Patricia Engel - Cielito Lindo

Esta mañana, después de que te fuiste, me quedé por un tiempo en la cama tratando de encontrar el momento en que los dos nos dimos cuenta de lo que estaba pasando. Estábamos en el sofá, recostados el uno en el otro, viendo El Padrino. Recorriste mis brazos con tus dedos y fingí no sentir nada. Acercaste mi cara a la tuya y trataste de besarme y yo negué con la cabeza y dije:

–Ya no eres mi novio.

De todos modos me besaste y me aparté. Mi mano rozó la tuya y sentí que lo tenías duro y te dije:

–¿Qué vas a hacer con eso?

–Ya sabes…

Y te dije que me mostraras.

Cuando todo terminó, nos acostamos enredados en la oscuridad de mi cuarto. Casi olvidé en qué año estábamos, pero entonces comenzaste a deslizarte debajo de mí quitándote las sábanas, poniéndote los jeans y sacándote la camisa por la cabeza. Te inclinaste sobre la cama, me besaste en la frente mientras yo evitaba tus ojos y miraba por la ventana.

–Mírame –dijiste.

Te dirigí una pequeña sonrisa para que te sintieras absuelto. Besaste cada uno de mis párpados de la forma en que solía hacerlo mi madre cuando yo era una niña y desapareciste por la puerta.

La última vez que estuvimos juntos así fue hace ocho meses, la víspera de San Valentín. Al día siguiente, estabas distante y yo detestaba que me miraras con cara de culpabilidad. Vi que estabas listo para culparme por seducirte, como si eso fuera a atenuar los cargos y solo te enfrentaras a una condena por infidelidad en segundo grado. Me pregunté si alguna vez te sentiste así de culpable cuando era a mí a quien engañabas, con ella.

Mi amigo Michael me llevó a un bar en Washington Avenue y mientras él se emborrachaba con unos desconocidos, yo me quedé en la parte de atrás del lugar para jugar billar con algunos de esos jóvenes modelos que son demasiado bonitos para su propio bien. Michael dijo que esta era la mejor noche del año para conocer a alguien porque todas las parejas están en los restaurantes y solo las personas sin compromisos están en los bares. Tenía razón. Miré a mi alrededor y vi que todos los que estaban allá tenían la misma mirada hambrienta y solitaria en los ojos, como perros callejeros en busca de dueños.

El set pareció trasladarse al escenario y de pronto me encontré en esa escena estúpida del chico que conoce a la chica. Me pidió que fuera su compañera para el próximo juego. Él ya tenía sus monedas en la mesa de billar y estaba esperando su turno desde hacía una hora. Le dije que no, que solo quería sentarme a fumar y me di cuenta de que le repugnaba un poco verme prender el cigarrillo pero de todos modos me siguió sonriendo.

Él tenía realmente un aspecto deportivo, Star. Lo contrario de ti. Llevaba unos jeans limpios, no ablandados por dos semanas de suciedad como los tuyos, y una camisa de botones, y parecía el hombre más pulcro del bar, fuera de lugar y definitivamente mayor que el resto de nosotros. Era muy rubio, o tal vez solo me parecía un rayo solar porque estoy acostumbrada a tu melena negra. Tiene unos labios gruesos con cicatrices que se ha ganado en accidentes de surfing, una nariz ancha con el puente roto y la piel bronceada y agrietada por el sol. Tiene cuerpo de nadador. Hombros enormes, una cintura delgada. Lo estudié mientras fumaba. Lo husmeé tal como lo hice contigo. Como la noche en que nos conocimos en el concierto y supe que ese sería el comienzo de algo muy importante en mi mundo. Con este tipo en el bar en la noche de San Valentín, yo esperaba poder distraerme por un tiempo de ti.

Lucas quiere saber si me siento mejor hoy.

–Sí –le digo, segura de mi mentira–. Me tomé una aspirina y me dormí temprano.

–Anoche te llamé por lo menos cinco veces.

–Lo sé. Esta mañana oí tus mensajes.

Estamos en su carro llamativo. El perfecto carro de la crisis de la mediana edad. Tiene cuarenta años, es rico y soltero, y conduce un Ferrari color bala. Siempre que paramos en los semáforos en rojo, la gente de los carros al lado nos mira. Es un carro bastante estúpido. Me hace pensar en las personas que se mueren de hambre en los países del tercer mundo. Me siento culpable montando en este carro, y no tiene nada que ver con el hecho de que no lo ame a él.

Nunca hablas de ella. Nunca te pregunto. Es como si no existiera. Yo soy distinta. No puedo decir tres frases sin murmurar algo sobre «mi novio». Sé que no te gusta oír hablar de él; me lo has dicho cien veces. No te gusta imaginar que yo bese a nadie más. Pero no puedo suprimirlo a él como tú, que lo haces tan bien.

No voy a mentir. A veces me pregunto por qué me molesto incluso en andar contigo, dejándome convertir en la otra, haciendo cosas que juré que nunca haría. Me digo que está bien cuando haces estas cosas por amor. Y la otra parte de mí, el yo siniestro que nunca supe que poseía, está satisfecho de saber que, por lo menos, tampoco le eres fiel a ella.

Terminé con Lucas después de estar dos meses juntos. Le dije:

–Creo que deberíamos terminar antes de que te apegues demasiado a mí.

Él se rio, mostrándome todos sus dientes.

–Ya estoy apegado a ti –dijo.

–Bueno, será mejor que nos separemos antes de que te enamores de mí.

–Ya estoy enamorado de ti.

La separación solo duró dos días. Argumenté que estábamos en diferentes etapas de la vida. Él está divorciado y ha vivido como con quince novias. Eso es todo lo que quiere, una novia profesional para complementar su estilo de vida.

Siempre me está diciendo que la vida consiste en aprovechar los placeres del día a día como el surfing, los deportes, los buenos restaurantes y las vacaciones en Río y en Gstaad, y en no tener una familia nuclear en un planeta que ya está superpoblado. Tenemos tan poco en común que da miedo. Lo único que lo mantiene interesado en mí es que le gusta mi cuerpo.

Sin embargo, no puedo usar tacones altos con él. Es más bajito que yo y detesta que me estire unas cuantas pulgadas. No como tú, que me llevas casi medio pie. Podía usar mis tacones más altos y a ti te encantaba. Y, en ese entonces, te encantaba cuando me quitaba todo, excepto esos tacones altos y caminaba para ti antes de que me agarraras y me tiraras en la cama.

No con mi novio. En su apartamento, te quitas los zapatos en la puerta.

Pero Lucas es abnegado. Tengo la suerte de que su edad le haya permitido eliminar de su sistema cualquier conducta infiel que pueda haber tenido.

–Prométeme que no me vas a dejar –dice en los momentos más inesperados, como cuando me estoy maquillando para ir a cenar.

—Lo prometo —respondo siempre, porque ya no tengo más energías para la verdad.

Me envenenaste, Star, me saboteaste en todos los sentidos. Yo era la chica más fiel del mundo hasta que te conocí, y ahora somos iguales.

 

***

 

Es medianoche. Estamos acostados sobre una manta en la playa, borrachos de vino tinto y riéndonos de todas las estrellas en el cielo. Te recuestas en mi vientre y sigues los caminos que hay entre todos mis lunares de la espalda, esos que parecen hechos con un marcador.

Los llamas mis constelaciones. Y el lunar más grande, en toda la mitad de mi hombro izquierdo, es la estrella más brillante. Y la estrella más brillante, digo yo, eres tú.

Estás cantando esa vieja canción, Cielito lindo, y cierro los ojos mientras me susurras la letra en el oído. «Ese lunar que tienes, cielito lindo, junto a la boca, no se lo des a nadie, cielito lindo, que a mí me toca…».

Por casualidad tu chica y mi hombre están en Nueva York, donde tú y yo nos conocimos hace muchos años. Esto es lo más chistoso que podemos pensar en este instante y nos estamos riendo tan fuerte que siento que las costillas se me van a partir como espoletas.

–¿Sabes qué sería realmente divertido? –digo, jadeando en busca de aire–, que sacáramos el Ferrari de mi novio.

vida 300No puedo recordar cómo llegamos acá. Sin embargo, de alguna manera estamos avanzando poco a poco en el apartamento de Lucas con la llave que él me dio. Estás examinando el inmenso lugar, con sus muebles minimalistas e impecables, mientras voy a su habitación y saco las llaves de repuesto del cajón de la mesa de noche. Cuando me doy vuelta, estás de pie detrás de mí. Me agarras de las caderas para que no tropiece y caiga de espaldas sobre la cama.

Conduces rápido el Ferrari por la autopista. Pasamos volando al lado de las palmeras y de los rascacielos de la Avenida Brickell, que se reflejan y titilan como cuchillas de afeitar a la luz de la luna. Manejas como si fuera tu carro, volteándote a mirarme cada dos segundos, pasándome los dedos por el pelo, poniéndome la mano en el muslo, inclinándote para besarme en cada semáforo. Estoy tan dichosa que casi deseo que nos estrellemos y morir así, juntos.

Solo te he contado una parte de la historia. El hecho es que no me siento tan infeliz con Lucas. Él es bueno conmigo, Star. Me llama todo el tiempo y siempre sé dónde está. No tiene la costumbre de perderse como tú. No apagaría nunca su teléfono celular durante horas, como solías hacerlo. Me gusta la seguridad más de lo que pensaba. También me gusta por una vez no tener que ser la tutora de la relación. Él es expresivo. Nunca se guarda nada. No como tú. Hacerte decir lo que sientes es como caminar en el desierto y pedirle a Dios una señal.

Es por eso que tampoco te dije nunca que te amaba. No hasta que habíamos pasado la noche juntos por enésima vez como infieles y resolví decirlo muy clarito justo en la maraña de las sábanas. ¿Te acuerdas?

Te dije: “Si pudiera, me metería la mano en el pecho, me arrancaría el corazón, y te lo entregaría”.

Te limitaste a mirarme con tus ojos gitanos.

Fue quizá cuando dejé atrás la imagen preciosa que yo me había hecho de nuestro amor y acepté la historia tal como se presentó. Nuestro amor no es un conjunto de colores delicados y proporciones perfectas en un marco ordenado. Nuestro amor es más como los grafitis en las paredes del centro que tratan de lavar y tapar con pintura pero siempre permanecen por debajo. Incluso después de una capa de pintura fresca alguien siempre se acerca sigiloso en la noche y pinta algo más.

Tener una relación clandestina no es tan difícil. Una vez que te acostumbras a la mentira todo es bastante simple. Lo único que necesitas es una coartada probable. Pero hoy Lucas me está mirando como si yo hubiera hecho algo malo. Tiene que decirme algo importante y no lo va a soltar. Estamos sentados cara a cara en su cama porque aquí es donde siempre nos sentamos, con las piernas cruzadas, cuando estamos a punto de tener una conversación seria.

–Nena, tú sabes que no me importa que saques el Ferrari mientras estoy fuera –comienza a decir.

¿Cómo lo sabe? Fuimos tan cuidadosos. Nadie nos vio salir de su condominio ni volver con el carro. Solo recorrimos unas pocas millas.

–Dejaste el asiento reclinado y tardé una eternidad para ponerlo en la posición que me gusta.

Dice esto como si yo hubiera cometido un delito grave.

Utilizo tu receta para mentir. Me encuentro con su mirada. Estoy callada y trato de parecer lo más infantil posible, sentada quieta con mis labios suaves. El silencio implica inocencia. Solo los idiotas confiesan. Eso lo aprendí de ti.

Tenía que suceder. Estamos en el mismo bar, tú con tu chica, yo con mi hombre. Estoy sentada en un sofá junto a la pared, fumando, mientras Lucas finge que no le molesta. Se me acabaron los cigarrillos y me siento audaz, y voy al baño de las mujeres para comprarle un paquete a la encargada del baño, sabiendo que voy a pasar por tu campo de visión.

Mientras paso a través de la multitud para regresar a donde Lucas, siento una mano que me cierra la muñeca. Miro y te veo ahí, a mi lado.

Susurro, «Suéltame», y lo haces.
Me siento extraña de estar tan cerca de ti en un lugar público. Estoy tan acostumbrada a nuestras intimidades robadas. Mis ojos se enfocan y veo que ella está contigo. No la he visto antes, pero sé que es ella por la forma en que su dedo cuelga de uno de los bolsillos traseros de tus jeans.

Ahora es un juego de ojos.

Aprendí de mi madre, la reina de belleza retirada, que lo bien que hable una mujer con los ojos es lo que separa a las aficionadas de las profesionales. Miro a tu chica y luego a ti, sintiendo que tus ojos se posan en mí mientras me deslizo entre la multitud.

Si todavía no se ha enterado de que nos estamos acostando juntos, ahora ya lo sabe.

Estamos de nuevo en el Ferrari. Es nuestra pequeña rutina, sacar a escondidas el carro de Lucas a cada oportunidad que tenemos. Estás acelerando y sé que es solo cuestión de tiempo antes de que la policía nos detenga.

Paras en la playa de la bahía. Reclinamos los asientos al máximo y por un segundo creo que me trajiste acá para decirme que me amas. Pero entonces empiezas a besarme, atacando mis labios con urgencia, deshaciéndote de nuestra ropa con una furia hambrienta que me hace pensar que esta podría ser la última vez.

 

patricia engel 375Patricia Engel
New Jersey, Estados Unidos (1977). Escritora de padres colombianos. Es la autora de Vida, libro ganador del Premio Biblioteca de Narrativa Colombiana 2016, finalista del Premio de Ficción PEN/Hemingway y nombrado por el New York Times como Libro Notable del Año. Su novela No es amor, es solo París obtuvo el Premio Internacional Latino del Libro y Las venas del océano, su última obra, fue honrada con el Premio Literario de la Paz Dayton 2017. Sus libros han sido traducidos a varios idiomas y sus cuentos han sido publicadas en varias antologías y revistas. Actualmente enseña Escritura Creativa en la Universidad de Miami y es la editora literaria de la revista The Miami Rail.

 

El relato «Cielito Lindo» pertenece al libro Vida, 2016, Alfaguara Random House Grupo Editorial. Traducido al castellano por Santiago Ochoa. Publicado con autorización de Patricia Engel en la revista Aurora Boreal® Nr. 23 -24 Mayo/ Septiembre de 2018 Especial Autores Colombianos. Fotografía Patricia Engel  © Elliot & Erick Jimenez. Carátula del libro Vida © cortesía Alfaguara.

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