Un sueño londinense de los años 50

victor_fuentes_011En el Acapulco con A kid for two farthings

Fragmento de Toda una vida... entre el exilio y el transtierro

Añadiré ahora, para concluir mi pequeña odisea inglesa, que en aquel redondel-contorno de la Hanway Street, entre la Oxford Street y Tottenham Court Road, desterritorializado

por los dos Cafés pastiches, uno de imitación de los existencialistas de París y el nuestro del seudo-Trópico, el Acapulco, viví inmerso en una subcultura multicultural, mucho antes de que se usara este término, bastante

colorida y gratificante. Por aquello de que la vida imita el arte y viceversa, una película de por entonces, una de las últimas inglesas del gran director Carol Reed, autor de la magnífica El tercer hombre, su primera en tecnicolor y de tan llamativo título, A kid for Two Farthings (la fui a ver con mi amigo Pepe Basanta, quién también se vino a Londres, y no nos gustó aunque sí nos intrigó sin saber bien por qué ), presentaba bastantes concomitancias con nuestras vidas. Ahora ya lo sé:
Película, bastante sentimentaloide, que hoy cobra actualidad, pues trataba de una subcultura multiétnica en un gueto, de los que ahora florecen en todas las capitales de Europa. Aquél, en el "East London", era un gueto predominantemente judío. En el recuerdo se me sobreponen el film y la experiencia vivida: La "Hanway street" eran nuestra "calle de la Fantasía" de la película. El gran mercado callejero, que reaparece como su fondo, con abundancia de frutas y verduras, y vendedores de distintos confines del mundo, por el que deambulaba la protagonista, sensual Doris Day, especie de la Marilyn Monroe británica, era muy parecido al del Soho; al que acudía yo tantas mañanas a comprar las provisiones para el Acapulco (del que pronto pasé a ser "manager", pero con el magro sueldo de una libra por día), acompañado, a veces, por la camarera turco-chipriota, nuestra Marilyn Monroe del seudo-trópico, pero esperando tropezar con Doris Day.

 

the_third_man_001Víctor Fuentes salió prófugo de la España franquista en 1954, y se considera parte del segundo exilio español. Anduvo por varios países europeos, con una permanencia de dos años en Inglaterra y, posteriormente, varios meses en Venezuela. Vive en Estados Unidos desde el otoño de 1956. En la Universidad de Nueva York, retomó sus estudios y se doctoró en lenguas romances en 1964. Desde 1965 ha sido profesor en la Universidad de California, Santa Bárbara, donde continua como profesor emérito, desde el 2003. Ha publicado números estudios sobre literatura española del siglo XIX y XX y sobre cine, y cine y literatura. Entre sus libros destacan: La marcha al pueblo en las letras españolas 1917-1936 (1980 y 2006), Buñuel en México (1993) y La mirada de Buñuel: cine, literatura y vida (2005). Ha publicado ediciones críticas de La Regenta y Misericordia (Akal). Bajo el heterónimo Floreal Hernández es personaje la novela Morir en Isla Vista, parte de una trilogía memorialista, cuyos otros dos libros, ya bajo su nombre, son: Bio-Grafia americana (publicado en el 2008, por la Fundación Jorge Guillén) y (en preparación) Toda una vida... Entre el exilio y el transtierro, del cual forman parte los fragmentos que publicamos.

El mundo de la lucha libre, con sus tongos, tema capital de la película, lo vivíamos a través de Milton, campeón europeo o mundial de lucha libre, hermano de Johny, (el griego chipriota que, en 1955, había fundado el Café muy impresionado por la película Vacaciones en Acapulco), quien parecía encarnar, en una sola persona, a los dos luchadores de la película: el malo, personificado por el que fuera tan famoso boxeador italiano, Primo de Carnera (Milton era casi tan grande como él) y el bueno, el protagonista de la película, uno de aquellos cultivadores del cuerpo musculoso, "body builders" que ya se daban por entonces, adelantándose a lo que fuera el actual gobernador de California. Éste, el de la película, no el gobernador, se había metido a luchador para comprar el diamante a su prometida, encarnada por Doris Day. Al igual que él, tras su victoria en la película, Milton, en la vida real, aparecía en el Acapulco, al acabar sus luchas ganadas, con o sin trampas, triunfante, con dos o tres rubias, émulas de la actriz, colgadas de sus corpulentos brazos; una de ellas con el destellante diamante en el dedo. Lo que nos faltaba a nosotros eran el niño de la película y la blanca cabrita con el brote de un solo cuerno, que personificaba al fabuloso y simbólico unicornio: dos personajes que, junto al veterano sastre judío, daban un bálsamo de poesía y de magia a la, por otra, parte, dura y corrupta realidad social de la película.
Toda esta disquisición (sobre una película, que casi nadie que lea esto habrá visto ni se interese en ver), viene a cuento, pues, inesperadamente, me devuelve, en cifra simbólica, a lo vivido por mí en Londres hace más de medio siglo. Anteanoche, después de re-visionar el filme, en un CD, tras tantas décadas de haberlo visto, tuve un sueño en que me veía con la blanca cabrita-unicornio deambulando no sé si por Londres o por Madrid y luego se la vendíamos a un farmacéutico, ¿el padre de Pepe Basanta, por aquello de la Perfumería Liana en la calle Fernando el Católico 4, por 21 dólares que nos repartíamos entre tres, tocando cada uno a 7. Parece que el aura mágica, universal, del unicornio contagió mi sueño. Intrigado por los numerales, que tan fijos se me quedaron marcados, recurriendo al diccionario de símbolos, desentraño el del número 21 y de las unidades que lo constituyen y se desdoblaban en él: 21, reducción de un conflicto (2) a su unidad (1); 7, orden completo, ciclo, que también corresponde a la cruz y es símbolo de dolor, los siete puñales; 3, síntesis espiritual, número ideal del cielo y de la Trinidad: tú, yo, él, en mi propia piel ¡Que quede esta cábala numérica soñada como cifra y sello de todos mis anhelos, deseos, goces, logros, desvelos, sufrimientos y conflictos resueltos y no resueltos de mis aquellos casi dos años en la Dulce Albión: un ciclo completo, en el recuerdo, cerrando, con este texto, la ventana al semi-caos vivido.
Claro que esta explicación racional y que aflora en palabras es muy superficial comparada con el ímpetu de energías insondables, intraducibles, que afloraban en las imágenes del sueño, a su vez, punta de un iceberg anímico (en este caso, el lomo del unicornio-cabrita), y que, en un corto espacio de tiempo onírico me hacían sentir, de nuevo y casi en éxtasis, todo lo vivido y no vivido más de cincuenta años antes en Inglaterra. El salto a América, en marzo o abril de 1956, le doy en el próximo capítulo.

 

Foto de Víctor Fuentes por Isaac Hernández http://www.isaachernandez.com/

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