El corte de la chaqueta

miguel rodriguez 251Salimos juntos del restaurante, hace un poco de fresco a esta hora. Yo visto camisa blanca, y ya en la calle me destemplo, me pasa siempre. Ella viene hacia mí con mi chaqueta, sabe que tengo frío; ella sabe muchas cosas de mí, y se acerca a mí con mi chaqueta. Pero hoy hay algo distinto en ella, que en la cena me mira demasiado fijamente y pestañea menos de lo habitual. Ahora, en la calle, me doy cuenta de que su cara está un poco tensa, rígida, aunque ella no suele sentir el frío. Y entonces lo veo: trae mi chaqueta doblada de una manera que yo no haría nunca, por mi costumbre ordenada. Un doblez inusual, una caída sobre el brazo que rompe la simetría visual, el orden de los minutos, la conversación. Y comprendo entonces: hay algo en mi chaqueta, la que ella me ofrece y quiere que me ponga. Me habla, me insta, pero las palabras se quedan fuera, solo entra en mí el frío. Ella sabe que tengo frío. Yo rehúso, me excuso, es un paseo corto hasta su casa, después ya cojo un taxi y no necesitaré ponerme la chaqueta, pero esto no se lo cuento, tan solo lo pienso. Un paseo corto hasta su casa, donde guardo y ella custodia alguna más de mis chaquetas. Ella insiste, lo intenta una y otra vez tratando de parecer cuidadosa, ya no sutil, y me coge por el brazo para guiarlo hacia la manga de mi chaqueta, la que oculta algo, y yo hago un último movimiento brusco y me aparto unos pasos. Al hacerlo, ambos oímos el ruido de un objeto metálico que se cae al suelo desde el interior de mi chaqueta, un objeto que preferimos no mirar, y los ojos se nos clavan con dureza: los de ella en mí, pendientes de mi reacción; los míos en alguien que no reconozco en aquella mujer. Retrocedo un poco más, espantado de ella, de mi chaqueta, de nuestra mirada, del frío con el que he vivido. Espantado de haber oído lo que hemos oído.

“Voy en camisa”, le digo, y me hago atrás unos metros. “Después me voy en taxi”. Ella se viene abajo, su cara se descompone y se rompe, y se rasga la blusa, se desnuda el torso y comienza a andar hacia mí. La veo temblar de miedo, de soledad, quizás sea de frío, pienso, y estoy tentado de ponerle mi chaqueta por encima, la que ella me ha ofrecido y que ahora tapa parcialmente su blusa, en el suelo. Su blusa tapa todo, todos los años, los silencios, también lo que hemos oído y elegido no mirar. Ella lo sabe. Ella sabe muchas cosas. Sabe que yo podría acabar con su frío repentino, con su temblor.

Pero no, no lo hago. Tampoco la abrazo ni hago por cubrirla o protegerla del frío. Ambos somos conscientes de lo que he decidido no hacer, de lo que sucedería si yo le pusiera mi chaqueta por los hombros. Ella relaja los ojos, los que me miraban antes, delatados ahora por ese ruido metálico y esas palabras llenas de filos. Me marcho pensando en un local abierto a estas horas donde tomar un café y entrar en calor. Ella se aleja y huye calle abajo desnuda, descubierta y, sin embargo, tan inexplicablemente atrapada. Al rato llega a su casa y frente al espejo se pone una de mis chaquetas. Yo tomo café y pienso. No sé si sigue viva.

 

miguel rodriguez 333Miguel Rodríguez Otero
España, 1968. Licenciado en Liberal Arts, profesor de adultos en programas bilingües. Colabora con relatos en publicaciones como Almiar (Madrid), Botella del Náufrago (Valparaíso), Los Bárbaros (NY), ERRR Magazine (México DF), Revista Virtual de Cultura Iberoamericana (NY), Narrativas (Madrid), entre otras. En la actualidad vive en un pueblito costero de Galicia, tratando de ser... un digno bárbaro.

" El corte de la chaqueta" enviado a Aurora Boreal® por Miguel Rodríguez. Publicado en Aurora Boreal® con autorización de Miguel Rodríguez. Foto Miguel Rodríguez © Luciano Teixeira.

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