Selección de poemas por Ramón Cote para Aurora Boreal
Antes de llegar al páramo
Y de pronto todo calla, todo se refugia,
todo se recarga en el silencio,
y el aire se detiene por un momento
frente a cada labio, antes de la palabra.
Se ha parado el motor.
Parece como si los montes oscuros
bajaran a mirarnos.
La Berlina está varada antes de llegar al páramo.
La noche intenta romper una ventana.
Adentro se inicia cierta confusión
de cuerpos y maletas, de sílabas,
de miradas dormidas, de pertenencias;
cierta ebriedad recorre
la posición de los asientos:
cierto delirio del desorden, de la comida guardada,
acompaña al silencio y se apodera
de cada uno de los pasajeros.
Alguien hunde su uña en una naranja.
Es muy tarde y ya no se ve Bucaramanga.
Hay sueño y cansancio de por medio.
Afuera ya suenan las herramientas.
El asfalto aparece de inmediato
a la llamada de la linterna
como un animal encandilado,
que lentamente se esconde en la próxima curva
envuelto en su vaho, sudando
su saliva vaporosa.
Parece como si todo continuara,
como si fuéramos los últimos.
El mundo de Cristina. Andrew Wyeth
Es poco lo que sabemos de ti: que tu provincia se reduce a una casa de madera y a un granero situados en lo alto de una colina, que en los veranos tienes por costumbre contemplarlos a tres pájaros de distancia, apoyando tus brazos sobre la tierra como un templo al que se le hubieran torcido las columnas de los extremos, que allí, entre los tallos de trigo, no te visitan ángeles sino cientos de saltamontes, que tienes polio y que te llamas Cristina.
Si estos datos parecen suficientes, entonces por qué nos equivocamos durante tantos años creyendo que el día en que nos dejaras ver el color de tus ojos revelaríamos tu misterio, en lugar de pensar que las contadas cosas que miras detenidamente levantando la cabeza como una corza en la colina, te bastan de sobra para vivir.
El que vuelve a lo perdido
El que vuelve a lo perdido
permanecerá de pie junto a lo intocable.
El que intente crear el encantamiento
caerá derrotado.
El que desee de nuevo esa música
que se despida para siempre.
Ya las palabras no durarán
el tiempo que tarda una mosca
en recorrer una lámpara,
ya no habrá sitio.
Por aquí pasó el tiempo y su túnica sin regreso.
Serán tu espejo
Toda ventana que te contenga
debes guardarla con cuidado.
Recuerda su exacta longitud,
la distancia que la separaba del piso,
la cortina, la manera de estremecerse
cuando alguien la golpeaba suavemente
con un eucalipto.
Precisa si al frente se hallaba otra ventana,
un árbol velado, una ciudad de ansiosas avenidas
serpenteantes, un patio oscuro
sometido por varios tubos inválidos.
Nunca las olvides. Si puedes
pasa al frente de cada una de ellas
para que siempre te reconozcan,
para que nunca te declaren su enemigo,
para que te devuelvan un poco de su lejana transparencia.
La ciudad de los puentes amarillos
Cuando llegas a tu casa por la noche
tienes por costumbre buscar esas monedas
que se han ido acumulando al fondo de los bolsillos
para armar con ellas mínimas torres
o altas columnas, según el día.
Quien desde la ventana de enfrente te vea
podría decir que pareces un mendigo
o un vulgar avaro que reúne con codicia
sus posesiones, aunque este no sea tu caso
y aunque a primera vista lo parezca.
Pero esas monedas de distintos tamaños y variadas
denominaciones son restos, gastados
testimonios que entregas y recibes diariamente,
y sin que tú mismo lo sepas alguien los va anotando
en su enorme libro de contabilidad,
para saber exactamente el precio que pagas
por cruzar esa ciudad de los puentes amarillos.
Poema que recuerda a Carl Sandburg
Ayer
un bus con delgadas líneas
verdes
pasó por toda la carrera trece
con las ventanas
caídas en desorden,
como las medias de las niñas
al salir del colegio.
Se fue con su viento
elevando a todo lo largo
una canción de risas,
de apresurada y espontánea fugacidad.
Fue lo más dulce
que pudo tener alguna vez
las dos de la tarde.
Katia leyendo. Balthus
No existe mayor placer en la vida
Katia, que espiarte
en las tardes de los sábados
cuando en tu cuarto lees solitaria
ese libro de pastas amarillas.
Por cada página que pasas
deslizas como un gato angora
las plantas de tus pies sobre la alfombra,
mientras tus piernas que suben
que bajan que se encogen que se estiran
van descorriendo poco a poco tu falda,
milímetro a milímetro,
hasta aproximarse peligrosamente a tu sexo,
a tu bahía secreta, a tu pócima mágica,
a tu jardín incluso por ti desconocido.
No existe otro placer en la vida
como éste, Katia, de los sábados
cuando espiándote detrás de una pared
esperamos el momento en que reconozcas
que la edad de la inocencia
ha llegado a su fin,
que por todo tu cuerpo una serpiente
te ofrece la más tentadora de las manzanas
y decidas entonces desnudarte y descubrir
con tus dedos y ante nuestros ojos
esa llama oculta que arde de deseo,
y mires desafiante con pavor y placer
el mundo al que ahora perteneces.
Antiguo retén
En el cruce de las dos carreteras
el antiguo retén.
Las paredes repiten vagamente
el tiempo detenido
en el aviso azul de una medicina.
Los camiones que zumban
por la carretera que viene de derrumbe
traen en el platón, cerca de las herramientas,
sus cansados ocupantes.
En el plástico que los cubre el aliento improvisa
manchas, como si copiara la noche
repleta de borrosos astros.
Se detiene el continuo cabeceo
y el silencio del motor marca en el sueño
su precisa referencia;
fusiles y linternas, tráfico
de palabras, ocasión de la saliva,
del trago, de los vasos vacíos, de la satisfacción.
Arriba
la noche aguarda impaciente
como una detonación demorada.
Material enviado a Aurora Boreal® por Ramón Cote. Publicado originalmente en el Especial Autores Colombianos de Aurora Boreal® - Número 23-24, Mayo / Septiembre 2018. Publicado con autorización de Ramón Cote. Fotografía Ramón Cote © Pedro Cote.