, estrictamente hablando.

               (Las condiciones de la época, 1967)

 

 

El hueso de la gaviota

Breve y liviano sobre la playa, aéreo
el último hueso de la gaviota
aguarda la disolución en manos de los elementos.
No está previsto un accidente
que modifique la situación.
El sólido cuerpo del planeta
también espera,
pasivamente espera y con dulzura
el retorno del hueso a su garganta.
Cincuenta millones de años
contra unas semanas de vuelo.
No hay injusticia en la proporción
sino confianza y un pulido equilibrio
entre el agua, el viento y la temperatura solar.
Y allí de pie, el poder humano,
buscando en el cielo un agujero
donde meter la cabeza y si es posible
una eternidad independiente
de uso privado y esqueleto eterno.

 

 

Canción del filósofo viudo

Una gota de lluvia
cayó sobre la tumba de mi amada.
Es esto lo real. Y el rumor
del viento y de la historia. Y la música
libre de todo lo viviente.
Los gritos personales. El sentido tangible
del tumulto universal
y de aquello que sucede
antes de cada muerte.
Debajo de tu lápida
un metafísico silencio negro.

 

 

Lluvia en el jardín

He observado el comportamiento de las mariposas
sorprendidas por la lluvia en el jardín.
En vano buscaron refugio bajo las hojas
y en la profundidad de las flores.
Pero una de ellas se elevó
hacia las nubes sombrías
y eligió la muerte en el rayo
perdida la memoria de la especie.
Yo fumaba en la galería, tendido de espaldas;
yo sobrevivía tranquilamente, ensayando
mi oficio de holgazán, mis vacaciones metafísicas,
aunque también pensando
qué clase de muerte, qué modelo de sepulcro
podría convenir a mi exclusiva historia personal,
la especie de pena que me correspondía.

 

 

Poética

La poesía no nace.
Está allí, al alcance
de toda boca
para ser doblada, repetida, citada
total y textualmente.
Usted, al despertarse esta mañana,
vio cosas, aquí y allá,
objetos, por ejemplo.
Sobre su mesa de luz
digamos que vio una lámpara,
una radio portátil, una taza azul.
Vio cada cosa solitaria
y vio su conjunto.
Todo eso ya tenía nombre.
Lo hubiera escrito así.
¿Necesitaba otro lenguaje,
otra mano, otro par de ojos, otra flauta?
No agregue. No distorsione.
No cambie
la música de lugar.
Poesía
es lo que se está viendo.

 

 

La dispersión

sobre esta mesa he apoyado los brazos y la cabeza.
Piedad y desprecio por mi mundo. Los lugares comunes
de la materia que me rodea. Un lápiz, una caja
de fósforos, una taza de café, ceniza
de cigarrillos sobre un desorden de papeles.
Cuánta desesperanza de poesía sin porvenir.
Y de pronto la certeza de que morir es apartarse de la mesa,
la noción de que todo se perderá.
Cada cosa se ausentará de la otra,
los objetos de quienes soy el centro dejarán de amarse.
Yo mismo, agonía volcada, volumen apretado al planeta
me veré arrojado por la ventana,
pedazo a pedazo, a trozos que se odian
hacia la fría unidad de la noche

 

 

Accidente aéreo

Leímos que el accidente aéreo se produjo
a causa de una falla en el radar, cuando la niebla
devoraba esa noche el aeropuerto.
Aquí están los rostros en las fotografías
reproducidas en frío de los desolados documentos personales.
Destinos resueltos en una conmoción instantánea
al final de una parábola
cuyo curso no entró en los cálculos;
paralizados por un error
no previsto en la materia irresponsable
no del todo dispuesta
a coincidir con nuestras informaciones,
o por falta de amor en una incierta sección del mecanismo.

 

 

Franz Kafka en el sanatorio

El mundo parecía en orden fuera de su cabeza,
el cuarto del sanatorio, la vana imprecación
de las pócimas, el vaso con flores desoladas.
El médico, de pronto, se volvió absurdo
al insistir mecánicamente hacia su pecho
buscando un latido perdido, un lenguaje en la oscuridad.
Entonces lo apartó con una cólera triste,
la sombría fatiga que siempre había ordenado
ademanes tan delicados para amparar su destierro.
Todos los que lo amaban estaban allí
moviéndose detrás de la puerta
o precipitándose en oleadas hacia el remoto rostro
parloteando preguntas sin salida,
en el mejor estilo judío.
Pero allí se limitaba el mundo
a encarnar los intensos silogismos de sus textos
y al mismo tiempo confirmaba su poesía
en un código monótono y fragmentario de marionetas.
Toda esa agitación ¿quién la necesitaba
sino la voracidad de vivir al precio de cualquier vergüenza?
Un moribundo muy especial, hermoso como un condenado,
quizás con abundantes pruebas acerca de lo secreto,
desapareciendo, contra toda lógica, en un cuerpo pequeño.

               (Señales de una causa personal, 1977)

 

 

La reducción

Luego de veinte años, sosegada
la cerrada e hirviente oscuridad,
su osamenta chirrió en el horno.
La ceremonia técnica
transcurrió rápidamente. Se firmaron
papeles, se fijó un número
en la mente y todo el áspero
amor que nos enfrentó, a lo lejos,
los malentendidos sentimentales
entre sangres de un mismo incendio,
cruzados de ojo a ojo, de lenguaje a lenguaje,
su identidad, sus huesos y sus ropas finales
concluían en un puñado de materia indistinta.
Aquella noche en que dijo
«mi corazón no da más» y el médico
buscó una vena para la última aguja,
y la familia reunida compartiendo
una negación, se comprimía
como un bulto congelado en la memoria.
Lo demás fue una lenta
fermentación residual, entregada
a la química ciega, ajena
a la emoción y a las flores dominicales,
hasta que el ciclo se cerró
sobre un mínimo vestigio de historia personal,
apresurada la disolución, resuelto
con un golpe de fuego
el constante homicidio de la creación.

 

 

Mi hija se viste y sale

El perfume nocturno instala su cuerpo
en una segunda perfección de lo natural.
Por la gracia de su vida
la noche comienza y el cuarto iluminado
es una palpitación de joven felino.
Ahora se pone el vestido
con una fe que no puedo imaginar
y un susurro de seda la recorre hasta los pies.
Entonces gira
sobre el eje del espejo, sometida
a la contemplación de un presente absoluto.
Un dulce desorden se inmoviliza en torno
hasta que un chasquido de pulseras al cerrarse
anuncia que todas mis opciones están resueltas.
Ella sale del cuarto, ingresa
a una víspera de música incesante
y todo lo que yo no soy la acompaña.

               (Principios de incertidumbre, 1980)

 

 

Sueño del nadador

El nadador ha pulido
su artesanía de joven felino
para corresponder
a los principios míticos del agua.
La coreografía empieza desde un punto
aéreo, elastizado,
donde el filo del trampolín revela
la soledad de una energía
concentrada en suspenso y en el cielo.
El conjunto se afina hasta crear
una mínima carne liberada
de carga emocional. Ahora solo basta
el pulmón feliz. Suelta su amarra
la tensionada fibra, se desprende, salta
y en rápida parábola
entra como un cuchillo en un reinado lento.
El agua vibra al sol como estrellada.
Convertida en mujer
con un baile en su seno se incorpora
una segunda alegría. El huésped cae
y largamente se demora abajo
como probando
la impune gracia de permanecer
para siempre en la azul profundidad,
palpando sus opciones
y sus posibles sueños venideros.
Pero aquí vuelve, sacudiendo un resto
de ensoñación goteada
a su estado mortal, con paso herido,
al triste error, vacilando
entre rígidos objetos irremediables
y su cuadrado peso.

 

 

Vieja fotografía de familia

La muerte miró la escena por el rápido agujero
cuando ellos congelaron su estirpe de comediantes
un momento absolutamente sensorial
bajo la luz de un presente instantáneo.
A partir de aquella carnal expectativa
simularon impunidad de tiempo no recibido,
primera distancia paralizada, fraude de eternidad
y el astuto poder de lo virtual
en la mente vaciada por el orificio del ojo.
El conjunto fue perdiendo peso, integridad,
energía personal, universo continuo.
Llovió en el fondo de la imagen
y se instaló una tarde progresiva en el desastre.
Entonces reinó el frío error de lo mecánico.
Ellos anhelaron memoria y sentido
desde el bulto brumoso del ser,
fisiológicos, brutales, marrones:
pero la amnesia general de la materia
desvaneció a los abuelos, disolvió
la consistencia del vínculo
entre sangres de un mismo incendio
y vestimentas anegadas por la degradación de sí mismas.
La vida reclamaba espesuras hacia todas direcciones,
mutaciones compactas, alaridos, volúmenes llameantes.
Y está visto que dos dimensiones bastaron a esta muerte de cartón.

 

 

Momento invernal

¿Qué haremos con esta escena accidental
—hojas reunidas por el viento del sur hacia la puerta—
sino aislarla como un conocimiento ilusorio?
Todo movimiento es circular
en el rincón del muro, allí
donde las hojas corren para girar sobre sí mismas
el aullido de una ráfaga fría y discontinua.
Lugares comunes de la materia invernal.
¿Debemos otorgarles
una intención de belleza y resurrección
a partir de la confusión del polvo estacional?
Tal es nuestro posible conocimiento: un anhelo
susurrando en las hojas secas, una horrible
tristeza en una tarde de nuestro tiempo.
Y en el rincón del muro la certeza y el residuo
de una disolución universal.

               (Violín obligado, 1984)

 

 

Mosca final

Tiesa en el vidrio y su engaño, todavía
se aferra a un resto de luz menguante.
Calmada forma final
ya no tiene razón contra el invierno.
Un fracaso a la vista del cielo:
veo la dignidad
de concluir con la tarde, en un gris moribundo
aplastado a lo traslúcido. Una pizca
de frío residuo planetario
hacia abajo chupado, a lo indistinto.
En su descenso cumple
una certeza de orden, mientras ignoro
la ley de mi propia disolución.
La muerte
no me reserva esa lógica suave,
su tranquila mecánica
sino un final inexacto, sometido
a un desesperado anhelo personal.

               (Cabeza final, 1991)

 

 

Canto a sí misma

A los noventa años la abuela
susurraba canciones de su juventud
como si oliera flores frescas
recién llegadas
desde un remoto territorio muerto.
En un círculo de ancianas, dormitando
en su clausura arterial, ajenas
a toda música, ella
doraba esos escombros fríos
ante un universo que huía
como si nada hubiera perdido, allí
donde ya no quedaba nada que perder.

 

 

La desaparición

Con un par de convicciones
y algunas blasfemias
violaron la cerradura a tiros.
Animales de caza nocturna
lo sacaron de la cama. La presa
no alcanzó a despedir su rostro
ni poner a salvo su nervio principal.
En la vejación, el mundo
perdía su nombre y sospechó
no más poemas después de eso.
En nombre de un orden
que despuebla la vida, lo condujeron
en un coche cerrado como un ataúd
hurtando la vergüenza al exterior.
Entonces atravesaron
la vasta oscuridad sin jueces
de una ciudad en la que desapareció
y en cuyos jardines había amado
con un cuerpo visible tendido al sol.

               (Apuestas en lo oscuro, 2000)

 

 

Epigrama con dinosaurio

Los dinosaurios desaparecieron por falta
de ideas progresistas.
De lo contrario habrían conjurado la vasta
desproporción entre el tamaño de la cabeza
y el imposible volumen del resto.
Por algún tiempo el equilibrio
pareció estable entre la inocencia
y la gestación de tragedias ciclónicas.
Hasta que la incongruencia determinó
las opciones vitales de esa vida monumental:
o bien el cerebro no pudo controlar
el mecanismo de la masa en estado crítico
o quizás el universo fue demasiado para él,
acaso un ácido sombrío que lo fue desvaneciendo
por diminutos, sucesivos estallidos
que terminaron por desplomar la especie.
Por cada cerebro, un derrumbe de montaña.

 

 

La cucaracha

Una vez más triunfante
sobre venenos combinados, obstinación
de la noche, sus lúcidas antenas palpan
el olor de mis restos
en la baja escoria de la cocina.
Una luz instantánea la paraliza: es pequeña
de un rubio apagado, pero sería una gema dorada
si pudiera escapar de la naturaleza.
Un sensible sistema de alarma a retaguardia
le advierte la cercanía del asco humano.
¿Mis ideas de exterminio
han de tener por destino esta inocencia patógena
o acaso están errando el blanco?
Con un rápido movimiento se oculta
en un hilo de sombra bajo la puerta:
allí espera y vigila los planes que trama
la bestia de mi poder, sabiendo
que puedo ser su condena. Pero prepara contra el caos
una estrategia de supervivencia
que no le ha fallado bajo los más crueles imperios
ni en quinientos millones de años. Continua y leal
al primer susurro de Dios consagrado a su especie.

 

 

Dalia en el viento

Erguida junto al pilar donde acuden
los borrachos y todos los perros del mundo
busca la luz que demanda su juventud.
En la alta profundidad, ordenados
sus pétalos violáceos
en torno a un centro dorado que actúa como un ojo,
oscila sobre un fino tallo articulado.
Hacia un fondo de cielo nuboso y cerros verdiazules
entona una danza circular
hasta que el viento la abandona
y desmayando su cabeza en la piedra
erige un poder imperial sobre el paisaje.
Pero no intenta inyectar su sangre a ese anciano
allí abajo derrumbado en un sillón
con hojas húmedas en torno,
obstinado en no abandonar sus huesos
que dentro de sí mismo cavan su propia tumba.

               (¿Hay alguiín ahí?, 2005)

 

 

Conocimiento de la mosca

La mosca explora el borde del vaso
en rápidos giros discontinuos.
Una pizca nerviosa de vida individual, aplicada
a este momento convencional de las cosas.
Pero en alguna parte
estalla una puerta y en súbita parálisis
la mosca se entrega a la sospecha
de un doloroso conocimiento:
sabe que estoy allí y que no puedo
apagar mi conciencia, su amenaza de caos.
Una vigilia de desesperados
que nada pueden compartir.
En dos cuerpos tensados, una astucia
de condenados. Ambos esperamos, allí,
como si algo pudiera definirse todavía.
Y el salto en que se pierde
por el mundo ilegible
es una desierta aventura
hacia un orden ajeno a mi visión.

 

 

Un rápido golpe de mano contra la avispa

Un rápido golpe de mano contra la avispa
ocupada en el centro dorado de la dalia roja
haciendo su trabajo
y disparó volando enloquecida
con insensatos giros hacia el cielo.
En este imbécil desatino
quise experimentar un conflicto
en el ciclo de la fecundación.
Pero el jardín siguió allí, colmado
de orden y luz, atendiendo
a la hirviente vida gestándose en sus raíces
la certeza de un universo continuo
con sus dalias rojas erguidas
sobre finos tallos articulados,
esperando el regreso de la avispa
recuperada de su sobresalto contra natura.

               (Un arte callado, 2008)

 

joaquin giannuzzi 350Joaquín O. Giannuzzzi (Argentina 1924-2004). Poeta, periodista y crítico literario. Obtuvo los siguientes premios: Municipal (1980), Nacional de Literatura (1992), Esteban Echeverría (1993) y Konex (1984, 1994, 2004). Su poesía huye del tono pomposo y de la profusión verbal. El sujeto giannuzziano se vale de profundas reflexiones metafísicas para develar un nuevo orden en todo aquello que percibe u observa de manera puntillosa. El poeta filosofa, entre otros asuntos, sobre los seres, las vivencias cotidianas, sobre la vida y su finitud, sobre la fatalidad del tiempo, tribulaciones y malaventuras. En sus textos se aprecia cierto humor oscuro, cáustico y miríficamente agudo. Giannuzzi es uno de los poetas contemporáneos más influyentes en la literatura argentina.

 

 

Material de consulta:
Antología poética. Bs. As: Fondo Nacional de las Artes, 1998; Antología poética. Prólogo de Osvaldo Picardo. Madrid: Visor, 2006. Poesía completa. Jorge Fondebrider (ed.). Sevilla: Sibila, 2009; Obra completa. Bs. As: Ediciones del Dock, 2014.

 

 

"Domingos de poesía" es una idea original del poeta Sergio Laignelet, colaborador de Aurora Boreal®. Se publica semanalmente. Toda la selección y cura de los materiales por Sergio Laignelet.

sergio laignelet 250

Sobre Sergio Laignelet
Bogotá, 1969. Poeta colombiano residente en Madrid, editor, corrector de estilo y ortotipográfico de publicaciones educativas y culturales. Libros publicados: That's all Folks! (poemas animados). Madrid, 2017; Cuentos sin hadas. Canarias, 2010; Carnaval (plaquette). Bogotá, 2007; Malas Lenguas. Bogotá, 2005. Ediciones bilingües de CSH: Danés: Omvendte eventyr. H. Krarup trad. Copenhague, 2017; Francés: Contes á l’envers. R. Durand trad. Toulon, 2015, y Colomiers, 2017 (además, poemas suyos han sido traducidos al inglés, portugués, italiano, sueco, finés, polaco y japonés). Antología editada: Gatimonio: poemas de gatos de autores hispanoamericanos. Madrid, 2013.

Poemas de Joaquín O. Giannuzzzi. Selección de poemas: Sergio Laignelet. Material enviado a Aurora Boreal® por Sergio Laignelet.Fotografía y poemas publicados con autorización de ©Herederos de Joaquín O. Giannuzzi. Fotografía Sergio Laignelet © Lorenzo Hernández.

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