Félix Terrones presenta su novela 'Ríos de ceniza' en la FIL Lima 2015

rios 152Ríos de ceniza
Félix Terrones
Ediciones Textual
Novela
Páginas 232
2015

Textual Editores tiene el placer de invitar a la presentación de la novela Ríos de ceniza del escritor Félix Terrones en la FIL Lima 2015. La presentación se llevará a cabo  el lunes 20 de julio de 2015 a las 19 horas. Les invitamos a leer un fragmento de la novela.

 

 

 

 

 

Fragmento

Esas vergüenzas y abyecciones comenzaron a asaltarme mucho antes de que me diese cuenta, como si la sensación fuese anterior a la conciencia, como si antes de condensarse en la palabra, los sentimientos esperasen dóciles, aunque fervientemente arraigados, a que llegue la luz que los irradie y defina sus bordes, su forma, dejando detrás, en las sombras, todo aquello que no permitía una conciencia clara y definida. Sin embargo, entre un momento y otro, existen muchas zonas grises, etapas intermedias caracterizadas por la vacilación, los desánimos, las frustraciones, y también las negaciones; o bien, la necesidad de no creer aquello que la palabra señala y en ocasiones denuncia. Por eso, una persona traicionada comenzará por no advertir el perjurio, antes de no querer darle crédito, ni valor, apenas aparecen las sospechas o la evidencia. Una vez que, finalmente, emerge la conciencia del haber sido acusado, denunciado o engañado es cuando decide nombrar a la “traición” como tal, aunque en ello se le vaya la tranquilidad que tuvo y la confianza que alguna vez depositó en los demás. Por eso, tal vez lo mejor sea guardar silencio y no conocer más palabras, cerrar los oídos y la boca antes de poder decir aquello que, de otro modo, pudo haberse quedado en lo oscuro, el olvido cuando no el silencio.
rios 350La carta que había recibido del editor entró en una de esas zonas grises de mi conciencia. Hubo un momento en el que consideré injustas y sin fundamento las razones que me entregó. Por lo demás, siempre me había llamado la atención la manera en que me propuso entrar a su catálogo previo pago de la edición. Si bien reconocía la calidad de mi libro, al mismo tiempo sabía que nadie había oído hablar de mí; por lo tanto, le resultaba imposible asumir el riesgo de “descubrirme” para los demás o, dicho de otro modo, confiar en la sola calidad de mis escritos. Lo máximo que podía asumir era, eso sí, una edición a cuenta y a riesgo míos (cuenta y riesgo que me resistía a aceptar pues ambos no me correspondían). ¿No era lo que proponían y esperaban los otros editores, cada uno a su manera y estilo? Un editor justificaba su rechazo diciéndome que era muy viejo para ser considerado una “joven promesa” y demasiado joven para que se me tratara de escritor consolidado. Además, yo no vivía en España, le resultaría demasiado caro y arriesgado solventar una eventual difusión de mi libro, cuando como autor me era imposible estar presente en cada librería de ciudad y de provincia, dispuesto a charlar con los libreros, profesores, estudiantes y periodistas. Tenía que saberlo, no bastaba con el talento o el esfuerzo, también era necesario encontrarse en el momento y lugar oportunos, saber que la literatura también estaba hecha de arbitrariedades y caprichos. Después me recomendaba publicar algo más en mi país antes de volver a proponer un libro. A lo mejor, después de hacerme conocido en Perú, podría volverlo a intentar en España.
La unanimidad de las negativas, la similitud de las razones que argüían, me convencieron de que mi libro no poseía aquello (sea lo que fuese) que permite a una novela salir a la luz, descubrirse ante los ojos, anónimos pero expectantes, de los lectores. Mi libro no reunía lo justo para adquirir una vida autónoma, desgajada de mi voluntad. Debía resignarme a guardarlo en una gaveta, dejar que se empolvara, lo mismo que aquellos documentos que en algún momento me acompañaron, pero que después, por falta de uso, interés o importancia, se fueron acumulando sin que me atreviera o animara a botarlos. Con el tiempo, y con la distancia, podría adquirir la mirada que no tenía aún pero que los demás sí poseían, la mirada que me permitiese dar con las razones que hacían de él, mi libro, una tentativa fallida, un esbozo imperfecto de aquello que quise formular pero que nunca llegué a decir. Esa tensión que me había provocado escribir mi libro, la intransigencia de mi voluntad que horadaba en lo más profundo de mí, las oquedades donde se mezclaron mi experiencia con mi fantasía, mojando la punta de mi bolígrafo, había terminado por disolverse en la nada, por hacerse una fuerza flácida y arrugada. Jamás podría penetrar en esa región de escritores consagrados que publicaban novelas, una tras otra, eran reconocidos por los lectores del mundo entero, viajaban, daban conferencias aquí y charlas allá, sin tiempo suficiente pero con recursos y entusiasmo para ello. Su escritura era de un espacio distinto, ajeno a las fronteras y los lugares, un espacio en el que novelas maravillosas tomaban forma cada día. En los ojos de ese editor, y de todos los demás que le siguieron, mis palabras no valían la pena, ellas no se introducían en aquel espacio, no germinaban de genio o, siquiera, esforzado talento.
De pronto, me sentí distanciado de todas esas regiones que había pensado conquistar con el punto final de mi novela. Aquel espacio que anhelé y acaricié a lo largo de mi escritura, me pareció cerrado a mi deseo. Qué distinto me había parecido todo cuando terminé la novela y me sentí, por fin, adentro, en el corazón mismo de la literatura. Recordaba esa satisfacción entusiasta con que envié los sobres y esperé las novedades, y una sensación de malestar y fastidio me embargaban porque no era de mí de quien hablaba sino de una imagen equivocada y tendenciosa que yo me había erigido. Lo mismo que el viajero descubre que aquel oasis entrevisto en el horizonte, donde podrá descansar y saciar su sed, no es más que un espejismo, yo terminaba por descubrir que no había llegado a ninguna parte, que aquella tierra con la cual tanto había soñado nunca había sido más que una ilusión, que me había equivocado de ruta (sin contar con que el viajero escogido para entrar en ella no había sido yo, sino cualquier otro con verdadero talento). Exiliado de una patria en la que nunca había puesto los pies, renegado de una tierra que no merecía mi ciudadanía, había llegado a la palabra que mis labios nunca habían querido pronunciar pero que las cartas y los días se encargaron de refrendar. Desde siempre, sin saberlo aunque temiéndolo, me había movido afuera, en una vastedad desértica donde mis pasos marcaron tanto mis idas y vueltas como también mis extravíos y sinsentidos. Así, en lugar de ser un viajero a punto de llegar a mi destino, siempre había sido un paria que confundía los caminos. La conciencia de mi condición de paria, lejos de entregarme algo unívoco, me hizo sentir aliviado y destruido al mismo tiempo. Ya nunca más podría iniciar un cuento o una novela, pues la negligente convicción que se necesita para hacerlo había terminado por convertirse en una sensación desconocida, típica en otros con verdadero talento pero ya no más en mí. De ahora en adelante, con cada libro que abriera, con cada línea que leyera, me llegaría la sensación de escuchar hablar de una tierra prometida que existía en alguna parte para muchos otros individuos que, acaso en ese mismo momento, entraban en ella, conocían sus calles y descubrían sus atractivos. Todo lo que yo sabría o descubriría de ella lo haría de oídas, a través de la experiencia y, por lo tanto, las palabras de los demás, palabras que estarían ahí para llenar una ausencia. Afuera mismo, de donde nunca jamás saldría, no existían deseos ni esfuerzos; al contrario, todo era el mismo oscuro silencio y la misma muda quietud. Bastaba instalarse en ella para convencerse de lo que muchos antes que yo descubrieron, sin renegar o rebelarse, cualquiera sea el nombre que le hayan puesto.
Esa misma noche me dediqué a eliminar mis escritos, en los que había pasado tardes enteras, varias noches y constantes madrugadas, pero que terminaron igual de borroneados y desgarrados. Al final, sólo quedó mi novela que, lo mismo que los demás papeles, trazó una parábola antes de caer en el lugar que le correspondía, el tacho de basura. Después cogí mi encendedor prendí fuego a esa ruma de papeles que terminó convertida en cenizas listas para su dispersión. Cuando terminé, muy entrada la noche, me puse a llorar como lo hace quien ha perdido un ser querido. Al día siguiente el ronco motor del camión de basura me anunciaba el final de todo. Mi novela había partido al lugar que merecía. Con la pérdida de todo lo que en algún momento me definió como individuo, mis rasgos se hicieron más difusos, mi identidad se volvió susceptible de hacerme cualquiera, qué más daba, yo había muerto para mí mismo pese a que, al mismo tiempo, nacía a una nueva identidad.
Salí a pasear. No quería quedarme un segundo más en esa buhardilla. Había un inicio de vida esa mañana, en la que los empleados municipales barrían los adoquines, los escolares partían adormecidos a sus colegios y los tacones resonaban apurados rumbo a sus oficinas, que me hizo sentir con ánimos renovados. Por primera vez en mucho tiempo, una sensación de ligereza me apretaba los dedos, la boca y los ojos. Mi entorno recibía de mí una mirada diferente, anegada de presente, sin más prisas ni angustias. Todo lo ocurrido durante la noche se me había despegado como un chicle de mi zapato o las telarañas de un mal sueño. La literatura podía irse con cualquier otro, eso ya no me provocaría sufrimiento alguno; al contrario, me sentía curado de ella. Por la noche, cuando regresé a casa, tuve la impresión de que algo en mi vida había cambiado para siempre. Mi mesa de trabajo vacía, la pila de papeles desaparecida y los lápices sin tajar eran la prueba extemporánea de una vida ya ajena y por eso mismo distante.

 

felix terroenes 251Félix Terrones
Perú, (Lima, 1980). Escritor, crítico y traductor peruano. Doctor en estudios hispanoamericanos por la Université Michel de Montaigne – Bordeaux III (Francia) donde se graduó con una tesis dedicada a los prostíbulos en la novela latinoamericana. Ha publicado las novelas cortas A media luz (PUCP, 2003), la novela El silencio de la memoria (Mundo Ajeno, 2008) y, en formato electrónico, el libro de cuentos Cenizas y ciudades (SUB-urbano, 2014). En el 2014 publicó su primera colección de microrrelatos titulada El viento en tu cara (Nazarí). Ha editado la antología de la obra del escritor peruano Sebastián Salazar Bondy para la Biblioteca Ayacucho de Venezuela. Actualmente, traduce la novela Conquistadors del novelista francés Eric Vuillard. En el 2015 publicó en versión electrónica Pequeño tratado de escritores (Editorial Aurora Boreal®), el cual es un anticipo de una serie más larga de microrrelatos sobre escritores que fueron, son y están por venir. En el 2015 presentará en la FIL Lima su nueva novela Ríos de ceniza (Ediciones Textual).

 

Fragmento de la novela Ríos de ceniza enviado a Aurora Boreal® por Félix Terrones. Publicado en Aurora Boreal® con autorización de Félix Terrones. Foto Félix Terrones © Emmanuelle Terrones. Carátula de la novela Ríos de ceniza cortesía de Félix Terrones.

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