La autobiografía de Rubén Darío como antecedente de las literaturas del yo en hispanoamérica

ruben radio 250En los últimos decenios el género memorialístico ha cobrado auge y prestigio con la aparición de textos autobiográficos de escritores tan notorios como Vargas Llosa, El pez en el agua (1993), Alfredo Bryce Echenique, Permiso para vivir (Antimemorias) (1993) y Permiso para sentir (Antimemorias II)(2005), José Donoso, Conjeturas sobre la memoria de mi tribu (1996), o Gabriel García Márquez, Vivir para contarla (2002), por nombrar solo algunos. Pues bien, en lo que sigue la intención es proponer que Rubén Darío, además de ser el fundador de un nuevo lenguaje poético en castellano, abre una veta en la escritura autobiográfica contemporánea en las letras hispanas. En concreto, la cuestión que esta contribución pretende perseguir es la autorrepresentación del autor en relación con el poder estatal. Para este fin se incluirá alguna referencia a La ciudad letrada de Ángel Rama y a Teoría de la vanguardia de Peter Bürger.

 

El sujeto autobiográfico dariano

La Autobiografía es, no cabe negarlo, un texto menor dentro de la producción del vate nicaragüense. Fue publicada por entregas en el semanario Caras y caretas, de Buenos Aires, del 21 de septiembre al 30 de noviembre de 1912 bajo el título La vida de Rubén Darío escrita por él mismo y no fue hasta la publicación en forma de libro, en Barcelona en 1915 por el editor Manuel Maucci, que apareció bajo el rótulo Autobiografía de Rubén Darío. Su estructuración en breves episodios así como el orden llanamente cronológico del relato se deben, podemos suponer, al origen periodístico de este texto. Por otra parte, el yo autobiográfico de Rubén Darío coincide con el tópico del poeta bohemio y vividor que no se preocupa por el día de mañana. Por ejemplo, cuando describe su vida en Buenos Aires a partir de 1893: “Pasaba, pues, mi vida bonaerense escribiendo artículos para La Nación, y versos que fueron más tarde mis Prosas profanas; y buscando, por la noche, el peligroso encanto de los paraísos artificiales.” (Autobiografía 77). Los problemas con el alcohol, que le hicieron padecer gravemente en sus últimos años, sólo son sugeridos de esta manera casi simpática o, en cualquier caso, disculpable por ser lo propio de un poeta finisecular. De forma parecida, cuando llega a París en 1900 para cubrir la exposición universal para La Nación, pide consejo al escritor guatemalteco Enrique Gómez Carrillo sobre cómo administrarse su dinero, aun a pesar de haber estado ya en esa ciudad siete años antes: “Carrillo era ya gran conocedor de la vida parisiense. Aunque era menor que yo, le pedí consejos.
—¿Con cuánto cuenta usted mensualmente? —me preguntó.
—Con esto —le contesté, poniendo en una mesa un puñado de oros de mi remesa de La Nación, Carrillo contó y dividió aquella riqueza en dos partes; una pequeña y una grande.
—Ésta, me dijo, apartando la pequeña, es para vivir: guárdela. Y esta otra, es para que la gaste toda.
ruben dario 376Y yo seguí con placer aquellas agradables indicaciones, y esa misma noche estaba en Montmartre, en una boite llamada «Cyrano», con joviales colegas y trasnochadores estetas, danzarinas, o simples peripatéticas.” (Autobiografía 97).
De la misma manera queda enfatizada la afición del protagonista a los escarceos amorosos pues son numerosas las aventuras eróticas que son sugeridas a lo largo del relato. Por contraste, no hay mención de ninguna de las tres mujeres más sobresalientes en la trayectoria vital de Rubén Darío: Rosario Murillo, Rafaela Contreras (Darío alude al matrimonio con esta mujer muy elusivamente, Autobiografía 47) y Francisca Sánchez. Con las dos primeras contrajo matrimonio, la última le acompañó varios años y le dio tres hijos. Estas mujeres sólo aparecen en la autobiografía de manera elíptica, por medio de sugerencias y omisiones que no dejan de llamar la atención del lector. Las tragedias personales y el coste emocional que subyacen a las relaciones con estas mujeres quedan fuera del relato.
El sujeto autobiográfico de Rubén Darío, es, entonces, un yo que se identifica con un tópico literario. Ahora bien, esto no implica una comprensión de la autobiografía como esencialmente ficticia, sino que la identificación del autor, narrador y protagonista con este tipo literario representa más bien una determinada manera de configurar su autorrepresentación. Que una autobiografía esté parcialmente determinada por tópicos literarios no implica su ficcionalidad en el sentido de irrealidad o falsedad –ya que la referencialidad a personas y acontecimientos reales permanece intacta– pero sí implica una literariedad que da forma a la narración de la propia vida. El uso de tópicos literarios es una manera de organizar la representación del mundo de acuerdo con los significados que les asigna la tradición literaria.

 

El yo y el estado

En cuanto a la relación del yo con el poder estatal es notoria, en primer lugar, la ausencia de sentimiento patriótico o nacional en el texto. Si bien aparece un poema panegírico a la reina Victoria de Inglaterra, alabando tanto al Reino Unido como a su soberana (Autobiografía 75 s.), no aparece el sentimiento patriótico con respecto a ningún estado hispanoamericano. Es más, Darío adopta una actitud más bien irónica e incluso socarrona ante la administración estatal del sentimiento nacional. Así, al haber sido nombrado “ministro residente” de Nicaragua en España, narra cómo no le llega el uniforme para la presentación de credenciales ante Alfonso XIII y tiene que usar el de un diplomático colombiano amigo suyo: “Felizmente me sacó del paso mi buen amigo el doctor Manrique, ministro de Colombia; él hizo que me probara el suyo y me quedó a las mil maravillas; y he allí cómo al antiguo cónsul general de Colombia en Buenos Aires, fue recibido por el rey de España, como ministro de Nicaragua, con uniforme colombiano.” (Autobiografía 111). Igualmente, se muestra irónico cuando narra su nombramiento de cónsul en París en 1903: “El gobierno de Nicaragua, que no se había acordado nunca de que yo existía sino cuando las fiestas colombinas, o cuando se preguntó por cable de Managua al ministro de relaciones exteriores argentino si era cierta la noticia que había llegado de mi muerte, me nombró cónsul en París.” (Autobiografía 102).
ruben dario 377Si bien esta ironía se adecúa a la figura del artista bohemio para quien nada es sagrado excepto su poesía y en consecuencia adopta una actitud condescendiente y a veces burlona con respecto al resto del mundo, seguramente también sea consecuencia de cierta desilusión ante las turbulencias e intereses de la política real. En este sentido, Rubén Darío tenía conocimiento de causa pues tuvo contacto con la vida política desde su adolescencia dado que su precocidad en el arte de la poesía llamó la atención de los políticos desde un momento muy temprano. Darío vive en el momento que Ángel Rama en su libro La ciudad letrada ha designado como la modernización y politización de la ciudad, es decir, el periodo 1870-1920. La secularización y el positivismo conllevan un traslado de la función espiritual a los intelectuales, “por lo tanto nuevos sacerdotes de la humanidad” (La ciudad letrada 137). O sea, al intelectual le es asignada una función social de educación y formación de la ciudadanía. Al mismo tiempo se espera que los escritores jueguen un papel central en la formación de la identidad nacional. Según Rama, la literatura nacional se constituye a finales del XIX y tiene la misma función que la historiografía del momento, esto es, “edifica el culto de los héroes, situándolos por encima de las facciones políticas y tornándolos símbolos del espíritu nacional; disuelve la ruptura de la revolución emancipadora que habían cultivado los neoclásicos y aun los románticos, recuperando a la Colonia como la oscura cuna donde se había fraguado la nacionalidad.” (La ciudad letrada 119-20). Por tanto, Rama describe cómo la literatura es asignada una función predominantemente ideologizante, esto es, la de crear un espíritu nacional que sirva a los intereses de la clase dominante para así prolongar el orden social perteneciente a la ciudad letrada, o sea, se trata de una idea de la sociedad en la que la cultura y la política se funden orgánicamente, sosteniendo y suplementando la una a la otra. Esta idea tiene su origen en la época colonial y está basada en una organización oligárquica y absolutista del poder.
Al mismo tiempo, y en contraste histórico, esta época es también la de la autonomía del arte, tal y como ha sido descrito por entre otros Peter Bürger. Según este teórico, la autonomía del arte, esto es, su ausencia de función social es consecuencia del orden económico capitalista. Si en épocas anteriores el arte tenía una función social concreta (ser objeto de culto ligado a la religión en la Edad Media o representar el poder del príncipe en la sociedad absolutista) ahora se convierte en un objeto de consumo sin relación directa con el orden político (Teoría de la vanguardia 100-110). Según Bürger los artistas toman conciencia de este proceso con las tendencias esteticistas del fin de siglo (Modernismo, Simbolismo, Decadentismo, etc.): “Sólo en el momento en que los contenidos pierden su carácter político y el arte desea simplemente su arte, se hace posible la autocrítica del subsistema social artístico. Este estadio se alcanza al final del siglo XIX con el esteticismo.” (Teoría de la vanguardia 69).
En este momento histórico en Latinoamérica se manifiesta entonces, por un lado, la idea de la ciudad letrada, según la cual el escritor ha de ser integrado en la totalidad social de manera orgánica como educador, moralista, ideólogo, etc. Por otro lado, encontramos también la idea de la autonomía del arte, la cual se manifiesta de forma eminente en la obra dariana con su exaltación de unos universos poéticos sin relación con el mundo real. En este mismo sentido, al representarse en la autobiografía como poeta bohemio finisecular, Darío muestra con ostentación su ausencia de función social. El poeta bohemio, al ser un sujeto desligado de un contexto laboral y que además oscila entre una vida rodeada de lujos y una existencia precaria, encarna la marginalidad del arte a finales del siglo XIX y comienzos del XX. La autonomía del arte, pues, no es políticamente neutra, tiene claramente su rasgo subversivo, y en este sentido hay una clara continuidad entre la vida y la obra de Rubén Darío.

 

La filiación hispánica

Al mismo tiempo, sí hay en la Autobiografía un aspecto que podríamos llamar, en cierto sentido, patriótico, que es el de la cultura hispánica pues aparece una clara conciencia por parte del autor de su papel en la historia de la literatura, y sale en muchas ocasiones al paso de las acusaciones de extranjerismo que se le hicieron en la época. Al nombrar la renovación del lenguaje poético que llevó a cabo, menciona a la vez su conocimiento de la tradición literaria española. Cuando en su juventud sus amigos le consiguen un empleo en la Biblioteca Nacional de Nicaragua, Darío apunta que allí leyó “todas las introducciones de la Biblioteca de Autores Españoles de Rivadeneira, y las principales obras de casi todos los clásicos de nuestra lengua. De allí viene que, cosa que sorprendiera a muchos de los que conscientemente me han atacado, el que yo sea en verdad un buen conocedor de letras castizas (...). Ha sido deliberadamente que después, con el deseo de rejuvenecer, flexibilizar el idioma, he empleado maneras y construcciones de otras lenguas, giros y vocablos exóticos y no puramente españoles.” (Autobiografía 29).
Otra afirmación similar aparece cuando, con motivo del 4º centenario del Descubrimiento, visita España en 1892 como secretario de la delegación del gobierno de Nicaragua. En esta ocasión conoce a Juan Valera, Salvador Rueda, Campoamor, Pardo Bazán, Castelar etc. Con respecto a este último, declara que cuando llegó por primera vez “a casa del gran hombre, iba con la emoción que Heine sintió al llegar a la casa de Goethe. Cierto que la figura de Castelar tenía, sobre todo para nosotros los hispanoamericanos, proporciones gigantescas, y yo creía, al visitarle, entrar en la morada de un semidiós.” (Autobiografía 58). Esta analogía entre Rubén Darío y Castelar por un lado y, por otro, los dos autores alemanes expresa con cierta socarronería una relación de parentesco lingüístico y cultural entre los dos. Al mismo tiempo, también expresa distancia pues Heine representa la generación posterior y renovadora con respecto a Goethe: si el último personifica el Clasicismo, el primero representa el Romanticismo en la literatura alemana (por añadidura, la mencionada visita de Heine a Goethe resultó ser más bien un desencuentro). De esta manera, Darío expresa tanto afiliación como distancia con respecto a Castelar y lo que este representa. En definitiva, Darío se afirma en su identificación con la tradición cultural y literaria hispánica antes que con un estado concreto. Esto representa la autonomización de Latinoamérica como un orbe cultural con su propio lugar en el conglomerado occidental, pues, tal y como afirma Rama, a la lengua castellana “Darío la transformará en plenamente americana y por lo mismo en profundamente hispánica. Con Darío, América se apropia de la lengua castellana a través del canto.” (Prólogo a: Rubén Darío, Poesía LI).

 

A modo de conclusión

Si por un lado la autobiografía de Rubén Darío se puede considerar una declaración por parte del autor de su identidad literaria hispánica, al mismo tiempo nos narra su ambigua relación con el poder político. Si el aparato estatal intenta asignarle el papel del escritor como educador, ideólogo, moralista, etc., Darío se identifica con la idea de la autonomía del arte, lo que le impide la integración en el sistema político-estatal. La permanencia de esta problemática se puede observar en textos autobiográficos de autores hispanoamericanos más próximos a nosotros en el tiempo como Mario Vargas Llosa o Gabriel García Márquez. En el caso de Vargas Llosa, la narración de la infancia del autor corre pareja, en capítulos alternos, con el relato de su campaña para alcanzar la presidencia de Perú en las elecciones de 1990. La relación entre literatura y política es también en este caso, pero aquí de forma completamente explícita, desafortunada pues la autorrepresentación del autor es la de un soñador y un idealista que se interna en un juego que le es ajeno. En Vivir para contarla García Márquez narra con su indirección característica la marginalidad de la literatura en relación con el poder político. El yo autobiográfico de García Márquez no hace ninguna valoración explícita de los sucesos sociales y políticos en los que se ve envuelto a pesar de tener estos a menudo un carácter violento y dramático. Acontecimientos como el Bogotazo o el episodio que posteriormente sería contenido en el libro Relato de un náufrago son narrados más bien con perplejidad por un sujeto que en muy pocas ocasiones actúa o se posiciona ya que sólo narra una larga cadena de episodios cuando grotescos, cuando mágicos, cuando pintorescos, etc. También en este caso, por tanto, aparece un sujeto que realiza una subversión ambigua por la forma de narrar los acontecimientos políticos de su tiempo. Una lectura en esta clave de las autobiografías hispánicas contemporáneas daría constancia de cómo la relación del personaje-autor con el poder político tiene una cierta constancia, lo cual confirmaría el estatus fundacional del texto dariano analizado aquí. Esto, evidentemente, sería el objeto de un trabajo mucho más extenso que el que nos permiten las actuales circunstancias.

 

Bibliografía

Peter Bürger, Teoría de la vanguardia, Barcelona, península 1987.
Rubén Darío, Autobiografía de Rubén Darío, Barcelona, Linkgua 2003.
Ángel Rama, La ciudad letrada, Santiago de Chile, Tajamar 2004.
Ángel Rama, “Prólogo” en: Rubén Darío, Poesía, Caracas, Ayacucho 1985.

 

Julio Jensen
julio jensen 350Dinamarca / España. Es profesor titular de literatura hispánica en la Universidad de Copenhague. Su interés está centrado en, por una parte, el Siglo de Oro y, por otra, en la producción literaria y cultural del siglo XX. Publicaciones sobre: Cervantes, Calderón, Inca Garcilaso de la Vega, Tirso de Molina, Juan Ramón Jiménez, Borges, García Márquez y Vargas Llosa entre otros.

 

La autobiografía de Rubén Darío como antecedente de las literaturas del yo en hispanoamérica enviado a Aurora Boreal® por Julio Jensen. Publicado en Aurora Boreal® con autorizacón de Julio Jensen. Foto Julio Jensen©Lorenzohernandez. Fotos Rubén Darío tomadas de internet.

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