Néstor Almendros: el mago de la luz que habitó tras la cámara

nestror almendros 250La generosidad era su sello y lo que recibimos de su amistad y compañía durante el breve periodo que compartimos con él cuando se desempeñaba como "instructor o maestrillo" de español en Vassar College, la universidad donde estudiábamos todas. Ningún infortunio, ni la Guerra Civil española, ni los horrores que presenció y vivió en aquella Barcelona destrozada y paupérrima de los años cuarenta, ni las persecuciones que el dictador español y su camarilla habían emprendido contra sus padre, Herminio Almendros, un pedagogo de avanzada cuya presencia incomodaba a quienes gobernaban, protegidos por el aparato represivo que habían moldeado a punta de torturas y sangre, ni las humillaciones habidas contra su madre, María Cuyás, degradándola dentro del escalafón del magisterio de la secretaría de Educación española, ni su propio exilio forzado a La Habana, en 1948, para evitar su incorporación al Ejército, nada, en fin, absolutamente nada, fue capaz de cambiarle la naturaleza a Néstor Almendros, ni tampoco quebrarle su ambición de convertirse en uno de los cameramen más sobresalientes del mundo. Así era él, un hombre con una mirada observadora y chispeante, con una visión incomparable para transformar la luz del cine moderno, con un temple de hierro, con un sentido del humor contagioso y abierto, con un deseo de compartir sus conocimientos sobre arte y la historia del cine, con una suma de rasgos innatos que dejarían una impronta imborrable en nosotras: aquel "Grupito" de muchachas que tuvimos la ocasión de conocerlo y amarlo, de manera entrañable, hasta la fecha misma de su fallecimiento a los 62 años.

 

Nuestra amistad surgió cuando él acababa de instalarse en los predios de Vassar y nosotras, provenientes de varias ciudades de Europa y América, iniciábamos nuestros estudios en aquel centro de altos estudios, uno de las más antiguos y prestigiosos de los Estados Unidos. Fue, sin duda, una coincidencia feliz: él, joven, talentoso e hijo de pedagogos, deseoso de compartir lo mucho que llevaba consigo, y nosotras, siete muchachas ávidas de descubrir los misterios del séptimo arte. No necesitamos más para que saltara la idea de crear un cine club informal y exclusivo que él convocaba los viernes en Kendall Hall, un edificio de piedra, en un campus con las más envidiables facilidades para cumplir nuestros sueños. Néstor alquilaba las películas del MoMa y tras proyectarlas, nos señalaba, de manera puntual, cómo había que ver y analizar los filmes de los grandes directores europeos de entonces: Fellini, Resnais, Rosselini, Godard, Rohmer, Chabrol y, por supuesto, su admirado Truffaut.
Todo, repito, todo lo vivíamos de manera informal, sin planes preconcebidos, ni agendas tampoco. Tras la proyección de las elegidas de cada semana y de escuchar las charlas, siempre instructivas y lúcidas, nos marchábamos al Alumnae House, terreno ideal porque contaba con una cafetería que se ajustaba a nuestras mesadas escuálidas y porque ahí dialogábamos con el amigo que se explayaba refiriéndonos sus experiencias en La Habana, donde había trabajado como director de fotografía y realizador de películas experimentales y de donde había vuelto a exiliarse a causa de la dictadura de Fulgencio Batista, marchándose a completar sus estudios en el New York City College y más tarde en el Centro Sperimentale di Cinematografia (CineCittá).
Para fijar los recuerdos, no sobra decir que aquel festín de amistad y de cine fue tan intenso como breve en el tiempo. Trascurrió durante el otoño e invierno de 1958 y la primavera del año siguiente, cuando Castro había entrado triunfante en La Habana y Néstor y una de las integrantes del "Grupito", la cubana María Elena Cárdenas, contaban las horas para regresar a la isla y celebrar el muy añorado triunfo de los barbudos que habían vencido el Ejército en la Sierra Maestra. Por eso, a ninguna sorprendió que, al concluir las cases a fines de mayo, Néstor y María Elena se marcharan a Cuba, a celebrar el triunfo contra Fulgencio Batista alcanzado aquel 1° de enero. Querían observar, de primera mano, y compartir, cuando el caso se diera, la experiencia de aquellos jóvenes que inauguraban un gobierno que incluía, es cierto, innovaciones valiosas, sin reparar, acaso, que el triunfo alcanzado no tenía por qué incluir fusilamientos, tropezones, y pasos en falso.
Recuerdo que, una vez en La Habana, Néstor nos puso en contacto con Cabrera Infante, su gran amigo y compañero de luchas, mejor conocido como "E. Caín", el crítico de cine de la revista Carteles. Guillermo, diestro en trabalenguas e ingenioso escritor, acababa de ser designado director del Consejo Nacional de Cultura, Ejecutivo del Instituto Cubano de Cine y Subdirector de diario Revolución, encargándose del suplemento literario Lunes de la Revolución, que casi inmediatamente cobraría vuelo, no solo en Cuba, sino también en España y algunos países de América.
Durante los años 59, 60, 61 y 62 permanecimos en contacto con Néstor. Rodaba para el Instituto Cubano de Arte de Industria Cinematográfica (ICAIC), cortometrajes, como Escuela rurales, Una confusión cotidiana y Gente en la playa, que llamaron la atención de algunos directores y productores franceses. Sin embargo, en el otoño de ese año, cuando Fidel Castro declaraba la vocación socialista del régimen y se acogía a la protección y reglas de la URSS, la luna de miel de la revolución con los intelectuales llegaba a su fin y Almendros decidiera exiliarse otra vez. En esta ocasión la causa era sus denuncias del maltrato del régimen hacia los homosexuales cubanos. La información era escueta: el camarógrafo cubano-español había decido radicarse París. Fue entonces cuando una mañana de tantas, recibí una llamada. ¿La voz? La inconfundible de Néstor. Se hallaba en "nuestra" Alumnae House y venía a despedirse de su bienamado "Grupito". Pero, de aquellas siete muchachas, solamente yo quedaba aún en el campus. Las demás se habían graduado. Lo encontré triste e ilusionado a la vez. Almorzamos en la cafetería y antes de abrazarnos y de que él abordara el tren de regreso a Manhattan, dimos un largo paseo por el campus de Vassar y él extrajo del bolsillo de la chaqueta una carta. Era una esquela de presentación que la escritora y promotora cultural argentina, Victoria Ocampo, le dirigía a Truffaut, hablándole del talento del joven Almendros. Lo acompañé a la estación.
Transcurrieron los meses, los años y, ya casada y con una hija por iniciar sus estudios en una escuela Montessori que un conjunto de amigos fundamos, ¡zas! me embistió la noticia. La dirección de fotografía de L' Enfant Sauvage, la película que habíamos alquilado para recaudar fondos para nuestro proyecto escolar, había estado a cargo de Néstor y la dirección era, ni más ni menos, de su admirado Truffaut. De ahí en adelante se multiplicarían sus éxitos: la publicación de su autobiografía, la realización de 7 cortometrajes, la dirección de fotografía de 40 filmes entre los cuales sobresaldrían La Histoire d'Adèle, L'Homme qui aimait les femmes, Vivement dimanche y La Chambre verte de Truffaut; Ma nuit chez Maud, Le Genou de Claire y La Marquise d'O de Rohmer; More y La Vallée de Schroeder; Going South de Jack Nicholson; The Blue Lagoon  de Randal Kleiser; Kramer vs. Kramer de Robert Benton; y Sophie's Choice de Alan J. Pakula. Con paso firme y en muy poco tiempo, veintiún años apenas, Néstor se consagraba, como uno de los más brillantes camarógrafos de la historia del cine. Nadie lo igualaba en su osado y cuidadoso manejo de la luz en todos sus filmes. En París y muy pronto en Nueva York y Los Ángeles, él triunfaba como el mago, el prestigitador, el pintor, capaz de transformar cualquier escenario en una obra de arte, y como tal, todos se iban rindiendo, sin interrupción, a sus píes. Ganaría un Óscar por su trabajo tras la cámara en la película Days of Heaven, y un Cesar –el Oscar francés- por Le dernier metro. Además sería nominado otras tres veces al Oscar por su trabajo innovador en varias películas. Colaboraría con Chaplin, Meryl Streep, Robert Benton, Martin Scorcese... Y un día de tantos, me haría llegar, desde su residencia en la 47 Rue au Maire, de París, su autobiografía Un Home à la Camera y el libro de ensayos sobre cine, Cinemanía. Era una manera de reiterarme la fidelidad de nuestra amistad, a través de los años
La última vez que Néstor y yo compartimos fue el 23 de abril de 1990 en Madrid. Recuerdo muy bien la fecha y casi las horas porque ese día él dictaba una conferencia en una sala muy conocida y yo acababa de llegar de Alcalá de Henares, donde los académicos habíamos entregado el Premio Cervantes al autor paraguayo Augusto Roa Bastos y los reyes, acompañados por el ministro de cultura de España, el escritor y político Jorge Semprún, habían ofrecido un almuerzo en honor del autor de la trilogía sobre el monoteísmo, El fiscal, Hijo de hombre y Yo el supremo. Después de la conferencia, Néstor y yo salimos a cenar en compañía de Manuel Puig, el muy aplaudido autor argentino de La traición de Rita Haywarth, Boquitas pintadas, El beso de la mujer araña y Cae la noche tropical, entre tantas. Conversamos hasta el amanecer. Un par de meses más tarde, leería en Florencia, ciudad donde Ricardo, nuestra hija y yo transitábamos por un festín incomparable de conciertos y ópera, la noticia del fallecimiento de Puig. El autor de novelas, dramas, cuentos y guiones había muerto en Cuernavaca. El virus del sida lo había vencido. Dos años más tarde, en marzo de 1992, ya en Panamá, me llegaría una crónica extensa sobre la partida definitiva de Néstor, víctima de un cáncer linfático. Se había marchado un 4 de marzo cuando aún no había llegado la primavera a Manhattan.
Hoy evoco a Néstor por lo que fue para aquel "Grupito" de Vassar: un mago que nos enseñó a percibir la luz como un resplandor de equilibrio y belleza, y sobre todo, el amigo que engrandeció y armonizó nuestra visión de la vida y el arte.

 

Gloria Guardia
gloria guardia 001Panamá-Nicaragua. Novelista, narradora, académica y ensayista. Sin lugar a dudas, una escritora exigente y comprometida con la crítica, la lucidez y la libertad. Vicepresidenta del PEN internacional e Individuo de Número de la Academia Nicaragüense y Panameña de la Lengua. De su prolífica y fina obra podemos citar las novelas Tiniebla blanca (1961), El último (1984), Libertad en llamas (1999), Lobos al anochecer (2006) y El jardín de las cenizas (2011).

 

Néstor Almendros: el mago de la luz que habitó tras la cámara enviado a Aurora Boreal® por Gloria Gurdia. Publicado en Aurora Boreal® con autorización de Gloria Guardia. Gloria Guardia Foto © Eliezer Oses. Foto de Néstor Almendros tomada de internet.

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