Actualidad
Rue Hamelin, n° 44
Aquel señor maniático con los ojos inyectados y la respiración rauca, drogado con veronal, exhala su último respiro antes siquiera de que le midan otra vez el pulso. A su alrededor, quienes asisten al espectáculo se rascan la cabeza, carraspean, intercambian miradas. Alguien llora en un rincón. Es su fiel sirvienta, quien no lo dejó un instante durante sus últimas horas, quien siempre lo acompañó pese a sus excentricidades y sus exigencias. Detrás deja numerosas deudas, algunos amantes en flor, unos cuantos amigos y, sobre todo, una multitud de papeles garabateados por todas partes, pegados y después desgarrados, cuadernos negros a los que consagró sus últimos años. Algunas horas después, un cortejo somero sale por la puerta del edificio, encabezado por su hermano Robert, médico como su padre. De lejos, bajo la luz de las farolas, parecen gusanitos arrastrándose contra la tierra húmeda, solitaria, cargada de memoria. En la habitación mortuoria, solamente queda Céleste, ese es el nombre la sirvienta, quien entre sollozos le dice al cadáver que no se muera, le queda un poco más por escribir y también por corregir. Está obscuro, la lámpara apenas ilumina el rostro del fallecido, su barba de varios días, sus párpados ojerosos, en medio del resplandor vacilante, ese globo de luz desprovisto de palabras, tenebroso en su silencio.
Nadie, ni siquiera la sirvienta, lo sabe. Esa noche obscura ha nacido un inmortal.
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- Por Félix Terrones
El espacio entre las cosas
Dirección: Raúl del Busto
Guión: Raúl del Busto
Reparto: Natalia Pena, Fernando Escribens, Ricardo Sandi, Fernando Vilchez, Ryowa Uehara, Juan Daniel F. Molero
Música: Port-Royal, Ed Porth, Meloman
Fotografía: Raúl del Busto, Cynthia Inamine
Páis: Perú
Año: 2013
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- Por Robinson Díaz
Diario de la peste
Gonçalo M. Tavares
Traducción: Paula Abramo
7 de mayo de 2020
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- Por Gonçalo M. Tavares
El ensayo encuentra en sus libros la más lograda concreción literaria. Todas sus obras desentrañan los rastros seminales de nuestra ficción continental. En su escritura, la tan macerada crítica literaria, adquiere un nuevo cariz de deleite, se transmuta en pensamiento y se emparenta con la historia y la filosofía.
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- Por Marcos Fabián Herrera
HOMO Sapienne
Niviaq Korneliussen
Novela
Milik Publishing, Groenlandia
Páginas 182
2014
Niviaq Korneliussen, esta debutante escritora groenlandesa, explota en la escena literaria con su novela HOMO Sapienne. Una novela centrada en la cultura juvenil en la capital de Groenlandia, Nuuk, y los problemas en torno a la sexualidad, la violencia, el alcohol y el abuso de menores que enfrentan los jóvenes en Groenlandia. También es una novela en la cual Niviaq Korneliussen confrotna su propia identidad nacional.
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- Por Leo Larsen
Según mi parecer, una buena costumbre es enviar noticias a los amigos y conocidos varios cuando viajo para dar, al menos, idea de que uno se mueve, aunque sólo sea físicamente. En esta ocasión envié saludos, entre otros, a la escritora argentina/alemana Esther Andradi desde Tuluá, sede de la VIII Edición del Festival de la Imagen y la Palabra al que fui cordialmente invitado por su organizador, el doctor y poeta Omar Ortiz, gran agitador cultural del Valle.
-Creí que era un nombre inventado por Julio pero veo que es una ciudad colombiana de a de a veras... ¡que lo pases súper! me contestó Esther. Julio, claro, es Cortázar, el enormísimo cronopio cuyo recuerdo dio pie a interesantes conversatorios en esta ciudad y en otras cercanas como Pereira o Cali.
Dentro del festival tulueño que comenzó el fin de semana con un taller de quien escribe y continuó el lunes con la intervención del escritor Fernando Cruz Kronfly, objeto de un merecido homenaje por su fecunda carrera como ensayista y narrador, y del que se hace eco Fabio Martínez en un reciente artículo: “Pena que los compromisos puntuales no permitieran una conversación posterior más distendida con este interesante pensador, pero ya se sabe que donde hay patrón no manda marinero.
En el siglo XIX, el filósofo Nietzsche anunció la muerte de Dios. En el siglo XX, Foucault predijo la muerte del hombre. Cruz Kronfly y los pensadores latinoamericanos anuncian la muerte del ciudadano y el nacimiento del sujeto digital." Pena que los compromisos puntuales no permitieran una conversación posterior más distendida con este interesante pensador, pero ya se sabe que donde hay patrón no manda marinero.
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- Por José Alias
Diario de la peste
Gonçalo M. Tavares
Traducción: Paula Abramo
27 de abril de 2020
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- Por Gonçalo M. Tavares
Los Andes no creen en Dios, cuyo guión fue el resultado de una interpretación libre de una novela y dos cuentos de Adolfo Costa du Rels, es una mega producción que cuenta en su reparto con actores de primera línea. Se trata de una película que, como pocas veces, intenta hacer justicia a la obra literaria. La novela Los Andes no creen en Dios y los cuentos Plata del diablo y La Misk'i Simi (la de la boca dulce, en quechua), ambientados en la población minera de Uyuni y otras regiones aledañas de Potosí, redescubren una Bolivia de los años 1920-40; época en que la explotación de los yacimientos minerales experimentaba un auge y un esplendor sin precedentes.
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- Por Víctor Montoya
Víctor Montoya nació en La Paz en 1958, pero pasó su infancia en Llallagua y Siglo XX. En 1976, como consecuencia de sus actividades políticas, la dictadura de Hugo Banzer lo persigue, tortura y encarcela. Estando en una celda húmeda del Panóptico Nacional de San Pedro, escribe clandestinamente su obra Huelga y Represión. En 1977, tras una campaña de Amnistía Internacional, logra su libertad y sale exiliado a Suecia, donde vive por más de tres décadas.
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- Por Emilie Beaudet
Lo conocí en noviembre de 1982, en la sala de conferencias de la Agencia Sueca de Cooperación Internacional para el Desarrollo, donde asistió para presentar la traducción al sueco de su libro Las venas abiertas de América Latina. Me preguntó de dónde era. Le dije que era boliviano. Él cerró sus ojos claros, se arregló la gorra y dijo con voz de locutor: "¿Y de qué parte de Bolivia?". "De Llallagua", le contesté. "Tengo muy buenos recuerdos de ese pueblo minero", acotó.
Luego me pidió acompañarlo hasta la puerta de entrada, porque tenía ganas de fumarse un cigarrillo. Apenas salimos, me habló de doña Domitila de Chungara, de esa mujer que se llenaba de coraje a costa de reducir su miedo y de la importancia de los sindicatos mineros, capaces de dar lecciones de lucha a los demás sindicatos del mundo. Allí mismo me contó que en una ocasión, los mineros le metieron al interior de la mina en Siglo XX, a una galería que tenía casi cuarenta grados de temperatura, y donde, a tiempo de pijchar la coca y sorber tragos de aguardiente, le preguntaron cómo era el mar. Entonces él, como todo artesano palabrero, se las ingenió para contarles cómo era el mar. Escogió las palabras apropiadas de modo que los mineros, empapados de sudor por las altas temperaturas, sintieran las palabras como si de veras las olas del mar les refrescara la cara y el cuerpo. También me contó que un día, mientras caminaba por la plaza de Llallagua, la mujer de un minero, al verlo con la pinta de gringo, lo confundió con un cura y quiso llevarlo a su casa para que le diera la última bendición a su marido, que estaba muriéndose con los pulmones reventados por la silicosis.
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- Por Víctor Montoya