Dudo que en la actualidad haya muchas personas interesadas en el escritor colombiano. Afortunadamente, existe una estupenda narradora que sí lo hizo: Consuelo Triviño Anzola. Y en La semilla de la ira logró dos objetivos: inmortalizar a Vargas Vila, permitiendo crear su retrato definitivo, e incorporar además a la narrativa hispana un texto realmente bueno en el sentido que exigía Marcel Proust: no un compuesto de libros buenos, sino "algo particular, imposible de prever, que no consiste en la suma de todas las precedentes obras maestras sino en algo que no se logra con haberse asimilado perfectamente esa suma, porque está precisamente fuera de ella".
Mario Szichman. Escritor y periodista argentino residenciado en USA.Triviño Anzola crea con su novela una manera diferente de leer y de escribir la nueva narrativa hispana, y en directa contradicción con ese desbocado avance hacia el precipicio del post-modernismo. Nadie sabe en qué consiste concretamente ese post-modernismo pero algo tiene que ver con tramas inconclusas, personajes que hablan como si declamaran, viajes a las profundidades de uno mismo –y generalmente concluidos a la altura del ombligo– travesías insondables por muchas ciudades que el autor desconoce o sólo intuye en tarjetas postales[1], e incursiones en el sexo y la muerte enfundadas en plástico. Se trata del reino de los datos copiosamente acumulados, donde se intenta desarticular la tarea de contar una historia, y atrapar al lector para que caiga por una puerta trampa de la cual sólo podrá emerger tras devorarse el libro.
La maldición de Vargas Vila fue haber vivido en una época excesivamente interesante. En realidad, la bendición de Vargas Vila fue que Triviño Anzola lograse ahondar en esa época interesante eligiendo escasos, luminosos episodios de la vida del escritor. Y ya que antes mencionamos nuestra ignorancia sobre las premisas del posmodernismo, vamos a señalar algo que conocemos mejor, capaz de convocar imágenes, e inclusive aromas: el fin de siècle en América y en Europa.
Por supuesto, hubo otras épocas decadentes. Pero ninguna otra pudo contemplar al mismo tiempo el exterminio de toda una generación durante la primera guerra, así como la abolición del vestuario y del aspecto físico de hombres y mujeres, y su reemplazo por algo no sólo nuevo, sino además totalmente impensado. En menos de treinta años pudo ridiculizarse un previo estilo de vida. Corsés y polisones, cinturas creadas en base a la tortura física de las mujeres, vestidos que rozaban el piso, traseros alzados, monóculos, rostros con barba y bigotes, sombreros de fieltro en forma de hongos, levitas para los días de semana, pasaron al basurero de la historia, para nunca más volver. Excepto en las producciones de la BBC.
Y esa es la época que narra Triviño Anzola a través de Vargas Vila. Y lo hace usando la primera persona del singular. Que es, en el campo de la narrativa, algo tan difícil de concretar, como escribir buena sátira. En otros campos, el narrador puede ser pedestre sin desentonar. Pero en la primera persona, como en la sátira, basta descender un peldaño para que la excelencia se derrumbe como un castillo de naipes. Y Triviño Anzola consigue hacerlo sin recargar las tintas. (Es muy difícil no pecar por exceso apenas uno se ceba en la primera persona).
Y en esa primera persona ¿Cuánto hay de Vargas Vila, cuánto de Triviño Anzola? Sin tratar de dividir las cargas, un formidable personaje obtiene su pedestal como arquetipo de una cierta manera de ser intelectual en América Latina. Vargas Vila escribe con una pluma calentada en el infierno. Las ciudades que detesta, los pueblos que le "caen mal", son delineados de manera indeleble a partir de su indignación. Basta analizar su desdén por Buenos Aires, una ciudad "grande, inmensa", pero no "una gran ciudad", o por sus habitantes, que tienen siempre a flor de labios la palabra "como", porque en Buenos Aires todo es 'como en París' o "como en Roma".
La tarea de la novelista no sólo involucra una mirada crítica. También requiere un gran coraje personal arremeter contra tantos ídolos literarios, que en ocasiones devienen nulidades engreídas. Allí está la inquina de Vargas Vila contra algunos intelectuales colombianos de su época, como Santos Chocano, o el "relamido cronista Gómez Carrillo, que siempre va detrás de una mujer y de una patria para vivir de ellas", o contra Gabriela Mistral que "carece del don de la poesía". (Triviño Anzola toma distancia de esas posturas del escritor. En un correo personal dijo que "se trata de consideraciones personales de Vargas Vila, misóginas, en el caso de Gabriela Mistral. Para mí fue muy divertido expresarme como si fuera él, recurriendo a cierta teatralidad muy propia del dandy").
Consuelo Triviño es doctora en filología románica por la Universidad Complutense de Madrid. Reside en España, donde ha sido profesora de literatura hispanoamericana. Está vinculada al Instituto Cervantes. Colabora con la crítica de libros del suplemento Lunes de El Imparcial. Ha colaborado con la crítica de libros del suplemento cultural «ABCD las Artes y de las Letras», del diario ABC. Obtuvo el primer premio en el Concurso Nacional de Libro de Cuentos de la Universidad del Tolima con Cuantos cuentos cuento (1977) y fue finalista del Premio Nacional de Novela Eduardo Caballero Calderón (1997). Ha publicado Siete relatos (cuentos), El ojo en la aguja (cuentos), Prohibido salir a la calle (novela) y La casa imposible (cuentos), La semilla de la ira (novela), Una isla en la luna (novela) además de libros de ensayo sobre autores como José María Vargas Vila, Germán Arciniegas, Pompeyo Gener y José Martí, entre otros.
Sin importar la distancia que Triviño Anzola tomó de Vargas Vila, es obvio que quedó prendada de su héroe. Inclusive, a veces, dice que sintió "cierto pudor al parodiarlo", como si de esta forma "le perdiera el respeto". Puede quedarse tranquila la narradora. Vargas Vila emerge incólume del escrutinio. Un ser andrógino como Vargas Vila, que cobijó a un hombre mucho más joven que él y lo hizo pasar por su hijo, un hombre de afligida sexualidad en una época donde todavía el ideal de la mujer era con su pierna quebrada, y en casa, logra atrapar al lector, acarrearlo a otra época, y hacer creíble tanto esa época como sus personajes. Y en ese transcurrir, Vargas Vila también ha logrado recrear a su narradora. Hay un antes y un después en la escritura de Triviño Anzola. La semilla de la ira marca un rito de pasaje hacia novelas todavía más trascendentes. Al elegir el personaje de Vargas Vila ha creado un libro bueno que lejos de ser una sumatoria de libros buenos, es una obra trascendente e imprevista, inclusive para ella. "Al terminar la novela", nos dijo la autora, "sentí que no era yo quien hablaba, sino el propio Vargas Vila. Y eso me conmovió".
Nota:
[1] Es posible escribir plausibles ficciones describiendo un territorio desconocido. Lo hicieron Edgar Rice Burroughs o Ray Bradbury, al describir Marte, y Julio Verne, al viajar al centro de la tierra. Pero es necesario previamente documentarse y no dejarse guiar por la magia del nombre o de los lugares que intenta visitar el personaje. A veces, es mejor esquivar aquello que ignoramos. Una de las facetas más perdurables de La cartuja de Parma es la renuencia de Stendhal a incursionar en el campo de batalla de Waterloo. Fabrizio del Dongo, el protagonista de la novela, prefiere transitar por sus alrededores.
Otro pornógrafo inocente enviado a Aurora Boreal® con Consuelo Triviño y Mario Szichman. Publciado en Aurora Boreal® con autorización de Consuelo Triviño y Mario Szichman. Publciado originalmente en MARIO SZICHMAN, Entre dos mares enfrentados. Foto Mario Szichman © Carmen Virginia Carrillo. Foto Consuelo Triviño © Consuelo Triviño.