Es casi de noche y no sé cómo saldré de ahí, aunque escucho lejano, el sonido de una campana y un altavoz que dice: en diez minutos este zoológico cerrará sus puertas hasta mañana. Alguna vez, en una situación similar, aunque mucho más fea, pasé la noche en un silencioso y oscuro lugar. Los mármoles, las placas con nombres y fechas grabados, las tumbas blancas y yo caminando por ahí como un espectro, llamando a quien se suponía que sólo estaba durmiendo, desesperadamente. Aunque él no escuchaba, sólo dormía. ¿Dormía realmente? Me tendí a su lado, el piso estaba demasiado frío. Como un Daruma, un muñeco japonés de papel maché que representa a un monje budista, sin importar las veces que caiga, siempre se levanta simbolizando así la perseverancia y el esfuerzo continuo, me levanté. Tuve que esperar en ese horripilante aunque calmo escenario nocturno, rodeada de sombras y tenebrosos silencios, a encontrar la salida. Al lado del lugar había una fiesta: luces de colores como guirnaldas de carnaval cruzaban el espacio nocturno y mucha gente entrando y saliendo de ahí, se escuchaba una música alborotada. La entrada era cara, carísima para mis modestos bolsillos, en ese momento sólo tenía algunas monedas. Decidí esperar. La luz del amanecer no tardaría. Si el sol siempre sale, la tierra da vueltas, sería demasiado extraño que no lo hiciera esta vez. Y esperé, esperé hasta ver los primeros rayos de luz y la gente, el movimiento del mundo de los vivos aparecía por primera vez , las personas iban y venían, reconocí las caras, era de día y salí, sin miedo, sin temor de juzgar ni ser juzgada. La jaula del cóndor está un poco más lejos, el ave mira el cielo con las alas dispuestas a volar en la cúspide, entre las rejas. Parece una marioneta que alguien hubiera puesto ahí como adorno, pero sólo es un pájaro inerte sin sus cumbres, sin montañas. Tal vez él también sueña con otros cielos, otras cumbres, otras montañas. El día es soleado, el cielo azul y diáfano hace de escenario para que el cóndor crea que puede volar libre alguna vez. Tal vez lo haga. El hipopótamo estará en el agua, ahora no se ve. El cocodrilo sólo aparece en un cartel que da su nombre científico, alerta contra posibles peligros de caer en ese lugar cerrado y acuático. Y así, recorriendo las jaulas, mirando animales, oliendo a fieras encuentro como de casualidad el lugar, la salida, el exit. Y una vez ahí afuera, respiro aliviada, voy haciendo el balance del día, contándome a mí misma recuerdos, imágenes, símbolos, sin saber si a la vuelta de la esquina o más tarde me encontraré de frente con esos leones blancos, podré mirarlos a los ojos y salir corriendo, abdicada ya su indiferencia o tendré que pasar otra noche oscura, esperando el amanecer, en algún tenebroso lugar, porque quién sabe cuáles son los sueños, cuál es la realidad.
Araceli Otamendi
Escritora y periodista argentina. Escribe novela, cuentos, ensayos, crónicas. Es directora de la revista digital de cultura Archivos del Sur y de la revista infantil Barco de papel. Su novela policial Pájaros debajo de la piel y cerveza ganó el Premio Fundación El Libro-Edenor en el marco de la XX Feria Internacional del Libro de Buenos Aires. Publicó la antología Imágenes de New York, presentada en el Centro Español Rey Juan Carlos I en New York en el año 2000. Algunos de sus cuentos han sido traducidos al inglés, italiano y coreano y han sido publicados en diversas antologías nacionales e internacionales, en periódicos y revistas. Fue directora de talleres literarios de la Sociedad Argentina de escritores (2002-2003). Es miembro del Consejo editorial de la revista de cuento breve ilustrado Entropía (Barcelona).
Los leones blancos enviado a Aurora Boreal® por Araceli Otamendi. Publicado en Aurora Boreal® con autorización de Araceli Otamendi. Foto Araceli Otamendi © Araceli Otamendi. Foto león blanco tomada de internet.