María Mercedes Carranza - Domingos de poesía

María Mercedes Carranza (Colombia, 1945-2003). Poeta y periodista. Coordinó páginas literarias en medios impresos y fue directora de la Casa de Poesía Silva en Bogotá. En su producción poética están presentes la cotidianidad y el desasosiego que irrumpen tras el enamoramiento y una vida sentimental abocada al fracaso. También la desilusión producida por otros estados de infelicidad. Así, la soledad, el miedo y los recuerdos se abordan con total franqueza siendo el reflejo último de los fantasmas de la autora. Por otro lado, en su obra existe una conciencia crítica de la situación cruenta y desgarradora que afecta a la sociedad colombiana. En El canto de las moscas (versión de los acontecimientos) recrea en veinticuatro poemas el horror que supuso un ciclo de matanzas y masacres ocurridas en diferentes regiones del país. La dimensión de la poesía carranciana trasciende el ámbito hispanoamericano. María Mercedes se quitó la vida tras varios meses de sufrir una depresión mayor.

Muestra las virtudes del amor verdadero y
confiesa al amado los afectos varios de su corazón

a Fernando

Hoy pienso especialmente en ti
y veo que ese amor carece de desmayos,
de ojos aterciopelados
y demás gestos admirables.
Ese amor no se hace como la primavera
a punta de capullos
y gorjeos. Se hace cada día
con el cepillo de dientes por la mañana,
el pescado frito en la cocina
y los sudores por la noche.
Se vive poco a poco ese amor
entre tanto plato sucio, detrás del cotidiano
montón de ropa para planchar,
con gritos de niños y cuentas del mercado,
las cremas en la cara
y los bombillos que no funcionan.
Y otra cosa: cada tarde te quiero más.

               (Vainas y otros poemas, 1972)

 

 

Poema de amor

A través de una luz irreal
—la cortina azul de la habitación
cerrada a media tarde—
se acerca a la cama.
En estos instantes su cuerpo es inmenso,
sólo el cuerpo existe.
Puedo repetir las palabras entredichas,
la piel que se derrite, el sudor.
Pero en realidad sucede
que mi cuerpo está bajo su cuerpo
—fantasías inconfesables,
manos sabias, miradas inequívocas—
ambos tratando de sobrevivir
cada uno gracias al otro.
Caemos y caemos como Alicia
en un precipicio sin tocar fondo.
Y como Alicia nos detenemos de repente:
ese tenso, inmóvil instante.
El espejo se rompe
cuando oigo su voz que me dice:
«Qué bien lo hemos pasado, mi amor».
Pienso entonces que debo ocuparme ya
de encender las luces de la casa.

 

 

Kavafiana

El deseo aparece de repente,
en cualquier parte, a propósito de nada.
En la cocina, caminando por la calle.
Basta una mirada, un ademán, un roce.
Pero dos cuerpos
tienen también su amanecer y su ocaso,
su rutina de amor y de sueños,
de gestos sabidos hasta el cansancio.
Se dispersan las risas, se deforman.
Hay cenizas en las bocas
y el íntimo desdén.
Dos cuerpos tienen
su muerte el uno frente al otro.
Basta el silencio.

 

 

Balance final

Sobre la cama de sábanas destendidas
un segundo del tiempo que les fue dado
se encontraron más allá de la piel.
Por un instante el mundo fue exacto y bondadoso
y la vida algo más que una historia desolada.
Luego y antes y ahora y para siempre
todo fue un juego de espejos enemigos:
sólo hubo rechazos, cuerpos solitarios,
mal aliento, ilusiones no compartidas,
cartas banales, gestos rutinarios
y un paciente velar el cadáver de aquel instante.

 

 

Tengo miedo

«…Todo desaparece ante el miedo. El miedo, Cesonia; ese
bello sentimiento, sin aleación, puro y desinteresado; uno
de los pocos que saca su nobleza del vientre»

Albert Camus («Calígula»)

Miradme: en mí habita el miedo.
Tras estos ojos serenos, en este cuerpo que ama: el miedo.
El miedo al amanecer porque inevitable el sol saldrá y he de verlo,
cuando atardece porque puede no salir mañana.
Vigilo los ruidos misteriosos de esta casa que se derrumba,
ya los fantasmas, las sombras me cercan y tengo miedo.
Procuro dormir con la luz encendida
y me hago como puedo a lanzas, corazas, ilusiones.
Pero basta quizás sólo una mancha en el mantel
para que de nuevo se adueñe de mí el espanto.
Nada me calma ni sosiega:
ni esta palabra inútil, ni esta pasión de amor,
ni el espejo donde veo ya mi rostro muerto.
Oídme bien, lo digo a gritos: tengo miedo.

               (Tengo miedo, 1983)

 

 

La patria

Esta casa de espesas paredes coloniales
y un patio de azaleas muy decimonónico
hace varios siglos que se viene abajo.
Como si nada las personas van y vienen
por las habitaciones en ruina,
hacen el amor, bailan, escriben cartas.

A menudo silban balas o es tal vez el viento
que silba a través del techo desfondado.
En esta casa los vivos duermen con los muertos,
imitan sus costumbres, repiten sus gestos
y cuando cantan, cantan sus fracasos.

Todo es ruina en esta casa,
están en ruina el abrazo y la música,
el destino, cada mañana, la risa son ruina,
las lágrimas, el silencio, los sueños.
Las ventanas muestran paisajes destruidos,
carne y ceniza se confunden en las caras,
en las bocas las palabras se revuelven con miedo.
En esta casa todos estamos enterrados vivos.

 

 

Canción de domingo

Es inútil escoger otro camino,
decidir entre esta palabra herida y el bostezo,
atravesar la puerta tras la cual te vas a perder
o seguir de largo como cualquier olvido.
Es inútil rociar raíces
que sean quimeras, árboles o cicatrices,
cambiar de papel y de escenario,
ser arco, cuerda, puta o sombra,
nombrar y no nombrar, decidirse por las estrellas.
Es inútil llevar prisa y adivinar,
porque no hay tiempo para ver
o demorarse la vida entera
en conocer tu rostro en el espejo.
Los lirios, el cemento, esos ojos zarcos,
las nubes que pasan, el olor de un cuerpo,
la silla que recibe la luz oblicua de la tarde,
todo el aire que bebes, toda risa o domingo,
todo te lleva indiferente y fatal hacia tu muerte.

 

 

Maldición

Te perseguiré por los siglos de los siglos.

No dejaré piedra sin remover
Ni mis ojos horizonte sin mirar.

Donde quiera que mi voz hable
Llegará sin perdón a tu oído
Y mis pasos estarán siempre
Dentro del laberinto que tracen los tuyos.

Se sucederán millones de amaneceres y de ocasos,
Resucitarán los muertos y volverán a morir
Y allí donde tú estés:
Polvo, luna, nada, te he de encontrar.

 

 

Oda al amor

Una tarde que ya nunca olvidarás
llega a tu casa y se sienta a la mesa.
Poco a poco tendrá un lugar en cada habitación,
en las paredes y los muebles estarán sus huellas,
destenderá tu cama y ahuecará la almohada.
Los libros de la biblioteca, precioso tejido de años,
se acomodarán a su gusto y semejanza,
cambiarán de lugar las fotos antiguas.
Otros ojos mirarán tus costumbres,
tu ir y venir entre paredes y abrazos
y serán distintos los ruidos cotidianos y los olores.
Cualquier tarde que ya nunca olvidarás
el que desbarató tu casa y habitó tus cosas
saldrá por la puerta sin decir adiós.
Deberás comenzar a hacer de nuevo la casa,
reacomodar los muebles, limpiar las paredes,
cambiar las cerraduras, romper los retratos,
barrerlo todo y seguir viviendo.

 

 

Oración

No más amaneceres ni costumbres,
no más luz, no más oficios, no más instantes.
Sólo tierra, tierra en los ojos,
entre la boca y los oídos;
tierra sobre los pechos aplastados;
tierra entre el vientre seco;
tierra apretada a la espalda;
a lo largo de las piernas entreabiertas, tierra;
tierra entre las manos ahí dejadas.
Tierra y olvido.

 

 

Descripción del enemigo
(fragmento)

«Y porque nuestra razón nos aparta
violentamente del abismo, por eso nos acercamos
a él con más ímpetu»

E. A. Poe (El demonio de la perversidad)

I

Es el aire que entra por tu boca el enemigo,
el sueño que sueñas sola,
las palabras que dices y las que no dices,
las miradas que salen de tus ojos,
tus pensamientos quién sabe en qué,
las manos que usas para tocar
así sea con la sabiduría del deseo,
los pies que te conducen sin rumbo hacia el desastre,
son el enemigo en vela, el insomne impávido
que te aborda por todos los poros
y como un tumulto de hormigas rojas
te inunda con la sangre de tus venas
y te deja, ya para nada, seguir la vida.

 

 

Cuando escribo sentada en el sofá

A la memoria de mi padre, quien
me enseñó las primeras palabras
y también las últimas.

(Arte poética)

Igual que la imagen de mi cara en el espejo,
en la lisa y lustrada puerta del armario
me recuerda cómo me ve la luz,
en mis palabras busco oír el sonido
de las aguas estancadas, turbias
de raíces y fango, que llevo dentro.

No eso, sino quizás un recuerdo:
¿volver a estar en uno de aquellos días
en los que todo brillaba, las frutas en el frutero,
las tardes de domingo y todavía el sol?
El golpe en la escalera de los pasos
que llegaban hasta mi cama en la pieza oscura
como disco rayado quiero oír en mis palabras.
O tal vez no sea eso tampoco:
solo el ruido de nuestros dos cuerpos
girando a tientas para sobrevivir apenas el instante.

Yo escribo sentada en el sofá
de una casa que ya no existe, veo
por la ventana un paisaje destruido también;
converso con voces
que tienen ahora su boca bajo tierra
y lo hago en compañía
de alguien que se fue para siempre.

Escribo en la oscuridad,
entre cosas sin forma, como el humo que no vuelve,
como el deseo que comienza apenas,
como un objeto que cae: visiones de vacío.
Palabras que no tienen destino
y que es muy probable que nadie lea
igual que una carta devuelta. Así escribo.

               (Hola, Soledad, 1987)

 

 

La fiesta a que convida tu sonrisa

El comienzo es como una sed infinita.
El corazón llega a todo el cuerpo,
ciega, la sangre crece y golpea;
la carne duele allí en su centro.
Hay un aliento aleteante
y un espejo que desbordan,
algo como un sollozo viene de muy adentro.
Impudicia y esplendor y miedo
sobre la cama de sábanas destendidas.

 

 

Poema de los hados

Soy hija de Benito Mussolini
y de alguna actriz de los años 40
que cantaba la «Giovinezza».
Hiroshima encendió el cielo
el día de mi nacimiento y a mi cuna
llegaron, Hados implacables,
un hombre con muchas páginas acariciadas
donde yacían versos de Amor y de Muerte;
la voz furiosa de Pablo Neruda;
bajo su corona de ceniza, Wilde
                            bello y maldito,
habló del esplendor de la Vida
y de la seducción fatal de la Derrota;
alguien grito «muera la inteligencia»,
pero en ese mismo instante Albert Camus
                            decía Palabras
que eran de acero y de luz;
la Pasión ardía en la frente de Mishima;
una desconocida sombra o máscara,
puso en mi corazón el Paraíso Perdido
                            y un verso;
«par délicatesse j'ai perdu ma vie»

Caía la lluvia triste de Vallejo,
se apagaba en el viento la llama de Porfirio;
en el aire el furor de las balas
que iban de Cúcuta a Leticia, se cruzaba
con los cañones de «Casablanca»
y las palabras de su canción melancólica:
                            «El tiempo pasa,
un beso no es más que un beso...»

Así me fue entregado el mundo.
Esas cosas de horror, música y alma
han cifrado mis días y mis sueños.

 

 

Huele a podrido

Caes cada día en el pozo de la culpa.
Caes y te levantas en un juego innoble
de muertes sin fin y resurrecciones.
Porque mueres a causa de cosas frívolas,
como un amor que inatajable se seca
o las trece sílabas que hacen un verso amargo
o por la sábanas destendidas y el turbio olor
que deja en tu cama un cuerpo ajeno y pasajero
o solo por una palabra que oyes a destiempo.
Y resucitas por esa indolente resignación
a desangrar hechos y risas con desgano.
A tu alrededor, sin embargo, y a toda hora
hay muertos que mueren de verdad,
el aire huele a cosa sucia y podrida
y la vida se vive entre las balas y el abismo.
El miedo como un sol negro y derretido
se filtra en las habitaciones, ocupa los espejos.
El miedo, ese viento que cierra puertas y ventanas.
Hay rencor y hay asco en todas partes:
entre los platos de comida, sobre las almohadas,
a la hora de hablar de los recuerdos,
antes y después del buenos días, en los bostezos,
en toda esquina, ojo, instante, boca.
Y tú, infeliz sobreviviente de una muerte
que forma parte del paisaje como el aire
y que a todos al mismo tiempo manosea,
debes cada día confundir tu culpa.

               (Maneras del desamor, 1993)

 

Artaud entre palabras

«Haré con la concha sin la madre un alma
oscura, total, obtusa y absoluta»

A. A.

Antonin Artaud está sentado
frente a su peor enemigo: Antonin Artaud
a quien observa como un espectáculo inútil.
Tiene los nervios drogados con opio
y trata de escribir un poema
que ha de ser la vida misma. Por ello
sólo escribe sollozos, blasfemias, gritos.
Pero nadie oye a Antonin Artaud:
todos están muertos, se sabe,
y él trata de herirlos,
para que despierten,
con su desafiante solidaridad.
Lucha a dentelladas contra los invisibles
demonios que envenenan el aire.
En el asilo para locos de Rodez,
cabizbajo, desdentado y baboso
Antonin Artaud ha perdido.
Como un niño de cuatro años, dócil,
aprende de nuevo las primeras palabras.
El feroz resplandor del naufragio
lo ilumina repentinamente y ahora
es Artaud el Resucitado. Ahora
vuelve a la vida, pero parido por él mismo:
«soy mi hijo, mi padre, mi madre y yo».
Un último gesto solitario lo cura por fin
—hospital de Ivry, un 4 de marzo de 1948—
de la desdicha de estar en el mundo.
Antonin Artaud olvida para siempre a Antonin Artaud.

              (Tengo miedo, 1983)

 

 

Soñar

Con Asenet

Ni sombra ni alma ni sonrisa tiene
ahora es de la región de los sueños,
allí va y viene como por el mundo.
Tan sólo que vuela cuando quiere
como si estuviera en un cuadro
de Chagall.

Cambia de sitios y de cielos
tocada por la magia del letargo.
                            Se esfuma,
                            habla sin boca
y atraviesa paredes igual que dios.
Está ella en el sueño
—aunque a veces es otra—
como si fuera por el mundo.
              Al despertar,
quizás todavía en duermevela,
miro al otro lado y sé
que no se ha ido.

                             [Poema inédito al momento de su muerte]

                (Poesía completa y cinco poemas inéditos [Los placeres verdaderos], 2004)

 

 

Canto 1

Necoclí

                           Quizás
el próximo instante
de noche tarde o mañana
                           en Necoclí
se oirá nada más
el canto de las moscas.

 

 

Canto 4

Dabeiba

El río es dulce aquí
               en Dabeiba
y lleva rosas rojas
esparcidas en las aguas.
               No son rosas,
               es la sangre
que toma otros caminos.

 

 

Canto 8

El Doncello

El asesino danza
la Danza de la Muerte.
A cada paso suyo
             alguien cae
sobre su propia sombra.

 

 

Canto 9

Segovia

             Los versos
de Julio Daniel
             son la risa
del Gato de Cheshire
en el aire de Segovia

 

 

Canto 10

Amaine

             En Amaine
los sueños se cubren
             de tierra como
si fueran podredumbre.

 

 

Canto 18

Paujil

Estallan las flores sobre
             la tierra
de Paujil. En las corolas
aparecen las bocas
             de los muertos

 

Canto 20

Ituango

             El viento
ríe en las mandíbulas
             de los muertos.
             En Ituango,
el cadáver de la risa.

 

 

Canto 24

Soacha

             Un pájaro
negro husmea
las sobras de
             la vida.
Puede ser Dios
             o el asesino:
da lo mismo ya.

               (El canto de las moscas [Versión de los acontecimientos], 1997)

 

maria mercedes carranza 375María Mercedes Carranza (Colombia, 1945-2003). Poeta y periodista. Coordinó páginas literarias en medios impresos y fue directora de la Casa de Poesía Silva en Bogotá. En su producción poética están presentes la cotidianidad y el desasosiego que irrumpen tras el enamoramiento y una vida sentimental abocada al fracaso. También la desilusión producida por otros estados de infelicidad. Así, la soledad, el miedo y los recuerdos se abordan con total franqueza siendo el reflejo último de los fantasmas de la autora. Por otro lado, en su obra existe una conciencia crítica de la situación cruenta y desgarradora que afecta a la sociedad colombiana. En El canto de las moscas (versión de los acontecimientos) recrea en veinticuatro poemas el horror que supuso un ciclo de matanzas y masacres ocurridas en diferentes regiones del país. La dimensión de la poesía carranciana trasciende el ámbito hispanoamericano. María Mercedes se quitó la vida tras varios meses de sufrir una depresión mayor.

 

Material de consulta:
El canto de las moscas: versión de los acontecimientos. Barcelona: Debolsillo, 2001; Antología. Bogotá: Universidad Externado de Colombia, 2004; Revista Atlántica de poesía, n.º 32. Cádiz, 2008; Poesía completa. Sevilla: Sibila, 2010. Revista de poesía Ulrika, N.º 29 y N.º 63. Bogotá, s/f y 2018.

 

"Domingos de poesía" es una idea original del poeta Sergio Laignelet, colaborador de Aurora Boreal®. Se publica semanalmente. Toda la selección y cura de los materiales por Sergio Laignelet.

sergio laignelet 250

Sobre Sergio Laignelet
Bogotá, 1969. Poeta colombiano residente en Madrid, editor, corrector de estilo y ortotipográfico de publicaciones educativas y culturales. Libros publicados: That's all Folks! (poemas animados). Madrid, 2017; Cuentos sin hadas. Canarias, 2010; Carnaval (plaquette). Bogotá, 2007; Malas Lenguas. Bogotá, 2005. Ediciones bilingües de CSH: Danés: Omvendte eventyr. H. Krarup trad. Copenhague, 2017; Francés: Contes á l’envers. R. Durand trad. Toulon, 2015, y Colomiers, 2017 (además, poemas suyos han sido traducidos al inglés, portugués, italiano, sueco, finés, polaco y japonés). Antología editada: Gatimonio: poemas de gatos de autores hispanoamericanos. Madrid, 2013.

Poemas de María Mercedes Carranza. Selección de poemas: Sergio Laignelet. Material enviado a Aurora Boreal® por Sergio Laignelet. Publicado con autorización de Heredera de María Mercedes Carranza. Fotografía cedida por Heredera de M. M. C. 1: Gilma Suárez, 2: Archivo familiar. Fotografía Sergio Laignelet © Lorenzo Hernández.

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