Nos sentamos junto a él. El primer son fue tenue y frágil, tembloroso como la voz que el viejo hubiera podido tener. El pasado penetró en nuestros corazones. Allí volvíamos a encontrar las leyendas contadas por nuestros padres al atardecer, el recuerdo de los hombres y las mujeres que hicieron nuestros primeros sueños, el tiempo de inocencia en juegos callejeros. Todo el presente se esfumó. Movíamos la cabeza sonriendo y los dedos querían manejar juguetes y los labios se cerraban como preparándose para los primeros besos de la infancia.
Jairo Restrepo Galeano, Colombia, 1951. Antropólogo de la Universidad Nacional de Colombia (1981). Magister (cum laude) de la Pontificia Universidad Javeriana (2009). Actualmente trabaja como profesor de tiempo completo en la Universidad Central, Facultad de Ciencias Sociales, Humanidades y Arte, Departamento de Humanidades y Letras en Bogotá, Colombia. Autor de Ojos de arena (cuentos), Cada día después de la noche (novela ganadora del Premio Nacional de Novela Ciudad de Pereira, 1995), Narración a la diabla (novela). Publicaciones en revistas nacionales e internacionales; incluidos en varias antologías
Sus ojos eran enormes y tristes, con un agobio turbio que estremecía las fibras más sensibles. Pero no era una aflicción angustiada, sino de mar en calma. El son de la flauta era una cinta de colores enroscada en nuestros cuerpos, nos apretaba los pechos asombrados de tanto color de atardecer. La luz de su cabellera llegaba hasta donde estábamos y nos llenaba de anhelo tímido por sobrevivir al tiempo en el cual nos dibujaba pólipos de colores vivos y algas enredadas en cuerpos de delfines y ballenas blancas.
Luego, el son de la flauta aumentó y fue un grito tumultuoso y apasionado. Ante nosotros pasaron las angustias de descubrir que los mayores nos habían mentido, los desvelos en la escuela, el calor de la carne en la transparencia de los en los bolsillos de los vestidos; en nuestras cabezas se arremolinó la locura de los días que nos habían arrastrado a la mentira para salvaguardar los primeros amores. El son de la flauta creció hasta adquirir la voz de las tempestades; el llamado del viento cuando choca con las olas, los arbustos y la arena; el estrépito de las ciudades detrás de nosotros; el aullido del hombre perseguido en las calles; el terror de las caras en paredes acribilladas de metal; las quejas de quienes recibían nuestros egoísmos. Escuchamos en silencio, inmersos en la policromía de nuestros estados de ánimo.
De pronto, el son de la flauta se convirtió en vahído y oímos el lamento de los niños viniendo al mundo, débil y desprotegido, que luego desembocó en gimoteo de desamparo. En ese mismo momento, con los ojos abiertos y puestos en el futuro, vimos cuanto ya no podíamos poseer, lo que nuestras manos destruirían, la muerte de cada una de nuestras esperanzas y la imposibilidad de unirnos (Lina y yo) para engendrar frutos. Nos veíamos y teníamos clara conciencia de todo cuanto íbamos a ser y no ser.
El son murió y en los ojos del anciano había lágrimas. Los vacuos ojos se estremecieron y sus gastados miembros se tensaron. Luego frunció todo su cuerpo y de sus articulaciones brotó música de fuego y agua. Volvió la cara hacia donde estábamos y por primera vez sonrió; era una sonrisa con aroma de mar que se transformaba en gaviota y revoloteaba sobre nuestras cabezas para tomar luego el rumbo del sol mojando la punta de sus alas en el agua. En la línea del horizonte un barco hizo sonar su sirena.
La voz de la flauta enviado a Aurora Boreal® por Jairo Restrepo Galeano. Publicado en Aurora Boreal® con autorización de Jairo Restrepo Galeano. Foto Jairo Restrepo Galeano © Jairo Restrepo Galeano.