Tío, sus parajes, laberintos y cuentos

tio potosi 250Conversaciones con el Tío de Potosí
Víctor Montoya
Cuento
Grupo Editorial Kipus
Páginas 272
ISBN: 978-99974-42-86-4
Año 2015

 

 

La espiritualidad del ser humano tawantinsuyano es tan eminente que, en poblaciones aledañas al territorio de los lagos menores, allá donde habita la nación Q’has qut suñi Urus, Wary es recordado en una leyenda muy contradictoria, que habla del bien y el mal occidentales, de premio y castigo, que no están inmersos en la mentalidad del ser humano andino.

Wary, al no haber podido destruir a los Suñis Urus, se desterró a sí mismo en el interior de las profundas cavernas, desde donde empezó a prodigar mineral a los sufridos habitantes, quienes, sometidos a la ignominiosa política de la “mita” y cuando emergían sin un cargamento de mineral de los oscuros socavones, eran cruelmente castigados y no se les permitía comer.

En este capítulo hay que mencionar que, en la cultura tawantinsuyana, las fuerzas tutelares, denominadas “dioses” en la cultura occidental, no son representadas con formas humanas. Muchas veces son los animales los que representan a estas fuerzas, como los sapos representan a Pachamama, las víboras a Katari, y el cervatillo andino, conocido como Taruca, representaba para los Suñi Urus a Wary.

Los colonialistas, irrespetuosos y abusivos, se habrían dedicado a cazar indiscriminadamente a este indefenso astado animalito, hasta casi haber extinguido su especie; razón que obligó al cornudo animal a refugiarse de día, en el interior de las cavernas naturales, y salir a procurar su alimento de noche.

Los originarios, condenados a las labores de esclavitud absoluta de la “mita”, con la espiritualidad que caracteriza al indígena tawantinsuyano, veían a Wary como una fuerza tutelar que les prodigaba mineral para evitar los castigos crueles de los fatídicos colonialistas.

tio potosíLa religión, que siempre supo sacar provecho de la espiritualidad del indígena originario, no tardó en incorporar a Wary-Taruka a la posición de un ídolo maligno, al cual se debía temer y despreciar. La representación del demonio que ostenta cuernos en la frente, además de habitar desterrado en las profundidades de las aterradoras cavernas, dieron a la deidad tawantinsuyana las características de un ser maligno.

Los indígenas originarios, que no reconocían esta forma de presentación de sus fuerzas tutelares, fueron cambiando durante los siglos de esclavitud colonial y republicana. La naturaleza del personaje que habitaba en el interior de las minas no era, por tanto, un ser maligno, sino un ser maravilloso con el que se podía sostener una comunicación muy especial.

Para la espiritualidad del ser humano, poblador de los Andes, ese momento no es otro que el del inicio de la jornada de trabajo. La “ch’alla”, ritual diario de reciprocidad con las fuerzas tutelares, sea la Pachamama u otras, que se basa en el acto de rociar la tierra u otro bien con alcohol y elementos simbólicos; en el que, principalmente, se da paso a una ceremonia instituida durante la colonia: el “pijcheo”.

Consiste en un momento de reflexión que realiza el minero o “k’oya runa”, como se le llama en “runa simi” o quechua, preparando hojas de coca para el boleo, es decir, para introducirlas en la boca, formando dos masas compactas de hojas de coca en el interior de cada mejilla, fumar el típico cigarrillo de tabaco puro o “k’uyuna”, libar algo de alcohol o agua ardientes, denominados “t’ujsillos” o piscos.

En la actualidad también los mineros modernos, seguidores de sus antecesores los mitayos esclavos de la colonia, desarrollan la habitual ceremonia del “pijcheo”, consistente en un conversatorio, antes de iniciar las actividades diarias en la mina, con comentarios sobre sueños, pesadillas, noticias, etc. Pero, sobre todo, establecen comunicación con el dominador de las entrañas de la tierra.

Para alcanzar mayor efectividad, a la acción de las hojas de coca que mastican, “ch’allan”. Esto lo realizan alrededor de la figura tallada en piedra o estuco del personaje que ya está entronizado en el interior de las minas en Bolivia, al cual rinden pleitesía. Una figura que representa a un hombre, en cuya cabeza tiene dos astas, es musculoso y en la entrepierna luce un falo descomunal. El color de su piel, por lo general, es de color rojo.

La religión católica, en este contexto, ha perdido todas las batallas. La figura del ser que es reverenciado todas las mañanas, antes de dar inicio a las jornadas laborales, no es un ser dañino y maléfico. El Tío es el mayor representante del cambio de mentalidad de los seres humanos tawantinsuyanos y es el vencedor de las jornadas.

El “k’oya runa”, minero, lo considera un ser maravilloso, al que no hay que hacerlo enojar; por el contrario, hay que tratarlo con cariño, se le denomina con el apelativo más significativo y que demuestra el afecto del entorno familiar, para la mentalidad del tawantinsuyano, el apelativo que se le ha dado es el de: “Tío”.

En el interior de la mina, el Tío parece haber buscado un interlocutor válido, alguien que pudiera transmitir el sentir de cientos de años de destierro voluntario. Hasta se podría afirmar que entre la legión de “escribidores” que cada día llenan con verborragia prosaica libros y pasquines, el Tío no encontró a alguien digno de su confianza, por tanto, el Tío siguió esperando la llegada de un ser que como él, estuviera tallado de corpa, mineral, y que por sus venas, en vez de sangre, corriera “copajira”, esa agua acidulada que fluye en el interior de las minas llevando los sulfatos de hierro y cobre.

He ahí que el mago de la palabra, aquel hombre que nació y creció aspirando el olor al anfo del tiro en la mina, que extrañó por varias décadas el tibio olor que emana a la salida a la superficie de los carros metaleros, con carga mineral, retornó a su tierra tan cerca del cielo, a la tierra de las montañas.

Víctor Montoya, hijo de las minas que desde la fría Suecia, estoy plenamente seguro, fue el desterrado que con mucha efectividad logró contactarse con el Tío, el personaje que hemos tratado de describir y que se había quedado sólo en los parajes oscuros de las minas, cuando un mal 29 de agosto de 1985, un Decreto Supremo conocido como 21060, vacío las minas de la otrora todopoderosa Corporación Minera de Bolivia (COMIBOL).

Los “k’oya runas”, mineros, habían sido relocalizados, expulsados con un mísero arreglo ilegal. No entraban ya a “pijchar” en las mañanas y habían dejado los parajes de la mina en una soledad que lastimaba al que había quedado como único morador: el Tío.

Tentando una relación mental, haciendo uso de toda la capacidad que el deseo le podía haber proporcionado, Víctor Montoya lograba, hasta lo puedo asegurar, conectarse con el mítico Tío, y en sus constantes charlas de “pijcheo” mental, escuchaba con la voz del realismo mágico, las anécdotas y largas historias que tenía el Tío para transmitirle.

La vocación de fascinador de la palabra hizo que Víctor Montoya transmitiera lo que el Tío le relataba. No es del todo inaudito que, el minero escritor, retornara a las montañas que cobijan al Tío, y esta vez, munido de su infaltable pluma, boleando coca de amanecida, “pijchara” con el Tío, quien ya no se siente en soledad, pues hasta los “k’oya runas” han retornado a sus parajes como cooperativistas. Con todo, el Tío, en el contacto con su interlocutor válido, no deja de transmitirle sus aventuras y desventuras.

Conversaciones con el Tío de Potosí no sólo es una obra que cumple con las características que su nombre involucra, sino que desmonta la sesgada condición a la que habría sido sometido el Tío. Víctor Montoya, rescatando de esos ficticios avernos, coloca al Tío en su condición más cierta, la de un ser amigable, de carácter fuerte pero bondadoso, enérgico, inteligente y de buenos sentimientos.

No es casual que Víctor Montoya haya llegado a un grado y nivel tan elevado en su comunicación con el Tío, que en su obra, Conversaciones con el Tío de Potosí, deja sentado el precedente y mérito de haber descubierto la fortaleza telúrica que tiene el Tío, colocándolo no bajo la condenada calumniosa e ignominiosa condición de ser maligno, sino que rescatándolo tanto en el fondo como en la forma. En consecuencia, Montoya se une al coro que mucho tiempo atrás hubiera iniciado el inmortal poeta chapaco Óscar Alfaro, quien decía: “En el que te encerrara la Iglesia de cínicos”.

 

manuel alfonso rojas boyan001Manuel Alfonso Rojas Boyán
Bolivia, 1952. Periodista y antropólogo. Cursó estudios de Ciencias Naturales, Matemáticas y Física, en Roskilde, Dinamarca. Realizó estudios en la Escuela Real y Superior de Veterinaria y Agronomía de Copenhague DK. Asimismo, tiene estudios en la Escuela Militar de Ingeniería. Maestría en Recursos Naturales y Gestión Ambiental. Sus estudios de antropología están contemplados en los siguientes libros: Bolivia Tradición y Folklore. El Carnaval de Oruro (1988); El Hombre Andino (1992). Libro en tres idiomas. Inglés, danés y español; En Defensa del Patrimonio Cultural Boliviano (1996); TitiqaqaTaypiPuxPux. Los Q'hasqutsuñi uros. Nación de gentes de Aguas (2006).

 

"Tío, sus parajes, laberintos y cuentos" enviado a Aurora Boreal® por Manuel Alfonso Rojas Boyán y Víctor Montoya. Publicado en Aurora Boreal® con autorización de Manuel Alfonso Rojas Boyán y Víctor Montoya. Foto Manuel Alfonso Rojas Boyán © Manuel Alfonso Rojas Boyán .

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